La danza del vampiro
comienza por la niebla. Sigue por la hondonada que cruza la cañada y va entre
las naceduras del río, entre piedras embreturadas para el agua corriendo por
sus visillos. La danza del vampiro es una sacra insolación de sol a media
mañana, no se ve a sí mismo sino en los ojos arrobados. Se viste de caballero
en el vaivén de cerveza: espuma en agua muerta en blancor de agua ensimismada, si no,
es por sus fauces que segregan seol al influjo de su cuello, abarrotado de
fantasmas. El vampiro es una alma que pena por las piernas de ella, por su
cuello, por su cara, por sus manos, por sus brazos, por el estupor de su presencia
ante al peligro de la muerte. No abandona el vampiro a su igual: ella que mana
de esa agua vital y lacustre como su bilet prendido en unos labios que esperan…
los labios de ella, su cuello, la savia en sus venas encordadas de lamento. No
sabe el vampiro de lo que le espera, es un vicioso de la vista ajena, por decir
un voyeur encajado en la oscuridad con su capa y sus colmillos como nieve. El
vampiro sucumbe al artero hechizo del día, no ve, se escapa, no quiere con
ella, la desea para mejor vida, no la adentra, la chupa: un conejo muerto a
mediodía de muerte de abandono. El vampiro no es vampiro, es la danza del
vampiro que alarga sus días en simiente muerta como sus noches. No avanza por
la ladera de su cuerpo, sólo quiere su cuello para volverla símil de su espejo.
No quiere maltratarla, más bien desea darle vida de por vida. La danza del
vampiro es una figura retórica del miedo… del color de su bilet: labios de
amalgama. No los desea, no los fragua, no los espera, enciende una pasión en
muerte de cuerpos exangües después de hacerlo. El vampiro y su danza promulgan
lo faltante a deshoras, sacude al ciempiés avanzando al ritmo de sus días. El
vampiro y su danza es un solitario, escasea en la hora de la oración; a la hora
nona no se expone a la estaca de su baile preferido. Campea por el desierto a
ver si chupa su aliento y el contorno de su cadera. La danza del vampiro las
prefiere jóvenes y rubias. No se sabe a qué viene esto de su preferencia, pero
se da a notar, es el color de su sangre y llama a comulgar con ese líquido en
momentos de muerte para sí mismo… quizá la danza del vampiro se enciende en
muerte con muerte, como si fuera un dios dando la vida eterna. La danza del
vampiro es la imagen del principio, no hay vida, no hay suicidio, no hay… más
que noche y día. Encierra entre sus muslos desiertos de arena calcinada en
papiros secos como la tierra partida. La danza del vampiro es la insaciable
muerte en el banquillo. La danza del vampiro muere en su verdor… sus ojos
penetrantes son la amalgama que falta para dar al traste con el oro. No se
sacia, bebe, no desea, se contonea en sí mismo, no pide más, se cuela en el
bolsillo como un pedirla a gritos; su romance con la muerte es de pozo en pozo
y de a poquito; no se arriesga, sucumbe al dolor de sus días largos y sus
noches cortas. No cedazo a su caída, no agua deshecha, no lago cubierto por la
niebla, no; es una salobre lágrima de ella, antes de la muerte. La danza de
vampiro es una letra a la izquierda. No sabe de morir, sabe del nacer en el
cuello afilado de sus colmillos que lo adhieren. La danza del vampiro no tiene
falo… es una danza. Crea en sí mismo un vaivén de brazos caídos al peso de su
propio almíbar. La danza del vampiro en un pozo sin fondo a media noche, a
medio día es un estar en suspenso como la niebla angosta. La danza del vampiro
en un vuelo, una capa convertida en alas y un sopor convertido en sueños: bebe
y se duerme, como si su líquido llegara justo con el día. La danza del vampiro
juega a la Rueda
de la fortuna, rueda sin fin… avanza desde el sarcófago. Ama las cortinas, le
dan sustento a su imagen sin su sombra… no teme a la luz, teme al sol porque
seca su piel de cartón y popelina… Se acuesta ahíto de sangre de ella… porque
las prefiere rubias como el cine sonoro y a colores, no sabe del azul, el
blanco es su tono preferido… Es un error necesario en una página sin ruido.
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