Tú eres mi espejo;
por ti veo, por ti hablo, por ti toco. Si te alejas, se alejan de mí todos los
esquemas, eres al tiempo, dadora y contumaz luciérnaga para mis ojos dormidos…
entre sueños te veo alzarte desde la cama, veo cómo tu nalgas relinchan con tus
pasos, después te veo entrar al aposento de al lado, el que está junto a mi
cama; no vistes sino tu piel que sale a borbotones desde su cadalso. Me llena
de gusto pensar que no llevas nada debajo de la enredadera: diadema de tus
pies, alzados entre cadenas. Cuando hablas, desde el espejo se deja venir un
eco sonámbulo, un eco que corroe mis oídos; es como si el Coro de la Capilla
Sixtina, cantara vaivenes al azar, por entre los tules de tu cuarto… el espejo
me señala las veces del concierto, me dice de los cantos gregorianos que tanto
nos gustan; vas a la mesilla y subes el volumen para oír entre tandas las voces
guturales que encienden los pasos desde afuera.
Tus nalgas ––cuando
te levantas de la cama–– es una mariposa extendida, volando por entre mis
sienes, tus senos se parecen al espía que ve el lío sobre el buró. Entre tanto,
enciendo mi cueva por si persistes en el ronroneo de tus pasos… la habitación
es amplia como una cuerda de reloj antiguo; en eso estamos, cuando desde la
sala se oyen los barullos de la calle que entran como el carnaval entra por la
ciudad en el lado oriente de la calle.
Estuvimos en el andén
toda la noche, el tren no llegó, sí, el mismo de las obsesiones; acaso se trate
de un viejo tren de ruedas de fierro, rodando entre esquinas del buró que está
en la central de la estación de veraneo, ahí mismo donde el paso de la gente se
distorsiona por ir más aprisa. El espejo me dice la hora de encerrar los perros
rabiosos que sacian su hambre de los transeúntes, me dice de tu escote, me dice
del rímel de tus ojeras, me dice entre sueños: estás al lado de tus sueños. Un lagarto sale a la cocina en busca del pilar
de tus sueños, ves de reojo y el animal tuerce el cuello en señal de pocos
amigos; avanza hacia el espejo, se para de pies y toma con sus manos el helado
de limón que yace en tu heladera, la que está al lado de tu buró. Afuera cantan
los borrachos la misma canción de siempre; en tanto, yo he liado el segundo
cigarro de… lo fumo y aspiro del humo que se va entre el aire, no dejo escapar
ni una voluta de humo salido desde al arcón de mis recuerdos; ahora, el lagarto
se ve al espejo comiendo su helado de limón, en tanto los cantos de los
canarios llegan hasta ti en esta… hora sin rumbo, solo hastiada de entrar y
salir de la heladera que esta a punto del vino, el mismo que metí anoche
después de que hicimos los homenajes a… no ha de ser el dios de tus rezos, más bien
se parece al dios de tus premoniciones. Voy al closet y saco la cámara
fotográfica para empezar a hacer el cuento aquel que tanto te gustó, el que te
conté después de la cena, cuando volvimos del viaje de medianoche hacia las
asideras de este lagarto que ahora se ve metido en lo hondo del espejo. En
tanto los canarios vuelven a cantar; la foto que te saqué va hacer juego con
aquella visión de las cosas a medio salir de esta realidad tan espantable con
el lagarto al lado de ti… desnuda como estás, vas y le sobas el lomo, él se
deja como se hacerlo le causara más altanería de la que suelen llevar encima de
sus pasos los lagartos cuando hacen mutis. Me asalta la idea de la que me
cuelgas cuando oyes cantar a la salamandra que canta todas las noches en tu
ventana: la salamandra canta para mí, pero me causo escozor pensar en su carne
babosa y transparente, es un puerto asido a la náusea y al deseo, en orden con
aquella idea de que el deseo sólo se sacia con la náusea.
Vas de nuevo al
espejo, pero tus palabras se me han quedado gravadas; el lagarto sale de la
recámara, yo, voy y guardo la cámara en su lugar… haré el cuento que me
propusiste acerca de la náusea, pero encuentro un problema: los canarios que
han cantado, lo han hecho con sus picos amarillos, pero el lagarto se ha
quedado dormido.
El espejo permanece
intacto, salvo las imágenes que me devolverá cuando regrese a sacarlas para el
cuento prometido.
Tus ojos se han
cerrado, te has quedado dormida, tus oídos ya no oyen, la botella de vino yace
vacía al lado de tu mano, todo se ha ido, los espejos se han cerrado.
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