Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

domingo, 24 de febrero de 2013

Agua...


En el sueño, me miras venir desde lejos, no te azoras, más bien encauzas tus emociones al pareo del sol en esta tarde rojiza de principio de estío; en la hondonada suena la caída de agua, cascada de luces multicolores donde te bañas, uno a uno tus músculos del cuerpo sin sabor a esta hora inicua, pues nada hay que empañe la feria de colores en tu barniz de azúcar en sus tientos de soles a la vista.

Más acá de donde me miras, hay un bastión de sucedáneos a la hora del concierto, el sueño sigue:

––La verdad es un juego de colores ––me dices y acompañas a tus voces, resonadas como el eco o por el eco… desde lejos, como una silueta bañada por el estentóreo de ruidos que opacan la voz salida de tu boca, no así a la que sale del eco que nombra con ella los colores.

Sales ilesa del escote, sales ilesa del agua, sales ilesa del eco que te nombra en el tono de tu voz, sales ilesa del sol que alumbra de tarde en ciertos días como éste, en que, se ven pardear entre siluetas, los nombres que nombras sin que haya sucedáneos de la hora.

Te sales del agua y yo sigo caminando hacia ti, como si entre más caminara más te alejaras, cual mariposa inserta en su cuadro de coleccionista de alas… alas coloreadas en mil colores y un sistema de multicolores zonas de estanque situado en la caída de la cascada que da exactamente en la vertical de plomo.

Casi estoy a punto de llegar y te alejas por entre la cortina de agua, te alejas hacia la cueva que está detrás de la cortina que cae y resuena incesante en colores de arco iris dejados por el sol… la luz del sol que pega en directo, ángulo exacto para descomponer la luz blanca de esta hora en que merodeas a los… es cierto, has entrado a la cueva que está detrás de la cortina de agua; tu silueta se menea hacia atrás como si al bañarte en esas torrenciales aguas, hicieras el homenaje perfecto al cúmulo de gotas de rocío que forma la embestida del chorro salido desde lo alto.

En eso estoy, cuando de entre la marea del calor en que se agotan con el rocío que se levanta entre goteras, salen a relucir tus formas de agua hechiza como un mar latente desde afuera. No, me digo y salto hacia adelante para esbozar una especie de caza de colores, siluetas, formas, sinuosidades de entre la caída en rocío, levantada en cortina de humo de agua saltada desde lo bajo, hasta lo profundo alto donde emanan de sí otras sinuosidades y me acerco y me meto entre el agua y sorteo la columna de agua y llego a la cortina y meto mi cuerpo por entre la niebla y busco entre esa marea incesante, los colores del iris que pardean en este sol que pega de frente a la cortina y por eso se levantan, entre los ruidos y la humareda de agua, esos colores que se parecen al cuerpo que busco y no encuentro sino en estampa colorida que mis ojos ven y mis manos no tocan desde afuera.

Meto mi mano, meto mis brazos, meto mis dedos y nada; solo este incesante caer que no para, solo este incesante abismo que se mira en lo alto y se marea como si fuera el sol que muere.

…Y entro a la cueva; ya adentro hay una escalera de piedra mojada por los respingos de agua que rebotan del lago abierto en que convierte la cascada a su caída incesante como ruido.

Entonces apareces, entonces casi te toco con mis manos, entonces casi someto a mis fuerzas la silueta que esboza en el sentido, la más serena de las causas de este estío que merodea entre vientos fríos del norte, esto que es como un remolino de husos horarios, de suertes de arreboles formados por el sol poniente, de suerte de surtideros de agua por si se mojan de lejos, las manos que quieren alcanzarte… de remolinos de aire caliente y frío, rompiendo la calma de este invierno que aterriza.

