Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

lunes, 29 de abril de 2013

La coleccionista.



…Va, la acuesta en el diván… la ha desnudado y solo están a la vista sus bragas, su mechón en la frente y sus piernas.

Abre el botiquín y saca las tijeras, las bolsas de cierre hermético las tiene en la mano izquierda.

Entonces, con sumo cuidado, corta el mechón de pelo de la frente, lo mete a una de las bolsas de plástico, va y lo guarda en el closet, donde yace la caja escondida para cualquiera que visite su cuarto, ahora en ciernes, pues está en lo alto de su guapura… ya lo ha hecho con el espejo y ella de fondo, más bien su cuerpo que yace como dormido.

Salió a las doce de la noche, en el ritual de cada semana… de las sábados de cada semana para ir por las mejores: ración que aumente su tesoro para guardar en él sus copias de encanto para horadar las piernas de ella que luce como la que está al centro de la mesa aguardando lo que sigue, pues ya lo ha hecho viendo sus nalgas, viendo sus tetas al son del nácar de su cuerpo en los veinticinco que cuadran la cara de la interfecta que flechó en la calle, después de haberla seguido por varias calles y mirar incautas pasar; de ahí seleccionó la menos… la que mejor traslucía sus bragas de punto muerto entre las ligaduras de sus… lugar que la endiosa pues… ella se lo ha visto en el espejo de noche en los días que median entre la vigilia y la caza de serpientes por la calle para adosar la idea de que es ella la que duerme en esta vigía de sereno.

Ahora, abre el arcón de recuerdos, jala la manija y salta el cajón hacia fuera; ya ha marcado la fecha y la hora y le ha puesto un nombre: Alicia.

Ahora faltan las bragas hincadas sobre la metedura de sus nalgas que endiosan la carne a la vista y ella siente el cosquilleo en el mismo lugar… por fin vuelven las ganas. El cuerpo está frente al espejo que da a toda la estancia pues cubre toda la pared de enfrente de su cama.

Saca otra bolsita de cerradura hermética.

Antes va al espejo desde la penumbra, de adonde saca un diez por carnes tan anchas, pero para eso la tiene aquí postrada y la ha visto y se ha entrado en sus carnes como un ángel que visita su cuerpo… el de otra y la penetra con el pensamiento pues se ha de saber, ella asiste porque dios no le dio este cuerpo, sino el que lleva puesto y que desprecia por ser tan enorme.

Lo recuerda, recuerda al instante en que pasaba. “Ella es”, se dijo, mientras abría su bolso de mano para asegurarse que era la misma pastilla usada en otras ocasiones.

Le hizo la parada y le insinuó una cerveza a eso de las doce con catorce minutos de la noche que avanzaba en las calles del centro de la ciudad.

…Y sí, fueron a la cantina de siempre y se bebieron como diez cervezas, y en la onceaba, dejó ir la bolsita… es decir el polvito que guardaba en la bolsita.

Cayó al suelo inundada de sueño y ahí fue cuando pidió ayuda para llevarla hasta su auto, ya ahí, en su auto, la vio, le subió la falda y le vio las bragas negras, las que tanto la alocan para instantes como este.

Metió el auto hasta la cochera, ya ahí fue fácil ––por su corpulencia–– meterla a su cuarto para que la viera el espejo, no pudo resistir tanta… fue y se desnudó en sus carnes somnolientas y lo hizo a solas desde la penumbra, pero como el abasto no llegó, lo hizo en jadeo hasta en tres ocasiones viéndola entre ella y el espejo… ahora viene el punto final.

Va hasta ella y con sumo cuidado le va jalando las bragas hacia abajo de sus piernas, las saca, las huele en profundidad, las deja un  momento, va y saca otra bolsita de plástico y saca una etiqueta y le pone la fecha y la hora y el nombre repetido: Alicia.

Antes de guardarlo se calza las bragas, se le hienden entre las nalgas el hilo que ha olido y mentido por su olor ha sentido el calosfrío que le pide más; entonces mete sus manos por entre las bragas y endiosa el cuchillo: sus dedos, uno en especial y roza con la yema mientas siente en sus carnes de abasto este furor que le encuerda para otro momento.

