…Como un arcón a la
medida, apareces en la sangre y en el cuerpo. Te sostiene el vaivén de la
pelvis en extraño solar hasta los huesos. No sucumbes sino al paso del potro
enardecido y comulgas un milenio de pasos y de lumbres. Eres como una caída al
vacío, no superas al que te viste de mujer, sino un espasmo como una muerte
ahíta de vida escanciada en horcajadas. Amaneces, síntoma de respiración que se
deshace. Eres tan limpia como el espejo por detrás. No sabes del dolor sino
del… Junto a ti hay presagios deshechos, canciones de pétalos viejos apenas
ayer. En la sinuosa frase que dijiste, había rescoldos de la noche pasada en
horas de mirarte. Frente a ti estaban las mismas flores de siempre. Apenas un
dibujo, se salía desde tu empuñadura, un silencio antes de jadeo te acompañó al
amanecer. Como si estuvieras aún dormida, mencionaste la canción y el libro con
que te dormiste. No supe si lo soñaste o lo leíste o la cantaste a deshoras.
Los galgos cantaban una canción de miedo… lobos hambrientos comulgan con la luna. Tus piernas a deshoras
eran como la bestia del sueño que ataca a mansalva. De tus ojos rodaba piedra
líquida salida del volcán de tus sueños, y en tus manos el azote de tus cuencos
de leche dormitada desde adentro, para niños que ofician como duendes salidos
desde el umbral de la noche. Así vestías al visitante, igual a la arpía: Lilibeth
para endiosar cuando desea. No esperaste ninguna seña para perderte en el erial
de sueños. El desierto vuelto río amaneció despacio entre tus piernas lozanas.
Ya en este trance, vigilabas al de junto por si acaso el antojo te tocaba. Las
puertas de tu palacio lucían como tu escote… Velos al amanecer, igual a ríos
colgantes acumulando vértigos en su caída. Ya no eras tú la diosa de antes de
la muerte, eras la llave del quinto infierno como tus ojos. El inframundo
estaba a tus pies, de donde habías salido ya sin el deseo entre tu piel de
escamas brillantes como zafiros al anochecer del día uno de la creación.
Escanciadas tus piernas con los ojos para afuera, fui a meterme entre tus
senos… no los alcancé: la mirada furiosa de gata boca arriba me destempló las
cenizas de mi entierro. Ya no hubo exhalación de furia, te metiste a tus
propios abrojos, te metiste entre tu piel, te metiste entre tus propias sienes…
te fuiste sola como un vagabundo por el desierto. Y entre espasmos de luz,
volviste néctar tu emoción arcana. Desde afuera visitaste al espejo de tus
ancas doradas como la nube de esa misma tarde. Tu escote abierto dio paso a tu
mano derecha como dedos bebiendo de la leche que manaba desde adentro. Un
sínodo de ojos te veía… se abismaron en el color de tus dedos boca arriba. Un
entremés sacó de quicio tu placer de Lilibeth: fue una ojeada al entorno de tu
hombre primerizo. Así lo deseabas, así te fuiste con él. Entonces, como
atragantada deseaste puros hombres primerizos, no hubo nada que hastiara esta
sed de numen, como la semilla rodando entre mis piernas, piernas huecas y
sonámbulas, heridas de muerte después de escanciado tu recuerdo. Y te volviste
luna, te volviste cuello, te volviste nube, te volviste galgo en los aullidos
de ellos cantando a la luna, salida de en medio de la noche para estar en esa
madrugada contigo sola y el mundo a tus pies… el inframundo a solas.
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