Subo y subo, tú avanzas delante de mí… a medida que me alzo desde el lago abierto donde rebota el agua, tú te alejas y, al hacerlo dejas las huellas de tu pisada entre humedades de musgo y lamosidades cubiertas de agua, por el estentóreo ruido de caída de agua dando en el centro de su lago, dando en el centro neuronal de esta pradera de agua, levantando de entre las yertas aguas… que quedan después de la caída, algo como remanso: paso de agua de caída de agua, en torrentales, hacia el sitio del descanso, pues ha levantado entre cirios de agua, la luz del suave sol inclinado entre sombras, siluetas de tu cuerpo en sombras que se alejan hacia arriba para volver a caer en las sinuosidades de agua y sigo subiendo y sigo alejándome del ruiderío del agua y casi llego a lo alto y tu silueta se diluye en la salida de estas escaleras… y arriba, hasta arriba, el valle de agua convertido en lago donde reposan los pájaros en desbandada, pero la caída me llama hasta el precipicio por donde se descuelgan las aguas y van a dar allá abajo, de donde salen la humareda, de donde sale la silueta y me acerco al batallón de gotas en ruido de avanzar entre caudales y se meten a sortear esta caída y me despeño y me voy en caída libre entre el agua que se despeña… se ha despeñado y cae y cae y sigo detrás de las siluetas que organizan el tumulto y caigo en la… es una superficie plana y honda de agua y me levanto de entre el chorro en humareda de agua y vuelvo a salir hacia arriba ahora convertido en pequeñas gotas de rocío y se me empaña la vista y me vuelvo a encontrar ahora contigo y nos arremolinamos como dos nieblas… siluetas de encuentro a la salida del sol que se metió desde ayer a la hora del comienzo y ahora con esta sombra de la mañana se ven… nos vemos subiendo y bajando otra vez, como si fuéramos diminutos soles resplandecientes a la hora del zenit, pues entre las sombras falta la luz de… y no llegan y nos confundimos entre este roció de agua fresca…

 

viernes, 22 de febrero de 2013

Canario de mina

El navegante, canario de minas, en la puerta del esclavo, mira hacia dentro y piensa en darse un baño antes de entrar a ver el estado de los vigías... hay artes que requieren del aplomo, aun en estado de "bajo presión".
Se posa en la entrada, donde está el alpiste, y uno a uno saca los papelitos del mago que le valdrán el premio por ser el que entre a ver, en primera instancia, el estado de la cueva.
Se posa, se da vueltas, aún no saca el papelito, se le entrega un grano de alpiste en el pico, se lo come, es decir lo deglute y se ampara en la sexta regla que manda: no hacer nada que englobe a las personas ajenas al testamento.
Una vez cumplido el dogma de sacar el papel de la papelera, espera a que el mago lo abra y lea las instrucciones para esta parodia de muerte que le espera en adentro de la mina.
Da lectura, y no hay perdón ni olvido, pues las anomalías están por descubrirse... a malas porque la justicia que contiene la regla sexta, en este caso no aplica, porque refiere que es suicida leer y comer al mismo tiempo, mucho más, si se trata de la lectura de las cuentas del día.
La irregularidades posan para los otros que están a la espera de que el cuadrante marque la ruta del navegante.
El escándalo acecha, pues en el valle de... el que está a la entrada, donde aún sopla el viento, hay cuerpos en estado de sitio, es decir, esperando la entrada a la hora en que, cuerpo a cuerpo, se deslice desde adentro alguna otra persona que hiera los sentimientos del suicida... no hay por qué ponerse al tanto de tragedias no reportadas en las cuentas del papelito que ha sacado de la papelera el canario de vigía, lo de suicida es un decir ¡quién va a preocuparse por la vida del canario!
Una vez que emprenda el vuelo hacia dentro, no habrá cosa que haga recular al de turno, pues ya van dos que han ido y regresado, pero su destino no estaba escrito en el papelero del mago.
Ya cuando pasen treinta minutos sin que el canario vuelva, comenzaremos a hacer la cuenta de respiro, pues se habrá dado la orden de disparar hacia dentro de la mina, para quemar el lastre de gas arbotante que nace desde abajo, un fogonazo se oirá y del canario no quedará sino la excreta que dejó antes de emprender el vuelo.
En este momento, cuando come del alpiste que le pasa el mago de cuadras, una a una pasan la cuenta de salud para el corazón de prisa de alpiste, pues los navegantes están en latencia, en tanto el canario emprende el vuelo y vuelve a dar la noticia de que adentro hay aire limpio para dar al traste con los muertos de vigía.
...Hay, en cuanto a desaparecidos, leznas para pasar el punto de uno a otro lado, hay puntos de separación, hay cuentas pendientes, hay luces apagadas, hay lienzos sin pintar, hay páginas sin rellenar...
Después de al tanto, se dirá que afuera no hay necesidad que saldar; se requiere de la apariencia a fin de decir quién va y quien se queda, en este instante el mago le ha pasado el segundo alpiste al canario.
Después de esto, enprenderá el vuelo hacia dentro, para dar al traste con lo que avanzará de la lozanía del vuelo que se apresta a emprender.
Ya se sabe, no hay canarias, es decir el femenino de canarios, por lo tanto hay cuerpos en maceración a la vista de fantasmas... más allá de donde mira este canario, existen voces de sirenas que duermen y hablan entre sueños de navegantes dormidos en la playa; donde se acuestan con ellos y les placen los besos por la espalda, hay cuerpos de sirenas ondulantes como los que salen en el pantalla de aviso, mientras duermen; hay resuellos de mujeres-peces, que se aprestan a ir en pos de los... no es dable poner en palabras lo que no se debe decir en voz alta, sino dejar a la imaginación del que lee, el corpiño que cubre los pechos de estas mujeres, por ello, el canario no se da cuenta de las voces que lo arrullan desde afuera.
El papel, segundo de la mañana, de esta mañana despertada con ruegos de una inspección a la boca de minas, se lo pasa el pájaro de cuenta al mago, el mago lee y dice:
Más allá de donde se baten las alas para el postrer regazo, hay un alambre que se cuelga de los andamios de agua, dentro de esa agua hay poses que denuncian al que osa meterse más allá de este lago... no se debe ir más allá, pues el témpano flotante dice: no se debe caminar... volar, en este caso, más allá de donde pululan dioses sin oficio, donde pululan hombres colgados de ultramar, pues la boca de minas da en su cantil externo, en una salida hacia el mar; por lo tanto, desde allá se ventilan los aires venenosos de la mina.
El canario, en este caso, es solo un vuelo para merodear a la ventisca que suele añadirse desde abajo, desde donde se cuelan hacia la superficie, los cuentos con que el mago vendrá a traernos la noticia, por intermedio de la alas del canario, de lo que sucede, alterno a la salida hacia la mar.
Mientras tanto, las sirenas deben de copiarse un cuerpo para al rato... la profecía del canario dice: no hay vientos malos a la vista, el aire es ralo por la hondura de la mina, pero el veneno, esta vez se ha trastocado en las luces del ocaso.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Torero



