Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

martes, 22 de enero de 2013

Oscura



Quiero ver mi lado oscuro, dijiste y agregaste: no es lo mismo hacer que decir; descubre en mí las palabras que te llevan por los pasos perdidos… por cierto, yo los inventé. Camina por entre los pliegues de hormigas que devoran mi piel al contacto de tus manos, mira cómo enciendo las hogueras de azúcar para atraer al comedor de alpiste en la mañana, y en el tarde, comedor de… rendidas en un plato de lentejas. Tú me pagas y yo me desvisto ante esos ojos que estarán latentes por si acaso, veré en sus ojos la vergüenza de su deseo y yo, alelada, te sentiré dentro de mí como esas miradas cohibidas, que se arrodillarán ante la pared, para ver de reojo aquello que los humilla ante mí, la poderosa por poder hacerlo frente a ellos y verlos así rendidos, mientras tú me penetras por doquier, sin que haya en sus miradas más que miedo y dolor y placer contenido, por aquello de ser primerizos y ni el alcohol, puede con tanto arrobamiento de estas mis entrañas poderosas, que se dejan horadar, esta vez sin el sabor anacrónico del… asunto escondido para dentro de nueve meses. Ellos así lo hacen y, cuando están a punto de llegar, mil imágenes de parto acuden a su memoria por tratarse del mandato de su dios, para salvar el pecado de desear por el que ellas se postran día y noche ante el arrobamiento. A mí me verán como animal, rugiendo mis deseos al ímpetu de tus entradas en combate, de tus rumiajes de toro que no lame sino de la escoriación de mis fantasmas; hechos esta vez, de simple deseo sin que masculle dentro de mí, más que el ansia de llenar mis oquedades. Comenzaremos a media noche. Los llevaremos por los caminos de la ciudad, les daremos del mismo licor, nos guardaremos de que no haya entre ellos sino vergüenza por ser como son: encontrados en el mismo camino, evasión para muertos en vida que comulgan con el dios de todos los pecados.
Ya cuando el alcohol suelte amarras para reír, ya cuando el alcohol, les hable en sus oídos y digan de qué hablan esos demonios, nos iremos por el camino de la lozanía, la inocencia, el punto crucial, las naceduras de sus sueños, de su primigenio altar a la vida con que se entregan, a sabiendas que no es de ellos hacerlo como animales en concierto, pues ella, la mujer que va, la que hemos visto desde lejos y que esa noche nos acompañará, lo hace como animal pero a solas; no permite que otros se enteren de este misterio que encona los ojos de tanto desear verse por fuera, pues no hay espejo que le devuelva a sus ojos apagados, neutros, sin brillos, a la hora cuando ella, en suprema función para iniciados se entrega a sí misma… y ella quiere ver, pero le da vergüenza no encontrarse en otros ojos a la hora cuando ella está en lo suyo… esconderán los ojos de los nuestros, los nuestros buscarán sus ojos y se embaucarán con ese miedo y deseo a la vez de mirar y ser mirados… se mojarán, de eso segura estoy. ¡Descubre en mí esos pasillos oscuros que yo no alcanzo a ver!, pues me he perdido entre telones por entre los círculos del embalse que está al sur de mi cuerpo… espejo de mí misma que no refleja este espejo delante de mí.
Nos fuimos por la estación, los hallamos asegún ella lo planeó. Ella una indígena dada al alcohol y bebedizos de cantil, ellos, los otros, hombres deseosos de pensar y pensarse ellos mismos como si fueran al mismo tiempo veedores y vistos en el escenario de la piel; el alcohol comenzó a hablar, yo, me concentraba en hacerlos reír, ella iba callada; entre ratos la aludía con suprema frialdad ¿Acaso te has arrepentido? No contestaba, pero rumiaba para sí… después me lo dijo, la escena que vendría después.
A las once con treinta minutos, bien calculados, nos dirigimos al monte hecho de miel, nos dirigimos a la casa de uno de ellos, yo llevaba el dinero para todos, ella, incluso lo había pedido por adelantado; llegamos a la casa de papel, nos introdujimos, sacamos el colchón de aire, lo extendimos en medio de la sala, nos sentamos, ella se sentó sobre mis piernas y de inmediato, comenzó a arrancarme los labios con sus labios, su lengua con mi lengua sus piernas con las mías; nos izamos, caímos como rueda en medio del colchón, ellos reían, de pronto ya estábamos desnudos. Un silencio se levantó de pronto, de pronto sólo se oían los chasquidos de nuestros besos, de pronto miré y ella estaba desnuda sobre la sábana que cubría al colchón. Las miradas se comenzaron a esconder, las risas: muecas en salvación, los músculos de los rostros, imanes para mirar… y era… erizos en la piel… pudor en tentación; tanto el silencio que comenzó a oírse el chasquido del agua saliéndole de ahí, enroscándose en mí; ellos quería ver y no ver, ellos quería irse y no irse, ellos veían escondidos de sí mismos el lugar.
Ella se volteó, la hundí, ellos salieron corriendo del lugar… no había zona oscura, le dije al día siguiente, no había oscuridades que horadar.  