Por fin termina; saca un billete de a cien y le dirá que se quedó dormida y de entre su closet nada dirá lo que guarda, la llevará hasta la estación con sus propias bragas de ella calzadas con inocencia, pues son grandes para este cuerpo tan pequeño y tan lleno de…
 (Mamá se fue en el tren, ya está a la venta en amazon.com)

miércoles, 3 de abril de 2013

El coleccionista



Mariposa empotrada en la mirada… el coleccionista avanza con su red tenedora de estambre; encumbra el gozo de verla, a como la verá dentro de media hora.

La vuelve a ver y mira sus alas como en pos de una inocente rama: banca del parque para pernoctar esta agonía de ser asaltada en ciernes para curar un sinfín de alas desde la vulva hasta el vientre, dejando intactas las alas.

Vuelve a posar la mirada y le entra el sueño de que es la vulva.

Va con su red… palabras dichas al son de. ¿Cuánto quieres?

Y ella camina con el bolso en ciernes; la postrará en su mesón de disección, alzará los bíceps, y cuando esté echada hacia atrás abrirá la vulva con el cuchillo para ver más allá del cuello de insaculado aroma y olerá antes de que… para entonces, habrá sacado lo demás del saco, habrá endosado la espina dorsal hacia el lecho marino de sus sentidos que asocian al coleccionista con este médano de solo calcinando las entrañas de la mariposa en alas que ahora vuela y se ensancha y cuela por donde quieran sus ansias de ser pagada con un cordial billete de a cien, pues se ha de saber: el coleccionista solo pone la trampa: un alelín de miel para que sorba de ahí y sin más se retire, vuele hasta el lugar donde se muestran las redes de cazar mariposas, hasta el lugar… cañón de paredes donde solo alcanza la mano para decir que siempre va en compañía de este frasquito de miel, para adosar la idea de que está soñando con lamer y lamer de la otra miel que escapará, en ese caso, dentro de media hora, lo que dure el viaje de aquí del parque solitario hasta su mesón de disección.

Por fin avanza, vuela, va hasta el rozón de hilera que guarda la red para las alas; la empotra en ciernes, la abalanza, la saca del hilo bestial donde acomoda las alas: extiende la mano y da de la miel, en el billete va la invitación a soñar un sueño de…

Por fin se dirige con su tesoro a cuestas hasta su casa.

Llega.

Saca el cuerpo de la mariposa en alas de seda, la tiende sobre el mesón; extiende sus alas y las sujeta con el trinche de hierro que cruza de par en par las alas. Se ve la vulva al aire, abierta como un arcón, toma el cuchillo de filo finísimo, disecciona desde la vulva hacia el vientre, cruza una raya con el hilo entre los dedos: filo de cuchillo de encantador de serpientes; la mariposa se da vueltas, quiere destrabar sus alas agarradas por los sujetadores de hierro, no logra nada, sale de la miel de entre las curvas de la vulva, él lame y lame, corre el cuchillo hasta el vientre y saca de ahí lo que le sobra al cuerpo para que seque de por sí lo que ya está hecho.

Las alas lucen arpías para sus ojos, no sabe de adonde sale tanto rubor tornasolado, va a la ventana, afuera sopla un viento primaveral, espía a través del visillo de la cortina, corrida con los dedos como se corre él lamiendo de esa miel… ha terminado la disección; ahora falta lo mejor, endulzará un plato de fritanga con el mejor postor de carne hastiada del cuchillo que la abrió desde la vulva, comenzará por ahí mismo, seguirá con más arriba, luego, lo que sobre, lo tirará al horno, menos las alas, pues guardan esos colores en falda al viento como si de entre sus… manara el olor de su alcoba a ciertas noches de verano, cuando se hincha de veneno para pasar las ganas de ir otra vez hasta el parque y traer otra mendaz, que se asome a su lecho de la banca, se anime, se pose, se lama de gusto de mirar, vaya hasta el cuerno de la abundancia y por fin caiga en la red de espera…