Ella está sentada al arribo de la luz del río de luces que pasan por la calle. Se ha dado el primer pase de la mañana, está a tono con el día que comienza.
Sentada en la banca del parque, luce huraña, pues el pase aún no hace su efecto. Estará en salud de… para cuando lleguen, se posará en el estante de la banca para el mejor postor, en técnica de pájara sin brillo; después sacará el dicho del personal de turno… los habitantes de este lado no la ven con simpatía, lleva en sí, la ceniza del cobro de derecho de piso, porque para circular, se hace necesario de la licencia de conducir su cuerpo por los caminos permitidos, no hace caso a las miradas enviadas desde la orilla cercana del parque, ni ser el centro de esas miradas. En la cartera lleva lo demás del lío, le entrará cuando sea preciso adentrarse en él para más de la cuenta, pues eso la arriba a fumar del cigarrillo puesto en broma para dar alcance al durmiente de la tarde… llegará después de las tres.
Ahora la fiesta comienza, la resequedad de sus labios se lo dice; es que hacerlo así entre penumbras de humo hechizo para la mente en blanco y fijar toda su atención ahí en esa parte de su cuerpo, es la ganancia que saca por los diez pesos que pagó por cada lío; exactamente en el contexto de su deseo que ahora la ahoga, de su deseo que ahora la tiene postrada en busca de él con esa pose de lunático que endosa… le endosa en cada beso al cigarrillo y la humedad bajando desde sus labios antes de que le vea la entrepierna e imagine el falo que lleva en puerta, pues él también se pierde con ella al unísono de cauces en el humo que aspiran y aspiran para entrar en este sitio de la mente que le hace pensarse solo para eso.
Después de hacerlo dormirá por cinco horas o pasadas, como el pábilo que se acaba en son de lumbres del cuerpo para dar al traste con la ilusión, la ilusión que esta vez viaja con ella para postrarse ante él con tanto calor en el ombligo. Su cuerpo, visto en la mañana lucía ciernes, como para dar el paso permitido a esta hora del ruido de la ciudad; ahora viene, la sonrisa de siempre adorna su cara, señal de que a imbuido de trastes la escena del pulso de guitarra, pues la canción asiste en su memoria como si fuera sierpe atolondrada, lo ve caminar parsimonioso, lo recuerda retorciéndose de dolor en su cama, cuando ella, Maruca, está ausente. Entonces, como salido de cuadro ve a su lado otro hombre que endosa sus sentidos a los de él, como si fuera su compañero de fiestas, entonces saca fuerzas y aspira una vez más; el paliativo surte su efecto adormecedor, no hay por qué alarmarse de tanto compañero a la vista, lo harán de nuevo en surtes de amigos fantasmas que parodian al trío de la tarde.
Ella lo saluda, se dan la mano, como si fueran amigos, se lían otro cigarro del montecillo oculto entre la falda de ella, y van entrando en combate uno a uno, según sus posibilidades. Ella se ha adentrado con ellos, en esta tarde, como en las otras, los ha alcanzado hasta su almenar de hombres en consulta. Siguen la plática, ya son uno los tres, ya son, lo mismo que fueron antier, metidos entre los tres en su asunto que los excluye de todo lo demás de la calle a esa hora. Él la mira ignoto, le cuenta de sus cuitas en esa mirada, no se sabe por qué ella adivina lo que piensa, sonríe y él también; el tercero de la tarde se alude con un copiajo de luces en los labios, le endosará la cuanta de ella, ya cuando estén desnudos, ella le ordenará lo de siempre, esta vez, porque se han puesto de acuerdo de antemano… cosa de segundas nupcias, segunda fiesta, segundo encuentro, la segunda vez que estarán juntos; ella le manda el mensaje… si, es de aceptación y ya cuando están en ronda en el cuarto, ya cuando se han liado el cuarto cigarro, ella va por el tercero, y le dice: los quiero ver, ahora les toca a ustedes; y sí, se lían cuerpo a cuerpo y salen ilesos, salvo, a ella, esta ocasión no le gustó el rumiaje de ellos… por tercera ocasión la fiesta se termina, el sueño no le llega.

