Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La página



¡Por fin en blanco! Primero fui por la planicie, escuché cantos de su talle liso; en su esfera subí como un encordado, después amainó en mí, la idea de sortear por otros caminos menos esplendorosos… duele verla en blanco, duele tanta vastedad, después cuerpo sobre cuerpo: Y se volverán una sola carne. ¿Acaso harías daño a tu propia carne? Y nadie responde más que cuando se cuecen las habas por dentro. En el alma de la página hay duendes que caminan con banderas alzadas, cuellos silentes y vergas pintadas de negro, hastiadas de estar tensas; si te la quedas viendo fijo, enderezas la vela hacia el poniente, el cerebro reproduce sus propias imágenes, entonces los rostros aparecen con ojos salientes como la piedra por donde se lanzan al vacío las vírgenes de todas las épocas… mil un ojos atisban desde las esquinas, mil y un cuerdas de suicida esperan a que amaine el día; de noche, como salido del cuento de la página, se levantan entre medio sueño… soñar con los apagones lisos desde afuera, como el espejo que se mira por detrás y está opaco, distinto a un cuadro pintado sobre esa página con dedos y saliva; más allá de los rostros que saltan desde esta blancura en blanco, hay muelles que se desatan para esperar a la amada en el silencio… entre cada línea, hay un espacio pintado de soles saliendo del estertor, como si fuera una inocente subida al cadalso a la hora de pagar las culpas ¡Nadie es inocente! A la hora de morir, saltan al tablado todas la culpas del insomne, saltan hasta al madero que cala la espalda todos los duelos de culpas impagadas, toda carencia de tiempo en esta hora de relojes detenidos, los pasos acompasados, de laderas suaves como el vientre de la página que camina, como caminan los cursores en la soledad del espacio que domina. Y avanza; nunca retrocede si no es para alzar la guía entre suertes de candados, abiertos en la Mala hora de caminos que se abandonan a su suerte… por el camino que se abre; por la hendidura de lastres dejados por los dedos, hay quemaduras de silencio en cuellos alzados desde abajo; más acá, en donde aún no abren grietas a la blancura de sus piernas… levantadas desde lo blanco de su carne, se alzan cuellos abandonados a su suerte, cuellos largos de caballos largos como la encina que está al lado de la ladera donde se cuelan los payasos de la calle. Y la letra va, la letra abre bretaduras entre la carne en blanco, es como escribir sobre cauces de ríos abandonados a su suerte, pues la memoria del agua, dejó indemnes todos la acequias, pasmadas del estío; cuando vuelvan las aguas volverán a cercarse entre carnes abiertas, las letras del miedo a… vuelve como el remedio de todos los males, vuelve como si al hacerlo, se pagaran todas las culpas, un instante atrás, antes de la caída de la mancha en la página, levantada a cualquier hora en luces de estoraque, por entre esas lastimaduras se alzan los cuerpos, se levantan de su sudario, los amantes bebidos de saciedad hasta dentro de tres horas… los amantes de esta página, solo descansan tres horas, antes de alzarse de nuevo entre carnes abiertas como el libro de la tarde; no se cansan los amantes, se sacian como el rocío sacia a lo blanco de la blanquedad que se resiste y cae a golpe de dedo en mansalva de suertes tiradas a la calle… al arroyo de la calle abandonada como esta página salida de la nada, como si una suerte de espías solitarias se perdieran en este erial que recorres con los ojos, por líneas que no terminan en el horizonte… cuando se derrama en un sentido de veloces y raudos cometas con cola de serpiente, el hilo bestial de caminos incesantes… la línea avanza, las letras van cayendo una a una y las tablas, madero de cualquier  panadería, vuelve al trozo de letras leídas en la misa de gallo que cantó el temple de cura, sacerdote señalado para endiosar al santuario de lastres deshechos en la ventisca de este invierno salido desde el polo sur, para engrandecer a lo blanco de la suerte: la suerte del mago, la suerte del jugador, la suerte del pescador de hombres en la hora de enamoramiento de dioses venidos a esta tierra, desde donde nunca debieron salir jamás… toda ilusión es pasajera, dice el inocente a la hora del cadalso, solo hay mil y una páginas en blanco a la espera de teteras lanzando chorros de vapor a los fríos del invierno…  