Ahora va, saca las alas del tenedor, las tiende en el closet, las ve y se arropa en su colchón de acero, no ve hacia fuera, tardará otros siete días en ir otra vez al parque por otro desliz…

sábado, 30 de marzo de 2013

Isla mujeres (frgmento)

Esta consumida. Lo hizo en dos horas y media. Of the record se venera. Luce su espigado cuerpo en aras. Ahora estancia altiva después de haber viajado por todo el teorema de una carne sola. Ahora no mide, no cuenta, no relata. Sola asiste a ser en el latido suave, acompasado. Se ha ido el pleonasmo del tardío beso no llegado… tampoco pedido ni esperado. Ruega un silencio para su estadía, ríe tímida. Otra vez se sueña, se acurruca en ciernes de tormenta ida. Ahora se mide en toda la extensión de la palabra. Se comide, sueña que es pasada. Se ensueña, se barrunta para ser ensalmo de un espanto horrible. Su pensamiento luce vacío… nada asiste al sueño que la acecha. No moja en numen su pensar. Simplemente está. No relajada. No soñada. No satisfecha: suspendida. Él no está, se ha ido. Ella quieta. Nunca soñó estar así: suspendida. Cada vez es distinto. Cada mes en plenilunio. Cuando no hay nada que la asista se recuesta en sí misma al olvido. Se olvida para sí misma. Se rememora en el instante ido. Y en el clímax de la venganza… podría ser una venganza su estadía. Regalo de nada, de todo para ser vidente. Suave es otra imagen sólida, actuante. En remilgo no permite menos que un beso en la espalda. Nada. No piensa. Como duende sin rumbo se sueña aturdida. Guarda su tesoro en el olvido. No está triste, solo ida. En barrunto de tormenta –como aquélla– se dice a sí misma que sueña. Pero no sueña. Simplemente se deduce. Estará en la carretera de… como a las… se dejará ir como en bastiones. Luego el cenote que tanto la obsesiona… laguna negra de acecho en la tornada. Le hará la parada sin escarnio. Se subirá al auto de colores. Irá de meta en meta… línea de tormenta y baile a las diez. Sin importarle el qué dirán. En compás de su propio rumbo –ahora– se busca. La opinión de los demás no le basta, ahorita ni la de él, en llamada de auxilio. Escuchará la voz del instinto. Cuando él le diga: “Habla. Estarás en niñez prevaricada. Hoy soltera como abasto, a lo mejor me eliges. Pero es mejor así. Que detones en tu voz la mía. Te pondrás de hinojos ante La Pareja de Estocolmo. Mantén la calma. Lo sé. No soy nadie en tu vida. Me aseguro de que me tomes en cuenta para el viaje que pernocta en emergencia. Lejos del calor de la carretera. Piénsalo. La hacemos entre los dos… si al fin ya hemos compartido todo, podemos compartir lo demás. Estarás con una bata Hindú de flores blancas… rojas si tú lo quieres. Lo haremos a como nunca has querido, deja probar mi propia inocencia en medida de saliva. Acude a mi llamado en do menor, a lo mejor ondeo mi cabeza y la tomas con las manos entre tus manos. Iremos en motor batiente como a las doce. Estarás acurrucada en una colcha suave en el asiento de atrás. Luego el cenote que me has platicado. Detrás habrá quedado la laguna negra de Estocolmo. Habrás aumentado un cobre enseñado. Estarás como una ojiva en su cenáculo. Esperarás en la carretera al paso del país de un solo avión. Luego, como si fueras neutra alzarás la mano en un ademán altivo. Te enroscarás en tus manos como ahora que asientas. Te sentarás a meditar sobre el marasmo, lo único que te endulza; sabrás remendar instante sobre instante. En generación de amigos te adentrarás al numen de tus sueños. Ya no mirarás tus senos; columpiar una imagen y tu árbol empedernido, será la seña que persigas como si fueras niña. Ese mismo día empezaré para ser espía de tu sueño amodorrado en entrecejo. Si lo permites te pasaré la mirada por entre pliegues de estulticia. Mientras despiertas, meditaré