viernes, 8 de febrero de 2013

Tu sexo



Llegaste corriendo desde la alborada; se oía una canción de antaño, cantada por ti; ella se acercó y te lo dijo: canta; seguiste cantando y poco a poco se fue diluyendo entre la penumbra del… esta palabra sobra, en el segundo párrafo diré por qué. Entonces trasladaste hasta el bar la fiesta, tu fiesta. En ese bar los relojes cambiaban de mano, no así el tiempo que marcaban, distinto cada uno, porque el sol se veía declinar entre escombros de nubes derrotadas.

El bar, palabra cumplida, era un cúmulo de voces; en el párrafo anterior sobraba la palabra porque, decirla ahí, hubiese escarchado de suertes estas líneas.

Desde sus brazos, piernas y sexo, nacían fuentes de agua cristalina y salobre; su cuerpo transparente se confundía con el agua; una silueta se dibujaba, él te miraba. Mi censor veía la escena, permitía palabra por palabra, de pronto, de entre la barra del bar, se dejó venir el mesero, entre sus manos traía cervezas a plomo… frías como el cadalso; las repartió entre los cuatro: yo, tú, él y el relojero. Dijimos ¡salud!

Desde las esquinas salían… seguían saliendo los relojes puestos a la hora, todos relojes de pulsera; él era el relojero, ella, quien danzaba al son de las cristalinas y salobres aguas… mi censor no estaba ahí, saltaba fuera de esta escena como saltaba el segundero puesto a la hora en el minuto, pero no en los instantes.

Su sexo, entre líneas cerradas con su mechón de pelo en la comisura, sobresalía de entre la transparencia del agua, sus brazos caídos daban marco a las fuentes de agua que salían, sus piernas ––lozanas y hercúleas––, dejaban ver las aguas escurriendo hasta el piso, el sol deslumbraba a todos los ojos que veían su silueta, retratada en esas aguas… la canción seguía sonando y los relojes saliendo de entre los estantes, el relojero seguía poniéndolos a punto, salvo el segundero que escapaba a su mano, como la canción: escapaba a las paredes y se iba sonando por toda la calle, el sol lamía su imagen de agua; entonces, de entre las soleras del techo, se abismaron hombres sonámbulos: seguían la escena desde arriba, se iban en el silencio de esa altura.