sábado, 19 de enero de 2013

Manualidades



La luna juega a las escondidas contigo; juega a estar ausente de día y en presencia de luna llena, la luna se te esconde… aprendiste a vivir con ella entre milenios; sorteaste su luz de luna llena a través de monedas rodando del naipe, sacaste de entre él, el dos de bastos, para decir que tú juegas a la luna.
A ratos, cuando se mete con la nube, tú la ves como candado a tus… nueces quebradas en otoño por ser la estación de las verdades. La luna es una estación de viajes a las otras lunas, las que enternecen el otro lado de la espiral del hoyo negro que está al oriente de la vía láctea. Tu vía, esta que transcurres entre sueños, no es la predilecta de estas lunas; tu vía es la vía dolorosa del pecado que nunca cometiste, el pecado que merece una oración eterna y de rodillas, pues tu hombre: Dios en una palabra, te exige el pago de ese pecado que solo en tu mente y en la de él existe. Más no es pagando como se terminan los pecados; entre más oración, más suerte de industriosas cadenas, pues la oración embebe de colores la imaginación de las espías… más cuando están solitarias, ocupadas en manualidades para el cuerpo de ellas solas. Transcurre en el horizonte, se mete por ahí mismo, nunca hiende de lado, nunca viste de verde, nunca se deja ver la cara oculta, nunca trastoca su camino y, mil historias se tejen a su alrededor, mientras a su lado, se tuercen las memorias; así, ser lunático no tiene nada qué ver con el amor, pues ella endiosa a los fantasmas de su hora, con sueños de demonios embaucados por esa luz de tenue fulgor, entrada de noche en su cuarto creciente.
Las canciones que te cantan, teniendo a la luna como tema, te dejan absorta, no haces caso, o pretendes soslayar la mirada cuando la ves saliendo roja por el horizonte de la tierra, siempre al oriente, siempre… no importa donde estés: de el lado de la luna… es demasiado, ensalzar a esta redondez de luna con canciones hechas ex profeso para aludir lo inolvidable de tu…
Un día, cuando el lunático y tú coinciden en luna llena, sales de la habitación oscura con el rostro iluminado por cosméticos de la tierra; sales y te vas a correr la calle… recorrer en la calle el tramo de la vida. Desde hace tiempo, los lunáticos se cuidan de salir en noches de luna llena, pero los borrachos que beben en ese día, se emborrachan con tu voz salida desde el cubil de tu herradura: la luz saliente de la luna.
Las canciones de luna llena no te asombran, sales a verla y no te deja estupefacta la exclamación: ¡Qué luna llena!. Soslayas al intruso y tú, hastiada, te vas por los caminos de oscuridades, por el lado… la cara oculta que nunca da el rostro, porque sale a merodear a ver que encuentra entre los telones de los parque apartados del camino de los viandantes, reservados, precisamente, para ese día. Tú lo sabes muy bien: en noche de luna llena todos los gatos son pardos; en noche de luna llena todas las siluetas son redondas, más si se trata de las tuyas: tus redondeces que pardean entre la penumbra, ya que siempre hay una mano adolescente lanzando piedras al arbotante, para así, dejar que ella sola alumbre, para así, dejar que reine la penumbra. Un arbotante erguido, solo sirve para sostener cuerdas con zapatos de niños oxidados por esa luz de luna, un arbotante olvidado, sirve para colgar de él los calzones enjutos por donde se cuelan las sensaciones del cuerpo, de los cuerpos sin nombre; ajustados en la hora precisa, cuando ella recorre el horizonte, sin la mirada cuerda de tus ansias, pues en día de noche de luna llena, vas temprano al mercado, merodeas por donde venden frutas verdes, las compras y en la noche, avanzas por entre palacios de los que solo dejan ver su silueta postrada hasta decir basta. No hay en esos altillos más que hombres viendo siluetas en el parque cercano, el parque de todas las cuadras, pues en cada esquina hay un parque para posar tu zapatilla izquierda, a modo que deje ver más allá de la pierna con media de costura en el talón y entremeses de guardas… llaves de guarda en el bolso de mano; precisamente sacadas a esta hora, para campanearlas, como huella dejada al osado que sigue tus pisadas. Cuando en la madrugada regresas a tu cuarto te duermes, pero cuando te asalta el día en plena calle, antes de llegar, se sometes al dilema del lápiz labial, no importa que dentro de poco, te sientes a la mesa a devorar las frutas verdes del mercado de ayer. Luego, subes a la azotea a colgar los calzones de la batea, pagar así los pecados de la noche de luna llena, pero no se pagan; de ahí de la azotea, bajas a tu altar, donde están las fotografías de ellos y rezas la oración de todos los días… si acaso, el sueño asiste a eso de las cuatro de la tarde, te duermes y te vuelves a maquillar para jugar manualidades en tu cuerpo solo, como tú sola, como ella sola, como el lunático solo.