lunes, 24 de diciembre de 2012

El muñeco de nieve



El Vocerío de la ciudad murmuraba el 24 de diciembre… la fiesta anunciada y esperada. El Centro de la Ciudad sin rumbo, el frío y el viento en todos lados; abrigos repegados al cuerpo.
En una banca solitaria un hombre pensativo miraba el transcurrir de la gente, que iba y venía con los paquetes; una señora parecía árbol con la caja de moños rojos a sus pies, mientras gritaba algo a un niño de nueve años. El viento ululaba; el ruido me llamó la atención y miré distraído los cables de alta tensión que rumiaban el paso del viento. ¡Uf! me dá igual!.
El aburrimiento hizo trizas mis ganas de mirar.
Recalé en mi cuarto a las seis adivinadas por el reloj en el que no paraba de brincar el segundero, el sol a tientas por entre las cerradas y negras nubes; lo imaginé jugando con el segundero de mi reloj.
Otro hombre caminaba por el medio del arriate entre el zumbido del viento, las sombras no lo libraban del frío y del violento aire haciendo remolinos por entre el pequeño bosque de laureles, y las hojas amenazando ruido para no caer. Se medio tapaba la cara con la solapa izquierda de la gabardina, la manga dejaba entrever lo enjuto de sus carnes, el hueso del codo se adivinaba por entre la tela. El viento inmisericorde golpeaba al hombre que se apuraba en taparse la cara y medio mirar para no caer o chocar con algún árbol por entre la arboleda.
 En mi cuarto traté de encender una vela, el pabilo caprichoso y arrugado no se dejaba atrapar por la llama humeante del cerillo, por fin agarró fuego e inundó la estancia, pareció que la luz frágil aminoró el sonido del viento entrando por entre las rendijas del techo que también zumbaba, como trayendo estertores de algún lado. Sin más que hacer me acodé en el quicio de mi ventana con la cara entre las dos palmas de mis manos. El hombre seguía caminando; había salido a un pequeño parque, en eso voltee y la vela dejó caer una gota. El cuerpo del hombre amenazaba ser arrebatado por el viento. La gabardina semejaba alas al viento intentando vencer la gravedad del enjuto cuerpo. Ahora, con la mano izquierda agarraba con fuerza su sombrero y con la mano derecha se sostenía la solapa tratando de buscar asilo en la comisura de su cuello huyendo del frío. El viento sonaba en el techo de mi cuarto cada vez más fuerte y lúgubre. El hombre se detuvo y las nubes negras se arremolinaron frente a su cara, pensé que se iba a dejar atrapar por la oscuridad de las nubes. La noche a punto de caer. El frío me hizo voltear a la vela en el preciso instante en que dejaba caer la segunda gota,  igual que la primera, quedó adherida a la mitad del tallo perlaceo. Afuera empezaron a caer gruesos copos de nieve, los niños de la ciudad empezaron a jugar con las armas hechas de bolas de nieve, retozaban y miraban, ocultos tiraban copos a los transeúntes. En mi cuarto la luz de la vela se tornó pálida ante el azoro de la inminente caída de la oscuridad de la noche; la tercera gota quedó congelada a la mitad del camino. Afuera el hombre avanzaba con lentitud por la nieve que inundaba sus piernas. Mi angustia hizo acelerar el tiempo. La cuarta gota llegó apenas a la mitad de la vela, ahora la nieve le llegaba a la cintura. Los niños alelados aventaban copos a todos lados y reían con fuerza. Fue un instante, en lo que voltee para mirar los túmulos blancos; en lo que me cubría del frío de afuera que acudió a mi cuarto y las tejas golpeaban con fuerza; en lo que el cristal de la ventana se empañó y lo limpié aprisa, el hombre estaba congelado a la mitad del campo congelado.  Logré reconocerlo por el sombrero que volaba al viento. En ese momento la flama de la vela se detuvo... otras gotas más... afuera los niños juegan con un muñeco de nieve y el sombrero vuela lejos a ratos deteniéndose.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Tatuajes