sobre el vigía que me acecha, diré una oración a la palestra, mi razón la ciencia de mi orgullo pisará un áspid sobre la fauna silvestre del campo inerte a la hora del cenit. Te encontraré desde la falda hindú hasta tus pechos dorados en aureolas profundas y escasas. Dilataré las venas a 120 kilómetros por hora en la hora del espasmo violento y sacro… me habrás quitado la barba cerrada, me habrás robado mi sombra de ermitaño; una tolvanera anunciará –afuera– la cercanía de Xpugil… muy lejos de Ixhuatlán, en la cercanía de tu carne muerta como ahora. Adentro, un frío de soledad desierta como la carretera que quieres cruzar sola. ¿Por qué no permites mi acompaña? ¿Por qué me encierras en este misterio de salir en verano?... y solo. ¿Y si te encuentro? ¿Por qué condenarme al resquicio de una venganza alegre? En parte estaré contigo como ahora. Desde aquí te digo: ¿por qué me entregas al dilema de tú o el olvido? Esperaré a que te encuentre entre los pliegues de la colcha. Erguida, como siempre, pronunciaré las silabas de alcázar como si fueras la Torre de Babel. Enseguida de tu nombre irá una coma, por si faltaren los puntos suspensivos. Ahora luces alegre como cuando tomo el matraz del incendio; en cirrus cumulus nimbus, esconderás un ademán de insulto. Quizá baje la escalera de mármol entreabierto. Te detenga el paso hasta tu talle y te diga: “¿Quieres ir?” O me reclames por revelar al público nuestros secretos. Desde el balcón nadie se había dado cuenta. Así frente a frente no podremos fingir lo que tanto predicamos en silencio, entre manos- cómplices. Anoche dormía yo en el hotel de espacio abierto. Mientras me frotaba lo pensé. Me tengo que volver común con tu… nada de iras, nada de marasmo, nada de estuco; todo en su haber intenso de edición tardía. Habré dejado todo: mis miradas desde el balcón, mi mirada perdida entre tu talle y tus Manos Nórdicas. Te veré con tu coca cola presta ¿Y “La chispa de la vida”? Ausente como siempre. De nuevo a tu espaldar embejucado y violento… entregado. El hombre que te mira cuando pasas, se atreve a insinuar como la Pareja de Estocolmo, sí, la misma pareja de la que tanto hemos platicado. Será un juego en el que tú estarás en la Cordillera de los Andes. Entumirás tus huesos al lunetario del ensalmo, en tercera llamada estarás a como siempre has estado: rumbosa y con estilo. Ya te veo como si estuvieras clamando venganza por no haberte esperado. En tu columpio de estaca estarás como en tu casa ¿Regresarás? Quizá no… a lo mejor nos vemos en los cenotes de colores, lejos de la laguna de Estocolmo… Catemaco que te vuelves chisme. Ahora sigues como ida. Estás ausente de ti misma. Lo sé… compartiste conmigo la elucubración de tus caminos perdidos. Enviaste el sobre sin remitente, sin destino. Me sonríes entre cejas. Me dices: “No lo divulgues”. Allá en la sombra del gato triste, la que te platiqué, allí mismo bajaremos los cristales del auto. Te soplará el ventarrón caliente en plena cara. Bajaremos los pies al xhashcaab tan blanco como la arena de… y tan frío en los pies ruborizados. Piénsalo, te preguntará: “Quién te enseñó a caminar”. Tú le dirás que es natural, que es un don de Dios. Así mejor para que la plática no se alargue más de lo convenido. Ella te lo agradecerá, mientras duerme la siesta que se antoja después de hacerlo así de violento y despacio. Si se enamora, le dirás que sí pero de cuando, nada. Así no perdemos su amistad… no creo que quieras irte a vivir a Estocolmo, por más que lo confundes con Catemaco. Inconforme contigo misma… no es la misma barba de candado, es otra cosa. El lenguaje es frío y visceral, nada de arrumacos, mucha ceremonia para dos entregas. A lo mejor se vuelve un misterioso dilema de sobre con saliva. Haremos una relación promiscua…