lunes, 14 de enero de 2013

Mar adentro



Mar adentro, desde donde se ve al risco, y a sus pies, el agua en vertical, hay una marea que comba al viento, lo curva hacia arriba y con ello dibuja los contornos de una silaba hecha de sueños de ayer; mar adentro, desde donde las aves de alta mar planean, mirando siempre hacia la orilla, hay algas que se ondulan al paso de las mujeres de la calle, de esta calle, de esta orilla, de este aire del norte, ondulando los árboles cuyas raíces se enraízan hacia donde viene el viento.

Allá, dentro de este mar, se menean incesantes los barcos que llevan los cuerpos hacia los lares de tierras submarinas… caracolas vacías de su adentro, rojas en su almenar, como rojo es tu hospicio donde lloran los duendes a media noche, donde los ojos de los hombres posan su vista al paso de ondulaciones por la calle, pasan del rojo al rosa pálido como la calle; más, si es una calle vacía a las dos de la tarde, cuando los demonios duermen la siesta, pero ello no impide que renazcan en el deseo de estos hombres por arribar al risco: tu almenar, para beber de ahí el cuerpo de esta agua, agua latente como si esperara su igual: introito, para lanzar chisguetes de agua blanca que enloquece a los hombres cuando se ahogan de tanta vastedad de este mar adentro.

Los marinos se atan al palo mayor; así como lo dice el poeta, pero el bergantín, se ata a la ola que comba el aire y abate desde lo alto las velas de papel, incendiadas por este viento curvado del océano.

En las profundidades de este mar en calma, con combas a los lados del barco, hay sinuosidades que se avistan sin catalejo, pues el aire se vuelve imagen en la comba del agua, como si se ayuntaran con este espasmo de aire y la caracola se abriera, y las algas bailaran y los cormoranes abrieran sus alas y las gaviotas desnudaran las ondas de la nube y tú, aderezaras con el meneo de tu falda… y lo que hay debajo de la falda, para engarzar aromas del mar adentro combado en un sentido.