Caminaba por la ancha calzada, su figura se confundía con la arboleda del centro de la calle; en su bolso de mano, las tintas y el lío para soportar el dolor en una suerte de humos plagados de volutas, como si el aire fuera a ser el último destino; él la esperaba con las agujas puestas, mientras se liaba su propia fardo de cigarrillos para estar a tono con ella que pronto llegaría. Se hizo a un lado cuando pasó un hombre corriendo, no pudo soportar la mirada y su punto fijo en el mismo lugar: ambos voltearon, un instante al mismo lugar sin que se dieran cuenta… cada uno a lo suyo; estaba urgida, de esa urgencia que no distingue a la persona sino solo desea para ser entrada para dar las buenas noches así como si nada; caminaba aprisa mientras sentía desde su entrepierna bajar la humedad similar que la acosaba todos los días; su cuerpo: invitación al deseo, como si todos supieran que era eso lo que ella buscaba, como si todos supieran: no había en su camino, sino despertar de letargos desde la mañana, sino desesperación por lo mismo a esta hora, sino miramientos a ver quién se arriesga. Metió la mano a su bolso, pero no encontró la soledad precisa para pensarlo, ahora estaba urgida pero, acostumbrada a estos menesteres, por decir, bajo control para encontrar un buen alojo a su cuerpo pasado por suertes de lastres en ocasiones insalvables, ya llevaba varios moldes en la piel, dibujados en parte, por estar a como estaba ahora… era dejar ir al deseo por entre los meandros del sentir a la aguja por su piel abriendo surcos para depositar la semilla del color y así estar a tono cono los brazos que se abrían después de hacerlo, dejarse consentir con el deseo aplanado por el… pues haciéndolo así, de esta misma manera, es como encontraba alivio para tanta humedad ahogada en sus destierros para ver al hombre, convertido en galeno para esos dolores de fantasmas… camina, pero su prisa no descuida su paso ondulante por esta soledad tan sola que necesita ser abastecida: elefante que cuida las formas aunque su sed atenace su garganta. Ve la entrada de la casa a lo lejos, siente cómo a su paso se desvían todas las miradas, ninguna se abstrae, todas a una, hombres y mujeres tienen qué ver con ella y su paso, entre zapatillas que dan a su torno el paso que guía a su piel hasta el lugar. Llegando se desnudará, sentirá cómo la aguja le hiende la piel, lo hará después de fumarse dos cigarrillos; una vez embotados los sentidos reirá y reirá viendo como el pulso del hombre comulga con los colores, las formas y la forma de abrazar su piel con los dedos, para encabritar al demonio vuelto olor desde sus ingles… le ha dicho por teléfono que lo quiere en ese mismo lugar; el chorro de luz debe aluzar a su simiente como si fuera el sol, saliendo de su ocaso. Él abrirá el pliegue, azotará con el zumbido de la máquina y escupirá color en ese lugar, señalado por más de una razón, pues de seguro habrá tiempos venidos desde…

Está a punto de abrir la puerta; antes de pulsar la cerradura, lo ve; no azuzará al hombre providente, antes debe pasar el tiento del dolor de las espinas: aguja por toda su piel, la que va desde su ombligo hasta la pared de enfrente. Siente, antes de entrar como las agujas la envuelven, cómo los chorros de… se confunden con la sangre que brota del surco, como si se intercambiaran sangre por color; será una hazaña más, será ocasión para soportar, bien lo vale, lo que vendrá después… vale los minutos de escarnio para calmar esto que la enerva desde adentro, como si fuera cueva de ladrones escondiendo tu tesoro para mejor ocasión. El dibujo está comenzado hasta ahí, siente el deseo de que llegue más allá, de que toque con su punta filosa La ilusión de abril; terminado el asunto él la envolverá en el aire, pues no se puede estar pegada a algo después de hacerlo, quizá él llegue hasta ahí y el dolor impida que siga el intermedio, quizá se someta al dolor y se embriague con su cuerpo pegado al suyo en cuestión de abrazos solidarios, a fin de pernoctar una agonía más. Cuando despierte del sueño del dolor, cuando vaya al baño a lavarse las huellas dejadas por la aguja, entonces dejará que él la abrace así como quiere ser abrazada… ahora no, ahora no es tiempo de abrazos, está demasiado urgida y el lance de él le parecería, precocidad de adolescentes para ausencias del amor; por eso debe ser así, por eso debe permanecer así de calma por el premio que vendrá después; no lo quiere levantado de la cama antes de tiempo, quiere verlo abrazarla por detrás, desde su cuello, sentir la vaho de su olor, sentir esos brazos… enjambres en colmena para después de hacer el amor, se dejará penetrar mil y una vez, antes de despertar al placer de sentirlo por detrás como se abraza a su espalda para copiar mejor el dibujo que le tiene preparado para esta ocasión.

