La luna juega a las
escondidas contigo; juega a estar ausente de día y en presencia de luna llena,
la luna se te esconde… aprendiste a vivir con ella entre milenios; sorteaste su
luz de luna llena a través de monedas rodando del naipe, sacaste de entre él,
el dos de bastos, para decir que tú juegas a la luna.
A ratos, cuando se
mete con la nube, tú la ves como candado a tus… nueces quebradas en otoño por
ser la estación de las verdades. La luna es una estación de viajes a las otras
lunas, las que enternecen el otro lado de la espiral del hoyo negro que está al
oriente de la vía láctea. Tu vía, esta que transcurres entre sueños, no es la
predilecta de estas lunas; tu vía es la vía dolorosa del pecado que nunca
cometiste, el pecado que merece una oración eterna y de rodillas, pues tu
hombre: Dios en una palabra, te exige el pago de ese pecado que solo en tu
mente y en la de él existe. Más no es pagando como se terminan los pecados;
entre más oración, más suerte de industriosas cadenas, pues la oración embebe
de colores la imaginación de las espías… más cuando están solitarias, ocupadas
en manualidades para el cuerpo de ellas solas. Transcurre en el horizonte, se
mete por ahí mismo, nunca hiende de lado, nunca viste de verde, nunca se deja
ver la cara oculta, nunca trastoca su camino y, mil historias se tejen a su
alrededor, mientras a su lado, se tuercen las memorias; así, ser lunático no
tiene nada qué ver con el amor, pues ella endiosa a los fantasmas de su hora,
con sueños de demonios embaucados por esa luz de tenue fulgor, entrada de noche
en su cuarto creciente.
Las canciones que te
cantan, teniendo a la luna como tema, te dejan absorta, no haces caso, o
pretendes soslayar la mirada cuando la ves saliendo roja por el horizonte de la
tierra, siempre al oriente, siempre… no importa donde estés: de el lado de la
luna… es demasiado, ensalzar a esta redondez de luna con canciones hechas ex
profeso para aludir lo inolvidable de tu…
Un día, cuando el
lunático y tú coinciden en luna llena, sales de la habitación oscura con el
rostro iluminado por cosméticos de la tierra; sales y te vas a correr la calle…
recorrer en la calle el tramo de la vida. Desde hace tiempo, los lunáticos se
cuidan de salir en noches de luna llena, pero los borrachos que beben en ese
día, se emborrachan con tu voz salida desde el cubil de tu herradura: la luz
saliente de la luna.
Las canciones de luna
llena no te asombran, sales a verla y no te deja estupefacta la exclamación:
¡Qué luna llena!. Soslayas al intruso y tú, hastiada, te vas por los caminos de
oscuridades, por el lado… la cara oculta que nunca da el rostro, porque sale a
merodear a ver que encuentra entre los telones de los parque apartados del
camino de los viandantes, reservados, precisamente, para ese día. Tú lo sabes
muy bien: en noche de luna llena todos los gatos son pardos; en noche de luna
llena todas las siluetas son redondas, más si se trata de las tuyas: tus
redondeces que pardean entre la penumbra, ya que siempre hay una mano
adolescente lanzando piedras al arbotante, para así, dejar que ella sola
alumbre, para así, dejar que reine la penumbra. Un arbotante erguido, solo
sirve para sostener cuerdas con zapatos de niños oxidados por esa luz de luna,
un arbotante olvidado, sirve para colgar de él los calzones enjutos por donde
se cuelan las sensaciones del cuerpo, de los cuerpos sin nombre; ajustados en
la hora precisa, cuando ella recorre el horizonte, sin la mirada cuerda de tus
ansias, pues en día de noche de luna llena, vas temprano al mercado, merodeas
por donde venden frutas verdes, las compras y en la noche, avanzas por entre
palacios de los que solo dejan ver su silueta postrada hasta decir basta. No hay
en esos altillos más que hombres viendo siluetas en el parque cercano, el
parque de todas las cuadras, pues en cada esquina hay un parque para posar tu
zapatilla izquierda, a modo que deje ver más allá de la pierna con media de
costura en el talón y entremeses de guardas… llaves de guarda en el bolso de
mano; precisamente sacadas a esta hora, para campanearlas, como huella dejada
al osado que sigue tus pisadas. Cuando en la madrugada regresas a tu cuarto te
duermes, pero cuando te asalta el día en plena calle, antes de llegar, se
sometes al dilema del lápiz labial, no importa que dentro de poco, te sientes a
la mesa a devorar las frutas verdes del mercado de ayer. Luego, subes a la azotea
a colgar los calzones de la batea, pagar así los pecados de la noche de luna
llena, pero no se pagan; de ahí de la azotea, bajas a tu altar, donde están las
fotografías de ellos y rezas la oración de todos los días… si acaso, el sueño
asiste a eso de las cuatro de la tarde, te duermes y te vuelves a maquillar
para jugar manualidades en tu cuerpo solo, como tú sola, como ella sola, como
el lunático solo.
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