Tu sexo: caracola abierta después de hacerlo en muchas veces, se entona con una canción de viento venido desde alta mar, como los cuervos, anunciando la muerte para más de un vigía… aletea entre manos el nido de gaviota dejado en el litoral, por si faltase, a la hora de enviar el cuerpo hacia el mar, un alma vigía que endosara las caracolas de labios rojos que se esparcen desde abajo, hacia las sinuosidades de las  algas, meneadas por un suave vaivén de olas combadas por el viento que adentra entre su nido, este molde de aire que sopla sin rumbo.

Mar adentro, desde tu axila, resuma un vuelo de cormorán hastiado de lamento, mar adentro, desde tu nácar, los moluscos tienden caminos hacia fuera: infinito que se pierde entre este mar ––ahora–– en calma, con solo las combas de… no hay palabras para nombrar los sucesos pasados después de la mar en calma, pues mar adentro, después del risco, después de las profundidades de la orilla, se ven a los barcos alzar la proa hacia otra orilla: estero donde el mar se acaba y comienza su balanceo, como los pasos de la calle que van hacia algún lugar… aprisa porque comienzan los trajines de la hora, de esta hora: las dos del sueño, cuando el sol inclinado convierte a las sombras en cortos mensajes de los holanes de tu falda.

El mar termina en esta calle vacía de las dos de la tarde, termina y terminan los pasos de las mujeres de la ciudad, termina el trajín de caracolas… aun en las hondas cuerdas del mar profundo, las caracolas se abren para dormir la siesta de los… antaño, había en estas caracolas númenes en desventura, por si el mar entraba hasta hacerse profundo, en la hondas curvas de olandas torceduras… crímenes de mujeres solitarias, asaltadas por hombre solos saliendo de su madriguera para encender en sus corolas, cual barcos de alta mar, abriéndose paso en puerto cerrado al arribo de barcos lanzados hacia fuera por el ventarrón venido del norte que todo lo corre hacia la tierra; hombres navegantes, pleonasmos del mar, pues ayer bajaron de su estío: barco a la deriva, que no dejó ningún rastro para encontrar a su especie entre caracolas abiertas del mar abierto del aire abierto del risco abierto, como si fueran a encallarse delante de la ola arrojada por el mar, como arroja a las algas que mueren solas esperando el vaivén de olas nacidas desde el mar adentro, combadas por el aire que las… Las mujeres solas, ondean solas sus faldas por este viento del norte que sopla en derredor de ellas; no aceptarán al barco hastiado, aceptarán al mar en su estero, amainado en cumbres de árboles que cuelan el agua salada, para ensalzar al dios de todos los hombres que cruzan la frontera del estero, para lanzar las ondas de la nube en altazor: voz del navegante salida del estero.      