miércoles, 20 de marzo de 2013

Salamandra



¡Mátala, mátala! Decía entre sueños y yo la oía despierto cantar su canción de noche. No había machetes a la mano y su canto sonaba igual cada noche.
Un día, me dijo: Ya la maté. No la soportaba más, era una mezcla de horror y náusea, pero yo la seguía oyendo en las noches y viéndolas como se apareaban y como se nos quedaban viendo cuando lo hacíamos y su canción llegó a aburrirme, pues era opaca y monótona, salvo que siempre estaban en la ventana y no se dejaban ver cantando, solo era viable verlas cohabitando o cazando arañas sobre el techo. Otro día, se levantó bruscamente de la cama, fue por la jeringa llena de veneno y alzando la cortina de la ventana la vi como echaba un chisguete del veneno en contra de la más grande. Cayó al suelo y se retorcía, ella entonces tomó otra jeringa y la llenó de ron de la botella de donde yo bebía… no moría, entonces ella le vacío la jeringa de ron en su piel blanca y transparente; me volví hacia ella y le dije: Mátala de una vez.
––No ––dijo, mientras se levantaba de la cama e iba hasta la cocina por el cuchillo filoso y nuevo.
––No la vayas a cortar con ese cuchillo, me da asco ––Le dije.
––No lo quiero para cortarla ––me dijo–– estos animales saben de sexo; la he imaginado lamiendo mis pies y las he visto comerse el papel de baño empapado que tiras en el sesto después de hacerlo.
Yo traté de hacerme el desentendido pero no pude. Así, amaneció y el día se fue despacio por entre los vientos del sur de la primavera de ese año… el año de su recaída.
En la noche de ese día, me fui temprano a la cama; puse el climatizador y apagué las luces; de inmediato comenzaron a cantar sobre el rumbo de la ventana… la luz de la calle se colaba hasta la habitación, y en la penumbra, se veían sus cuerpos pasar y pasar adheridos al cristal de la ventana, yo me las quedé viendo alelado. Me impresionaba que les gustara la oscuridad y el eco de su canto entre la penumbra, acaso reflejado su cuerpo a través del ventanal; ya sabía yo que el canto era de la hembra llamando al macho para acoplarse.
Antes de seguir debo decir que ella odiaba las películas pornográficas; llegó a decirme que eran las mismas de la pantalla, acoplándose sin orgullo, igual a como lo hacían ellas. Un día, estaba yo frente a la pantalla, viendo una película porno, en el fondo musical se oía a Edith Piaf, cantando La vida en rosa… debo decirlo… la escena era bella, la mujer era esbelta y el hombre la hacía gemir de placer… ya se sabe: en esos tiempos todo era así: superficial; pero la voz de La Piaf, me extasiaba, hasta que hubo un momento en que solo veía a la mujer y escuchaba la canción; imaginé una escena triste, imaginé una escena malsana, imaginé un trueque del productor: a cambio de la canción, la escena triste de los cuerpos… De pronto ella entró a la habitación, se sentó a mi lado, y se quedó viendo la película; dos minutos después lloraba, le pregunté por qué lloraba y me dijo que le producía una enorme tristeza la escena de cuando ella se postraba en la cama para lamer el falo del hombre, en ese instante la voz de Edih, sonaba melancólica… por estar tan embebidos viendo y escuchando, no nos dimos cuenta de que en ese instante, en el ventana se deslizaban los enamorados; ella me dijo: ¿Ves como escuchan la canción y de seguro ven la escena de la pantalla?
Yo me quedé callado, no podía encontrar la relación de ellas apareándose sobre el ventanal hacia la calle, lo voz de Edith Piaf y la escena de los pornófilos: ellos y nosotros… no alcancé a terminar, ella fue y apagó la pantalla… se quedó como alelada escuchando el canto de la hembra… por enésima vez en esa noche.

jueves, 14 de marzo de 2013

Habemus papam



Te sientas… alzas desde tu cubil, la espera de tu orgullo, no hay en esta hora, más que síntomas de respiración; en el caudal de tu nombre, va inserto tu cuello de armadura; si conviertes a tu religión, al que te da la mano, entonces has dado el paso gigante de pose por si acaso.