Él, con la frente en alto dijo que se valía poner todas las palabras, excepto aquellas parodias de… palabra insalvable incluso para mi censor. No la pongas, dijo, todos los ojos se abismarán sobre ella, luego, la silueta de ella pasará a segundo plano.

Como dije, mi censor no estaba ahí.

Todos a una pedían relojes para ver a punto a la mujer, ella, bailando entre telones, los teloneros abrían y cerraban las llaves de agua, para mejor sorber la imagen de su cuerpo. Los hombres de lo alto estaban al bordo del suicidio, querían ver lo que el censor… pero él no estaba ahí… pedían porque salieran a la luz las imágenes de moños negros coronando su sexo, las imágenes de vello saliendo desde su axila, los bordes de sus labios pedidos entre la comisura de su… entrepaño de nalgas hechas al aviso de nuevas conclusiones.

Los ciegos cruzaban la calle sonando sus bordones para espantar a las palomas de la iglesia de enfrente, pulsaban apoyos a la gente con oftalmólogos diciendo adiós a las operaciones de pupilas dilatadas por el sopor del alcohol ingerido a esa hora. La voz de los ciegos, resonaba en toda la planicie, los lagrimales escurrían ceguera, así como los relojes dejaban ver la hora, pero sin el punto en coincidencia de los segunderos… ya se sabe: todos los relojes dan la hora con sus manecillas que van lento, caminando sobre los rieles del tiempo, no así el segundero que se manda solo para decir la hora, el instante que más le acomode. De pronto, salió desde las aguas que escurrían de sus brazos, sus piernas y su sexo; llegó hasta mí y me dijo otra cosa al oído… se había hartado del sonido de las fuentes, quería oír cantos gregorianos desde la cantina; invité a los otros: él y el relojero, a cantar para ella canciones sombrías, lo hicimos, entonces se ensimismó, se sustrajo, se amoldó a su propio ovillo, saldó la cuenta con las aguas y se acogió a la mesa de relojes, cervezas y aguas escurriendo de las botellas, salidas de la heladera a destiempo de horas insepultas.

Así, sin imágenes de sueño de los hombres del techo, fuimos a la salida del sueño por el poniente, dijimos que no había razón para no saludar a los cumpleañeros de mañana… era la hora en que salen a merodear los ladrones, era la hora de los censores, era la hora de los dedos, atizando para detenerse donde el censor indicaba… no había fuentes a la vista; su cuerpo, transparente como el agua, transparente y salobre, se fue quedando solo… de entre las transparencias sobresalía el moño negro de su pelo coronando su sexo empotrado en la comisura de sus… el censor hablaba.

Después de esto, te volviste a dormir, ella y las fuentes y los relojes y los censores y el relojero ya no estaban… solo estabas tú.