viernes, 11 de enero de 2013

Espejeos



Tú eres mi espejo; por ti veo, por ti hablo, por ti toco. Si te alejas, se alejan de mí todos los esquemas, eres al tiempo, dadora y contumaz luciérnaga para mis ojos dormidos… entre sueños te veo alzarte desde la cama, veo cómo tu nalgas relinchan con tus pasos, después te veo entrar al aposento de al lado, el que está junto a mi cama; no vistes sino tu piel que sale a borbotones desde su cadalso. Me llena de gusto pensar que no llevas nada debajo de la enredadera: diadema de tus pies, alzados entre cadenas. Cuando hablas, desde el espejo se deja venir un eco sonámbulo, un eco que corroe mis oídos; es como si el Coro de la Capilla Sixtina, cantara vaivenes al azar, por entre los tules de tu cuarto… el espejo me señala las veces del concierto, me dice de los cantos gregorianos que tanto nos gustan; vas a la mesilla y subes el volumen para oír entre tandas las voces guturales que encienden los pasos desde afuera.
Tus nalgas ––cuando te levantas de la cama–– es una mariposa extendida, volando por entre mis sienes, tus senos se parecen al espía que ve el lío sobre el buró. Entre tanto, enciendo mi cueva por si persistes en el ronroneo de tus pasos… la habitación es amplia como una cuerda de reloj antiguo; en eso estamos, cuando desde la sala se oyen los barullos de la calle que entran como el carnaval entra por la ciudad en el lado oriente de la calle.
Estuvimos en el andén toda la noche, el tren no llegó, sí, el mismo de las obsesiones; acaso se trate de un viejo tren de ruedas de fierro, rodando entre esquinas del buró que está en la central de la estación de veraneo, ahí mismo donde el paso de la gente se distorsiona por ir más aprisa. El espejo me dice la hora de encerrar los perros rabiosos que sacian su hambre de los transeúntes, me dice de tu escote, me dice del rímel de tus ojeras, me dice entre sueños: estás al lado de tus sueños.  Un lagarto sale a la cocina en busca del pilar de tus sueños, ves de reojo y el animal tuerce el cuello en señal de pocos amigos; avanza hacia el espejo, se para de pies y toma con sus manos el helado de limón que yace en tu heladera, la que está al lado de tu buró. Afuera cantan los borrachos la misma canción de siempre; en tanto, yo he liado el segundo cigarro de… lo fumo y aspiro del humo que se va entre el aire, no dejo escapar ni una voluta de humo salido desde al arcón de mis recuerdos; ahora, el lagarto se ve al espejo comiendo su helado de limón, en tanto los cantos de los canarios llegan hasta ti en esta… hora sin rumbo, solo hastiada de entrar y salir de la heladera que esta a punto del vino, el mismo que metí anoche después de que hicimos los homenajes a… no ha de ser el dios de tus rezos, más bien se parece al dios de tus premoniciones. Voy al closet y saco la cámara fotográfica para empezar a hacer el cuento aquel que tanto te gustó, el que te conté después de la cena, cuando volvimos del viaje de medianoche hacia las asideras de este lagarto que ahora se ve metido en lo hondo del espejo. En tanto los canarios vuelven a cantar; la foto que te saqué va hacer juego con aquella visión de las cosas a medio salir de esta realidad tan espantable con el lagarto al lado de ti… desnuda como estás, vas y le sobas el lomo, él se deja como se hacerlo le causara más altanería de la que suelen llevar encima de sus pasos los lagartos cuando hacen mutis. Me asalta la idea de la que me cuelgas cuando oyes cantar a la salamandra que canta todas las noches en tu ventana: la salamandra canta para mí, pero me causo escozor pensar en su carne babosa y transparente, es un puerto asido a la náusea y al deseo, en orden con aquella idea de que el deseo sólo se sacia con la náusea.
Vas de nuevo al espejo, pero tus palabras se me han quedado gravadas; el lagarto sale de la recámara, yo, voy y guardo la cámara en su lugar… haré el cuento que me propusiste acerca de la náusea, pero encuentro un problema: los canarios que han cantado, lo han hecho con sus picos amarillos, pero el lagarto se ha quedado dormido.
El espejo permanece intacto, salvo las imágenes que me devolverá cuando regrese a sacarlas para el cuento prometido.
Tus ojos se han cerrado, te has quedado dormida, tus oídos ya no oyen, la botella de vino yace vacía al lado de tu mano, todo se ha ido, los espejos se han cerrado.