En tu frente hay laureles de insidia por el triunfo de los pecados terrenales; por en medio de las hojas, se ven los trances del tiempo, en una hora caudalosa para mejor ocasión… la ciencia es el orgullo de la razón que te asiste a toda hora, en tu mirada ves la flecha lanzada de antemano.

A la sinagoga dan salida calles en desventura, en su interior hay sillas vacías; nombres nuevos pululan en pos de las personas, unos salen y otros entran, todos, arrepentidos de decir el nuevo nombre… los nuevos nombres que nombran lo antes innombrable.

Tú te desvives por parecer intacto por la hora nona, sin embargo, el cadalso ha sido testigo del nacimiento de los nuevos nombres que pululan; han caído en desolación los fantasmas, nuevos dioses se aprestan a salir, mientras te arrumbas en la esquina de todos los que habitan esta hora desamparada de los objetos que vagan sin nombre… quien quita y te apoderes de uno de esos nombres y des auxilio a los provocadores de sueños en tactos indeseables. Y te abalanzas como no queriendo para subir hasta el cielo, y te encumbras cual papalote para pasar a tomar el lugar del que circula en este lado del mar, en tercera medida de su nombre, y te nombras solo y te endilgas el nombre de tu nombre y repites la escena del fuego que arde sobre sí mismo, sin saber que hay en su rescoldo cuentas por pagar… te izas y te vas, y aquí en la tierra hay sucedáneos que sucumben al clamor de los incordios.

El fuego se ha quedado solo de ti; no hay en sus rescoldos más que la savia de tu mano, de tus recuerdos, del recuerdo de tus voces, del recuerdo de tus laceraciones exprofeso, de tus gritos a deshoras, de tu blasfemia, para poder así, transitar hacia lo hondo del tiempo que queda por seguir, pues desde el instante en que salvaste a tu creador, incubaste al Nuevo que vendría en tu nombre a pedir por todos los pecados.

Te leíste de corrido todo.

Fuiste a las mismas fuentes.

Y regresando desde allá, sucumbiste al espejo dador de todas las imágenes, pues te convertiste en sueño de todo embaucador con palabras salidas a deshoras.

Ahora todo está hecho. En este tiempo que calcina y que no sabe… no se sabe nada de él, encierras en tu puño un vómito de sangre, encierras en tu corona, los dolores de… cuando fuiste concebido en sueños como el cuento del que no se sabe su autor, pues es sabido: nada puede salir, si antes no ha sido nombrado.

Ahora eres el fantasma de tu novela no escrita por ti, pendiente de que otros, vengan a decir lo que de por sí ya es escándalo, en la denostación de todo otro nombre sin prisa de ser llamado en mansalva.

Y surtes de luces a tus ojos, de luces desorbitadas que merodean a los viandantes; en la esquina de donde te arrodillas, hay otros al lado de ti, comulgando sus temores… los mismos que ves en ti a la hora del cadalso.

No muere el insomne, muere la sombra detrás del plenilunio. Has oído las plegarias, sabes a lo que te atienes, sabes el camino que buscas, sabes de las mentiras que dijiste, sabes de mejor ocasión para negar al que te dio la sombra, así, con todo esto, sabiendo lo que te arredra, sometes a todos al dictado de las palabras dichas para inventar otros… años de cordura a través del loco de la calle que grita y se desgañita por maldecir los otros nombres, los otros distintos de tu nombre, pues es nombrando como alzarás la capa y verás lo que hay debajo de ella y sortearás los caminos, y pernoctarás bajo el techo humilde del miedo, el mismo que no sabe decir, porque su vacío es igual a su angustia y a su saber y a su rastro de vida en esta vida.

La inmortalidad ha llegado a colmar tu angustia; ya no eres quien se atreve a merodear los muros del templo como un idiota; ahora eres el nombre sacado de la chistera, eres quien da la mano a toda provocación para rectificar los caminos de salvación, pero el nombre nuevo solo salva a uno; es colmando la angustia como se accede a lo eterno y he ahí que lo has logrado, has avanzado hacia el cielo: hablarán de ti, te escucharán, vencerás después de muerto, pero la soledad será tu cruz, la que inserte en cuentas colgantes, uno a uno tus pecados.