Paraíso.

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miércoles, 3 de abril de 2013

El coleccionista



Mariposa empotrada en la mirada… el coleccionista avanza con su red tenedora de estambre; encumbra el gozo de verla, a como la verá dentro de media hora.

La vuelve a ver y mira sus alas como en pos de una inocente rama: banca del parque para pernoctar esta agonía de ser asaltada en ciernes para curar un sinfín de alas desde la vulva hasta el vientre, dejando intactas las alas.

Vuelve a posar la mirada y le entra el sueño de que es la vulva.

Va con su red… palabras dichas al son de. ¿Cuánto quieres?

Y ella camina con el bolso en ciernes; la postrará en su mesón de disección, alzará los bíceps, y cuando esté echada hacia atrás abrirá la vulva con el cuchillo para ver más allá del cuello de insaculado aroma y olerá antes de que… para entonces, habrá sacado lo demás del saco, habrá endosado la espina dorsal hacia el lecho marino de sus sentidos que asocian al coleccionista con este médano de solo calcinando las entrañas de la mariposa en alas que ahora vuela y se ensancha y cuela por donde quieran sus ansias de ser pagada con un cordial billete de a cien, pues se ha de saber: el coleccionista solo pone la trampa: un alelín de miel para que sorba de ahí y sin más se retire, vuele hasta el lugar donde se muestran las redes de cazar mariposas, hasta el lugar… cañón de paredes donde solo alcanza la mano para decir que siempre va en compañía de este frasquito de miel, para adosar la idea de que está soñando con lamer y lamer de la otra miel que escapará, en ese caso, dentro de media hora, lo que dure el viaje de aquí del parque solitario hasta su mesón de disección.

Por fin avanza, vuela, va hasta el rozón de hilera que guarda la red para las alas; la empotra en ciernes, la abalanza, la saca del hilo bestial donde acomoda las alas: extiende la mano y da de la miel, en el billete va la invitación a soñar un sueño de…

Por fin se dirige con su tesoro a cuestas hasta su casa.

Llega.

Saca el cuerpo de la mariposa en alas de seda, la tiende sobre el mesón; extiende sus alas y las sujeta con el trinche de hierro que cruza de par en par las alas. Se ve la vulva al aire, abierta como un arcón, toma el cuchillo de filo finísimo, disecciona desde la vulva hacia el vientre, cruza una raya con el hilo entre los dedos: filo de cuchillo de encantador de serpientes; la mariposa se da vueltas, quiere destrabar sus alas agarradas por los sujetadores de hierro, no logra nada, sale de la miel de entre las curvas de la vulva, él lame y lame, corre el cuchillo hasta el vientre y saca de ahí lo que le sobra al cuerpo para que seque de por sí lo que ya está hecho.

Las alas lucen arpías para sus ojos, no sabe de adonde sale tanto rubor tornasolado, va a la ventana, afuera sopla un viento primaveral, espía a través del visillo de la cortina, corrida con los dedos como se corre él lamiendo de esa miel… ha terminado la disección; ahora falta lo mejor, endulzará un plato de fritanga con el mejor postor de carne hastiada del cuchillo que la abrió desde la vulva, comenzará por ahí mismo, seguirá con más arriba, luego, lo que sobre, lo tirará al horno, menos las alas, pues guardan esos colores en falda al viento como si de entre sus… manara el olor de su alcoba a ciertas noches de verano, cuando se hincha de veneno para pasar las ganas de ir otra vez hasta el parque y traer otra mendaz, que se asome a su lecho de la banca, se anime, se pose, se lama de gusto de mirar, vaya hasta el cuerno de la abundancia y por fin caiga en la red de espera…

Ahora va, saca las alas del tenedor, las tiende en el closet, las ve y se arropa en su colchón de acero, no ve hacia fuera, tardará otros siete días en ir otra vez al parque por otro desliz…

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