El ave congelada es
un túnel al espacio. Camino por entre heladeras paralelas, salvo, una pared
entre túnel y túnel; camino aprisa, corro, me detengo, el ave congelada vuelve
desde su cubil: la heladera; yo vuelvo desde mis pasos corriendo por este túnel
primerizo: es la primera vez que lo recorro, volteo y no hay nadie sino mis
pasos dejados en la humedad del piso donde piso. La pared que divide a este
túnel del otro, es transparente, veo a los otros corriendo… a mi lado no hay
nadie, salvo esta humedad, a ratos charco, invadiendo los huecos entre los
rieles… sí, en medio del túnel hay unos rieles, es como un pasaje del tren de
la ciudad de los muertos, la ciudad a las doce diez minutos del día solitario;
vengo desde la superficie de las calles solitarias, ni un alma, transitando en
este día tan solitario, con los sentimientos de la noche, ni un borracho, ni un
transeúnte, ni compradores, ni vendedores: la ciudad está abandonada; por eso
me he metido a este túnel: espacio para videntes, por eso me he bajado desde la
heladera hasta el horno de microondas, por eso camino, corro entre ratos para
dejar pasar a mis pasos de esta latitud: estancia de la calle, hasta esta otra
estancia: la del callejón, salvado por la pared transparente que… donde miro,
mientras corro, a los otros, del otro lado de la estancia; vuelvo a voltear, nadie
me sigue. Salvo estos pensamientos en esta ciudad ––arriba–– abandonada.
Los que corren en
paralelo lo hacen curvando este espacio hacia el otro espacio, corren y miran
hacia mí, como si fuera yo un aparecido de la noche, de esta noche de violenta
soledad, de esta oscuridad de abajo de la tierra donde no penetra la luz de
arriba de la calle; he dejado atrás los pasos venideros, he dado un salto, pero
no alcancé a lanzarme hacia delante, me lo impidió esta instancia de los pasos
muertos dejados en la ladera de la estación de trenes salidos a deshoras, caí
en el mismo lugar: este presente de pasos corriendo hacia el… no puedo decir su
nombre, no lo puedo nombrar: aún no existe y acaso nunca existirá, salvo en la
ilusión pasajera como los pasos dejados hacia atrás; hacia delante es como ver
hacia atrás: solo fantasmas en la respiración acompasada, solo penumbra por
venir y esto otro que me mira entre ratos, voltea desesperado para verme si aún
estoy… sigo aquí corriendo, con una sola obsesión: los pasos dejados en
mansalva.
Voy solo, muy solo,
igual al de junto, igual a la soledad del túnel, igual a la soledad de esta
humedad no concebida: hecha por… y los pasos van secándose a mi paso, la humedad
se levanta desde lagos inciertos, como barcos a la deriva que zarpan a la mar,
a invadir otros espacios, mis pies ––descalzos–– no resbalan por esta humedad
de aves abandonadas a su suerte en la heladera de esta instancia abandonada por
todos, salvo por mí que la recorro en compañía de los otros que van en soledad
con su resuello como guía. De pronto, de entre la oscuridad que está delante,
veo a dos búhos dar un vuelo rasante; la imagen me da miedo, los búhos son aves
cazadoras en la oscuridad, pero solas, nunca se acompañan de otro búho para
saldar la cuenta entre papeles abandonados… no sé que hacen esos búhos en esta
soledad de pasaje abandonado por trenes detenidos, en la inmaculada sombra de
cuerpos que yacen en medio de la calle, arriba de donde corro, son cuerpos
dejados a su suerte por el que heló al pájaro en la heladera, son cuerpos sin
nombre… recuerdo que fui a buscar hielo para la copa burbujeante, recuerdo que
salí a la calle para entresacar de la heladera al público estacionada en la
maraña de los pasos de la noche anterior, entresacar los hielos para la copa,
pero no encontré, no hallé la heladera: en su lugar estaba el ave congelada, en
su lugar el horno de microondas a fin de salvar pasos para esta estancia; no
veo, al otro lado del callejón, sino ojos que ven desesperados para tocarme
mientras… quizá en el momento, cuando logremos encontrarnos, cuando ya no haya
más paredes que nos separen, alzaré los brazos para abrazarlo y decirle de esta
soledad de cuerdas de guitarra, de esa soledad del pájaro de la heladera, que
yace en medio de la calle setenta y dos, esquina con la cuarenta y cinco, la
que está en el lugar donde la noche anterior había botellas de licor para los viandantes,
le diré de adonde vengo, él quizá me diga lo mismo: Vengo del mismo lugar,
provengo desde la calle… la esquina donde está el pájaro congelado en la heladera,
dejada desde la noche anterior… quizá agregue: en las otras heladeras había
aves congeladas, todos los pájaros de la ciudad se congelaron por esta lluvia
de… por toda la ciudad hay pájaros moribundos, nosotros estamos aquí porque
logramos vernos a través de la pared del túnel… de los callejones por donde
corríamos: solo así, entre dos habremos encontrado el camino para volver al
otro lado de la ciudad. El futuro se construye entre telones de voces que se
van tejiendo, una vez quedada atrás el ave muerta de la heladera… por fin salgo
a la superficie, no hay otro túnel paralelo, pero al lado del último escalón
hay una heladera con los dos búhos que volaban delante de mí; veo hacia los
lados: la gente camina y no ve hacia los lados.
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