Antes de entrar saca un cigarro y lo aspira, el aire se vuelve contra ella, siente cómo su risa va resbalando por toda la acera, siente como si en la comisura de su boca rondaran abejas sedientas de miel, siente sobre ella al hombre que amenaza con horadarla antes de entrar. No, son sus sueños, no, son sus deseos adelantados. Voltea hacia la calle y ve la banca en el parque cercado, va y se sienta, cruza las piernas y se deja ir, se termina el primer cigarrillo, saca el otro y lo enciende a la vez, sin dejar apagar al anterior, vuelve a ver hacia la puerta y ésta se ha abierto… él también lleva un cigarrillo entre la comisura de sus labios, en su mano derecha blande la máquina que horadará su piel, un cosquilleo le va subiendo por su piel…

Ahora ríe a carcajadas, han pasado las horas, han pasado los untos de color; está acostada sola en su cama, no siente nada ya, sabe que dentro de una horas, cinco a lo sumo, sentirá otra vez llegar lo mismo de ayer…

martes, 11 de diciembre de 2012

Escote



La espiral es dura como un escote; el que lleva ella sobre los hombros, confundidos en suave nido de subidas olas. Entonces baja hasta el contorno de… las dos pupilas se meten a lo hondo, imaginan un cosquilleo bajo la tela; ella no se da por aludida, pero de reojo, emprende el vuelo de dos avispas: sus ojos que crecen como estatuas en solitario, para cuando vengan las mieles de otoño; en el zaguán hay un alambique, el alambique arde a los cuatro costados como para tomar del mismo chorro caliente quemando las entrañas, como si al hacerlo, se debiera más de la cuenta y se tomara a sorbitos porque el gaznate, alumbra unas uñas de gato rayando toda la superficie por donde rueda el caldo salido de esta mañana, en cuadrante con los pechos de ella y su talle como un torno perfecto. Él está sentado frente a su máquina de escribir, se entiende que son dos en la misma orilla del pasado, pues cada que pulsa su mano sobre sus pechos, salen borbotones de realidad a empeñarse en horadar el tiempo, este tiempo en que él escribe y el otro tiempo donde ella vive… aquí no hay usos horarios, sino el cursor marcando un tiempo igual al segundero del reloj que ha dejado de brincar y ahora late. Él imagina a sus hombros hechizos, imagina a la tela bajando sobre el pecho… sus dos pechos levantados a esta hora de la mañana como una serpiente se levanta cuando ve el peligro; él se pierde en lo negro del cursor y ve entre llamas a su cuerpo como una imagen que trunca los sentidos y una a uno van saliendo por intermedio de los dedos marcados con el dilema de la intromisión de pechos abiertos al aire como si fueran mariposas truncadas en vida por el otoño.

Más acá de donde luce en cuello y los hombros desnudos, el alambique se duele del olor a caña madura… madurada por el fuego que sale desde el hogar a calentar el caldo de azúcar por si faltare, en esta hora, otro cuerpo a quien adornar… ha de saberse: no hay ilusión sin cuentas a la vistas, cuentas pendientes para pagar entre dos, un mismo precio: el de saltar hasta este mundo de… sentidos que se advierten a sí mismos sin dejar de moverse como parte de este mundo de fantasmas; la habitación rezuma de la caña, los hombros semidesnudos, rezuman de esta orgía que son los ojos salidos del vientre de la oscuridad, para dar a luz todas las imágenes del sueño.