miércoles, 6 de febrero de 2013

El pirata cojo



Adentro del idioma, hay fantasmas… sombras que se niegan a perjurar en siluetas su signo de admiración. Adentro del idioma, laten materias incorporadas en las líneas que avanzan, pero no salen a la luz. En el parpadeo del cursor de pantalla se ven cómo atisban a este mundo de tenues armaduras, rostros que quieren hablar… y en este momento callan, guardan silencio, como si buscaran por los rincones de la pantalla, rebullendo otra orilla que no sea el recuadro interior, para saldar su salto hacia este otro lago, muerto por ser de luces encontradas en el sistema de respiración del propio cursor de la pantalla. Antes era la Página en blanco, desde que comencé, a esta hora, cuando pulso la letra “a”, lo blanco, luz fría, inunda todo el horizonte; las pisadas se alejaron por el callejón, ni siquiera hubo latidos del corazón que amenazaran salirse de cauce; entonces, como venido desde lejos, se vio que allá desde el lugar de los inocentes, salían a merodear los perros de todas las noches, los corsarios abandonaron el barco, no había barcos en alta mar. Después, los fantasmas de entre la niebla comenzaron a hablar; decían de asaltos de gatos boca arriba… por cierto, en los brazos del corsario mayor, iba un gato montés; el corsario le había arrancado los ojos para que no viera ningún camino a la vista, más que la suavidad de su tibieza… la tibieza de sus brazos. Los relojes estaban apagados, pues el obturador no daba imágenes del tiempo, solo éste merodeando entre líneas, como si fuera parir páginas rellenas de color a cualquier hora: lo imposible; no hay parideras de color a ninguna hora, solo el asiento que conmina a moverse de lugar por si nos arrastra la corriente del segundero, el mismo que espera la hora de partir de estos marinos salidos a deshoras con la representación del gobierno, a merodear las islas de ultramar, para vaciar las bodegas de letras insalvables… ya se sabe, en esta ladera no hay insepultos a la vista, y a falta de fantasmas para operar la canción, se ocurre a estas imágenes del sueño, pues se sabe de antemano: no hay en la ladera del sueño otro insomnio para lacerar a los incautos salidos a las tres de la mañana de la cantina donde van a pasar los bandidos de ultramar su cuenta a los incautos. Luego, los fantasmas avientan piedras desde lejos y se empotran en caminos de duendes espías, espías  que merodean por los cauces de lirios y palomas; esas piedras llegan hasta este valle y se vuelven contra uno que está a tono con el día que se inclina, se sombrean en los tejados las letras del sueño, se acuestan otras por si acaso; lejos, allá de donde nacen los caminos de luz en líneas mojadas, hay marinos que acosan a los corsarios, pues estos en tierra no valen nada, pero el Corsario mayor, acepta que tiene entre ceja y ceja a su gato ciego; que tiene en la barba… debajo de ella, una mueca sin salvar, que en la arruga de su ceño, existen demonios que se volvieron sangre, que detrás de su sombra, hay huellas de sus caminos del mar… no le hace que las olas enderecen la proa hacia las islas de ultramar, con que se saque el premio para endosar la idea de cuervo que lleva en su mente, con eso basta, porque adentro del idioma hay luces que no quieren salir, eunucos que no se dejan postrar, saltos de liebre que no alcanzan a salirse de la raya. Desde adentro del idioma hay gritos de corsarios que no se dejan oír, hay voces de marinos que se niegan a salir a ultramar… porque en alta mar, reino de los corsarios, no hay caminos con vigilia, tampoco almas para instantes de morir. El idioma se niega a hablar con ese grito ensordecedor de lo blanco de la pantalla; así, el corsario, los marinos y el mar, no son otra cosa: lo que se puede decir; pues más allá de estas líneas salidas desde el sol naciente de lo de todos los días, hay pensamientos de ultramar, hay oquedades para entrarlas; y se ven a lo lejos siluetas a contraluz del sol, y no dejan ver el rostro de los sin luz, y no dejan salir la voz de los sin voz, y no dejan ver sino lo que se quiere ver. Más allá, mucho más allá de esta línea que sigue, hay manchas que se niegan a contornear cuerpos, formas… palabras que no sean: ultramar, corsario, marino… más allá del océano. Es tan blanco el blanco de la pantalla, que no deja entrever rostros, como los que se ven en toda superficie que no sea esta pantalla, blanca de tan blanca que solo las letras se atreven a… enmohecer el camino, posar para el incauto, lacerar con lo escarpado, pues hay palabras que no se quieren decir, espasmos que no dejan de merodear, pero aun con estos atrevimientos, más allá del horizonte plano del cursor que atisba, pero sin ver, hay plantas que se niegan a pisar, hay plantas que se niegan a salir, hay plantas que se reducen a focos encendidos, sin luz eléctrica para romper la oscuridad.

Así, el loro en el hombro del corsario, es lo contrario del gato boca arriba, pues el loro debe ir en el hombro del pirata cojo… el cursor lato y late cada segundo, como si atisbara más allá del cuadro que domina, como si espantara las ideas salidas de cuadro, como si se arrellanara en un soplo de brisa venido desde el teclado… estábamos en el loro del hombro del pirata cojo… cuando sean las doce del día, el pirata entrará en el cono de la abundancia, entonces, el Corsario mayor lo hará presa del silencio, ya que no puede haber un corsario con un gato boca arriba y sí un pirata cojo con un loro en el hombro… pasado el tiempo, ambos se encontrarán, pero no podrán saldar cuentas, una porque el Corsario rinde cuentas a la reina, otra porque el pirata cojo es un tipo ladrón de cepa; así, ambos caminan por caminos iguales pero separados por expedientes que se mecen en el armario de los caudales del gobierno.

La tecla vacía de nombres y de idioma se va quedando sola… al fin, todos tienen que rendir la cuenta a su superior, en este caso los dedos de mansalva.