martes, 1 de enero de 2013

El ave en la heladera



El ave congelada es un túnel al espacio. Camino por entre heladeras paralelas, salvo, una pared entre túnel y túnel; camino aprisa, corro, me detengo, el ave congelada vuelve desde su cubil: la heladera; yo vuelvo desde mis pasos corriendo por este túnel primerizo: es la primera vez que lo recorro, volteo y no hay nadie sino mis pasos dejados en la humedad del piso donde piso. La pared que divide a este túnel del otro, es transparente, veo a los otros corriendo… a mi lado no hay nadie, salvo esta humedad, a ratos charco, invadiendo los huecos entre los rieles… sí, en medio del túnel hay unos rieles, es como un pasaje del tren de la ciudad de los muertos, la ciudad a las doce diez minutos del día solitario; vengo desde la superficie de las calles solitarias, ni un alma, transitando en este día tan solitario, con los sentimientos de la noche, ni un borracho, ni un transeúnte, ni compradores, ni vendedores: la ciudad está abandonada; por eso me he metido a este túnel: espacio para videntes, por eso me he bajado desde la heladera hasta el horno de microondas, por eso camino, corro entre ratos para dejar pasar a mis pasos de esta latitud: estancia de la calle, hasta esta otra estancia: la del callejón, salvado por la pared transparente que… donde miro, mientras corro, a los otros, del otro lado de la estancia; vuelvo a voltear, nadie me sigue. Salvo estos pensamientos en esta ciudad ––arriba–– abandonada.
Los que corren en paralelo lo hacen curvando este espacio hacia el otro espacio, corren y miran hacia mí, como si fuera yo un aparecido de la noche, de esta noche de violenta soledad, de esta oscuridad de abajo de la tierra donde no penetra la luz de arriba de la calle; he dejado atrás los pasos venideros, he dado un salto, pero no alcancé a lanzarme hacia delante, me lo impidió esta instancia de los pasos muertos dejados en la ladera de la estación de trenes salidos a deshoras, caí en el mismo lugar: este presente de pasos corriendo hacia el… no puedo decir su nombre, no lo puedo nombrar: aún no existe y acaso nunca existirá, salvo en la ilusión pasajera como los pasos dejados hacia atrás; hacia delante es como ver hacia atrás: solo fantasmas en la respiración acompasada, solo penumbra por venir y esto otro que me mira entre ratos, voltea desesperado para verme si aún estoy… sigo aquí corriendo, con una sola obsesión: los pasos dejados en mansalva.
Voy solo, muy solo, igual al de junto, igual a la soledad del túnel, igual a la soledad de esta humedad no concebida: hecha por… y los pasos van secándose a mi paso, la humedad se levanta desde lagos inciertos, como barcos a la deriva que zarpan a la mar, a invadir otros espacios, mis pies ––descalzos–– no resbalan por esta humedad de aves abandonadas a su suerte en la heladera de esta instancia abandonada por todos, salvo por mí que la recorro en compañía de los otros que van en soledad con su resuello como guía. De pronto, de entre la oscuridad que está delante, veo a dos búhos dar un vuelo rasante; la imagen me da miedo, los búhos son aves cazadoras en la oscuridad, pero solas, nunca se acompañan de otro búho para saldar la cuenta entre papeles abandonados… no sé que hacen esos búhos en esta soledad de pasaje abandonado por trenes detenidos, en la inmaculada sombra de cuerpos que yacen en medio de la calle, arriba de donde corro, son cuerpos dejados a su suerte por el que heló al pájaro en la heladera, son cuerpos sin nombre… recuerdo que fui a buscar hielo para la copa burbujeante, recuerdo que salí a la calle para entresacar de la heladera al público estacionada en la maraña de los pasos de la noche anterior, entresacar los hielos para la copa, pero no encontré, no hallé la heladera: en su lugar estaba el ave congelada, en su lugar el horno de microondas a fin de salvar pasos para esta estancia; no veo, al otro lado del callejón, sino ojos que ven desesperados para tocarme mientras… quizá en el momento, cuando logremos encontrarnos, cuando ya no haya más paredes que nos separen, alzaré los brazos para abrazarlo y decirle de esta soledad de cuerdas de guitarra, de esa soledad del pájaro de la heladera, que yace en medio de la calle setenta y dos, esquina con la cuarenta y cinco, la que está en el lugar donde la noche anterior había botellas de licor para los viandantes, le diré de adonde vengo, él quizá me diga lo mismo: Vengo del mismo lugar, provengo desde la calle… la esquina donde está el pájaro congelado en la heladera, dejada desde la noche anterior… quizá agregue: en las otras heladeras había aves congeladas, todos los pájaros de la ciudad se congelaron por esta lluvia de… por toda la ciudad hay pájaros moribundos, nosotros estamos aquí porque logramos vernos a través de la pared del túnel… de los callejones por donde corríamos: solo así, entre dos habremos encontrado el camino para volver al otro lado de la ciudad. El futuro se construye entre telones de voces que se van tejiendo, una vez quedada atrás el ave muerta de la heladera… por fin salgo a la superficie, no hay otro túnel paralelo, pero al lado del último escalón hay una heladera con los dos búhos que volaban delante de mí; veo hacia los lados: la gente camina y no ve hacia los lados.