Hoy en la mañana, cuando habían comensales en la mesa del centro de la sala, un comodín se aprestó a plasmar en blanco y negro los sueños de la noche, era ella misma y él mismo a deshoras, por si faltaren, en el comienzo de toda la creación, fantasmas para ver más allá de donde se sale el talle de cuadro, pues se ha de saber: no hay imágenes sin sueño, ni hay idea sin sexo empotrado en las ingles, más arriba de donde amenazan los olores de invierno… frescos a retoño de lo futuro, en ciernes para la otra estación; al lado del alambique está ella como alelada por el viento solar de esta pequeña hoguera, si no fuera por esa pose, qué sería de los viandantes. La mañana se permea entre la niebla, del escote resuma el perfume de… quizá feromonas, quizá el olor sutil del cuello hasta la axila; en donde habían cuerdas, ahora hay escote a la vista; quizá debajo de la falda una cola de ballena entre sin saberlo a horadar las cumbres del hospicio; fue una noche iluminada por los vapores del cuerpo estremecido en cada ola por las arenas del litoral donde ella se acuesta… estaba sin nada entre vestidos interiores, bastaron dos nubes salidas del océano, para durar lo que es una semilla salida en estampida, bastaron dos hombros desnudos para endiosar al que barruntaba una tormenta entre telones, bastaron dos chisguetes para volver a verla así, con los hombros desnudos y los pechos anunciados, por entre las dos curvaturas de sus senos, ahora dormidos entre bastidores. Él imagina que entre esa curvatura que da la falda, debajo de la falda no hay ocasos, sino el torno desnudo del cuerpo bajando en alción para hoy mismo, cuando venga en su reino, cuadrar otra idea de ella… porque los hombros, la blusa apenas puesta, y la falda que baja, se meten a las carnes y no hay entre él y su cuerpo ninguna tela que avise si hay un más allá de estatuas solitarias a la hora del combate. Lo ojos se cuelan por entre la tela, se cuadran para penetrar entre la visión de vistas y cumbres y bajadas, plegadas entre sí, como si fueran los columpios de la tarde de ayer, cuando jugaba, entre lanzarse al vacío de mecidas para el mejor postor de aquella escena, bañándose en la playa, después del mediodía, cuando los machos comienza  la estación del verano de la vida. Ha pasado el tiempo, el escote se volvió otra cosa, la falda bajó y se fue caminando por entre las poses del palacio primaveral de estrella polares por el concierto, el escote dejó a la luz esos galgos sonoros de primera estocada del infierno, hoy, ahora, han quedado entre líneas duras de tangas en medio de las carnes, esos deseos que ayer fueron enhiestos potros sin freno por la playa, los escotes durmieron… el escote de ella pervive hasta este río incesante de voces animadas por el vaivén de cultos enamorados de su propia hechura. Él la ve y ella se deja ver, se voltea a ver el horizonte, él no se entera, baja la vista hasta el talle y ve entre alzaduras de veneno, otra vez el alambique de caña: el olor de su axila rezuma desde el chorro caliente que entenebra…

martes, 4 de diciembre de 2012

La soldadera.



La luz… el haz de luz cae al centro de la esfera. Te encuentras en medio, como si fueras la comedia del instante. Alrededor del haz de luz, sombras; tu cuerpo refleja en claroscuro parte de esa luz. Imaginas un canario salido del estante, imaginas un cubil de fiera, imaginas una cueva donde yace una serpiente… No, eres tú con tu pipa vacía, después de haberla agotado en pos de ¿Quién? Ilusión de escolapias caminadas por un camino incierto y solaz y solitario.
Más allá de la pared de enfrente, una puerta se permite invitarte a abrirla, pero no estás para ausentes, no estás ni para ti misma; has rendido la cámara de adentro… lo que lleva dentro, has insuflado tus pulmones con el humo sagrado de esta pipa, sagrada porque aligera los pasos de los gatos de la azotea.
El comensal se ha ido, se ha ido sin ti… a como llegó, sin ti… se fue sin ti y sin deshojar memorias en palabras para azotar esta impía soledad que abres al balcón de tus ideas dormidas, por si acaso.
Te pidió que le contaras un cuento después de hacerlo y no te acordaste de ninguno, de ninguno de los que vuelan en el… para dentro de unos días.
Ahora estás sola, la luz del centro apenas refleja una sombra sobre tu cuerpo como aquellos cuadros en claroscuro; quieres ver tus piernas, quieres ver tu abdomen, quieres ver tus brazos, pero no alcanzas a dilucidar si no los ves por el tenue rayo de luz que apenas se duerme entre las sombra o por el efecto somnífero de la dosis que fumaste después de que él se fue… No, no lo alcanzas a dilucidar.
Entonces, como salido de la oscuridad de la esquina del cuarto, se abre una ventanita; alcanzas a oír al de turno que te dice:
––El que sigue… mitad para ti y mitad para mí.
Deja los billetes verdes y se va, no sin antes cerrar otra vez la ventanita disimulada entre una pared y otra en el vértice de la esquina. Te levantas y vas al espejo manchado al otro lado de la habitación, sacas de tu neceser lo óptimo para cruzar este océano, lo logras, te cepillas y te lavas las manos, en el preciso momento en que tocan a la puerta.
––Ya está ahí ––piensas.
Y sí, corres a la puerta, descorres el visillo y ahí está: ojos tristes, tez amarilla, cuerpo enjuto; desde su mano larga y hueca escurren otros billetes y tú le dices:
––Ah, quieres jugar…
Entonces, desde sus labios se asoma una sonrisita de papel, y de inmediato, abres la puerta.
––Desnúdate ––le dices, sin que termine de conocer la estancia.
No te hace caso; va y se sienta al lado de la almohada; como no estás para… te desnudas, él te ve de reojo sin clavar sus ojos en el sitio, pero refleja una ansiedad por algo, sus ojos pequeños y tristes, su boca arqueada hacia abajo, te dice que busca un refugio. Te vuelves contra ti y remolona, vas y te sientas a su lado… el billete de a cien que te pasó bien lo vale, pero no estás para…
Ya cuando estás a su lado, lentamente voltea la cara para verte de cerca, para ver de cerca tu rostro inmaculado por lo que obtuviste del neceser. Nada sabe de ti ni tú de él, pero la pregunta que te hace te deja helada:
––¿Quieres platicar?
Abres los ojos en señal de sorpresa; él no se inmuta y te vuelve a repetir la pregunta… Pretendes no hacerle caso, pero él insiste:
––Quiero oír tu voz.
––¿Para qué quieres oír mi voz? Nunca hemos hablado para que te atraiga y acaso el recuerdo te atenace para volver a mí ¿Por qué quieres oír mi voz?
Él adivina tu pensamiento y dice:
––Sólo quiero volverte a escuchar; sí, no te asombres; tu voz debe de sonar igual, igual a la de todas, pero yo vengo de un lugar donde me prohibieron oír… me impidieron escuchar voz de mujer, ahora, antes de volver a ellas, debo escuchar su voz, la voz de todas ellas, el timbre pálido y sonoro que hace que uno se mantenga en su sitio, como soldado de punto, esperando a un enemigo que nunca llegará… vengo de ese lugar, de esperar por años a un enemigo que nunca llegó, pero todos temían su llegada; fui el que dio el mejor grito: ––¡Caaabo de turno!, pero nadie oía mi voz, hasta que un día llegó al cuartel una mujer, igual a ti: con una voz encerrada para sí, con una voz no dicha ni oída por nadie más; me enteré cuando le dijeron al general:
––Viene del mismo lugar.
El general se me acercó adonde estaba yo de punto y me dijo al oído:
––Ella es de parte del enemigo que esperábamos ¿Por qué no diste la voz de alerta?
––La verdad, yo solo la vi pasar por el umbral del cuartel, y me quedé esperando su voz, que me dijera algo, pero como era una mujer, la dejé pasar así nomás.
––Ya ves ––dijo el general–– por no haber avisado, ahora tendremos que fusilarla, si no, quizá hable y con su voz domine a todo el cuartel.