Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

viernes, 30 de noviembre de 2012

El gato



Estaba con los ojos cerrados como pensando en la cola que le rozaba las piernas desnudas.  Él apenas respiraba. Mientras, los dedos de su diestra se perdían rítmicamente por entre el pelaje del lomo; su cara se estremecía al roce de la cola. Entré sin que me notaran. La alfombra se acomodó a mis pies, no hubo gemido que delatara mi presencia. Yo regresaba de la caminata nocturna. En el baño, mientras me frotaba, pensaba en ella. No pude dejar de imaginar el roce de la cola con su pierna. Él me miró secándome y yo también lo miré. Pinche gato, me dije, tras lo cual ronroneó para saltar hacia una esquina del cuarto. Ella seguía con los ojos cerrados. Fui a la cama y la abracé; deslicé mi mano hasta el pubis y la yema de mi dedo se quedó en la cúspide. El gato estaba sentado y me miraba con la cola quieta.
Pinche gato, volví a decir; por un instante me confundió su mirada... mi mano rozaba la parte superior de la cúspide, y mientras la acometía, me propuse dilucidar la raya en el ojo del animal, pero en mi oído sonó un: sigue, sigue... La diestra subió hasta el pezón; estaba erecto, duro como una espiral. Un espasmo eléctrico me recorrió la espalda y en mi oído sonaba: sigue... sigue....
Me perdí en el aroma rosa de su axila, me confundí entre sus piernas. Mire de reojo: la luna se reflejaba en el blanco garza de sus dientes. Un brillo extraño en los ojos del gato, ya no vi la raya. Le disparé una mirada y él sólo movió la cola. Sentí perderse la yema de mi dedo por entre el ansia.
Una resequedad me recorrió  la lengua... y la mojé ¡Qué suave jugo agridulce! ¡Qué olor a malvas!; desde sus piernas abiertas como un libro se desprendió un rumor… por entre el quicio de sus muslos pude escuchar el mar diciendo: sigue... sigue...
Sus manos rozaron mi piel, mi pelo, mi cara, mi nariz, mi boca...
La busqué, la recorrí. Sentí sus huesos y ella huía de mis brazos. El gato en la esquina rozó con su cola el vértice. Ronroneaba.  Atenacé mi lengua con su lengua de sábila y duraznos. La habitación se inundó con su olor a malvas. La envolví en saliva, en dedos y en resuellos. Ella me dio calandrias y amapola y el remolino de sus piernas. Mil agujas, mil sonidos… mil espasmos de luz.
Su cuerpo se esparció por todo el cuarto. El gato se acercó para tocarla con su cola y ella se revolvió como un acento en la «í». Entonces voltee, la vi desnuda: Sus piernas eran dos tumbos de ola, sus labios una copa de sol a las seis de la tarde... y dos túmulos de azúcar. La entré en silencio. Toda su entraña se estremeció. Su boca buscó mi boca, su pubis mi pubis, su esperma mi esperma. Maldito gato... 
Me levanté bruscamente de la cama pero en mi oído sonó de nuevo sigue... sigue...
Y regresé a su cuerpo. Se me escondió en los brazos como una paloma herida; la abracé y desde la esquina se oyó un murmullo: sigue... sigue.

martes, 27 de noviembre de 2012

La santa de otoño.



Te dejas ir por la canción de otoño, te divierte verla y verte al son de la campana que asiste sola por la ladera de las ilusiones. Ya te envolviste en una ocasión para insípidos, ya dejaste salir al beodo de adentro; ahora, te dispones a enmendar un cigarrillo de esos; en cualquier ocasión, sería mejor liarte a golpes, en ésta, lo que sirve es dejarse llevar por el vaivén de tu pareja: ha prometido acompañarte mientras se fuman el lío que llevas entre los bolsillos.
Por fin, ella dice: no hay monos a la vista, si se entiende por tal, los veedores que estarán listos para ver a la hora cuando ella se baje el calzón, o se lo haga a un lado para, mientras fuman, dejarse penetrar al son de no miren cambrones, lo hacemos por encanto de arenas dejadas a salvo en el litoral de los fantasmas ateridos de dolor, ateridos de eso que tienta las pulgas por si hay, después del matadero, una alma que se atreva a desarmar los líos de Santa María que llevas en los bolsillos. Ahora ella saca lo de siempre: el papel; mientras, tú sacas la bolsita de celofán para purgar de entre el montecillo cual más, a fin de tener entre los dedos dos cardos de buen final para cuando ella se venga de gusto porque han de saber, han de saber los veedores, ustedes saben quien los ve y a qué horas y a cuál minuto… pues, para estar a tono con estos tres enconos: la Santa María, la vista fija de ellos en los cuerpos moviéndose, adentrándose, solviendo para más darle a la aspiración pues se ha de saber: no hay salvación después de hacerlo: será como un demonial de suertes vistas desde arriba. Allá hay una mujer joven, se hace la desentendida, pero ve de reojo; permanece sentada a la izquierda en la fila de enfrente… se excitan con mayor facilidad, leíste hoy del periódico que estaba tirado al lado de tu cama. Tú aspiras y aspiras y se la pasas para que le atice en el momento preciso, cuando la flama amenaza los cachetes de respingar para hacer más melodiosa esta tertulia de principiantes… de la hora, porque ya es costumbre venirse, en el doble sentido, hasta esta banda y dejar el charquito del agua de ella que corre a torrentales cuando liman para que el cauce se abra y comience la función… ella es la veedora de todos los días cuando vienen; se han puesto de acuerdo sin firmar ninguna acta, mas que la de situarse cada quien a la hora en el día marcado por los pasos de las horas y los días y las semanas, cuando ella, tu pareja ronda por la esquinas de este parque como ida, es un decir: siempre busca algo que solo encuentra en ti, y le das las dos cosas como si fuera un… alcance para tomar las deudas dejadas al atardecer de este otoño con su canción de ojos para expertos en el arte de mirar y dejarse ver y gozarse tanto el que ve como los que son vistos, para mejorar el paisaje de la tarde fresca como… ella ha aspirado hasta el papel, ahora se monta sobre ti; no miras a los lados, sabes te ven y se mojan igual a ella cuando siente la verga dura dentro de su… para endosarle la cuenta a la descansada hora, cuando los viandantes han dejado la hora del paseo para mejor ocasión, pues es hora de veedores. Hacerlo así, facilita la concentración en la escena de ellas, las que has visto pasar por la acera de tu cuarto y la has imaginado entre tus brazos trabadas como perros, como ahora lo haces; en más de una ocasión lo has hecho con ella: la veedora, que no está nada más para sus treinta… quizá veinticinco años; ahora recuerdas la vez aquella cuando, a la hora que eyaculabas te la quedaste viendo por los diez minutos que duró la limadura, de ahí para acá, nunca falta a este concierto para tres en estación de otoño y a la hora cuando los viandantes se ausentan de todos los parques del mundo, la que media entre las tres y las cuatro de la tarde en horario de invierno. Ahora, mientra la mujer de aquí, la que tienes entre tus brazos se acomoda el molde a la comisura de sus labios, ella, la de allá saca su espejo y se maquilla para parecer así de bella, en la hora cuando clave la mirada y quizá lo logre, para después levantarse de la silla del parque e irse a dormitar la siesta, claro, después de que termine lo aquí empezado y se duerma hasta las siete de la noche, hora en que le toca salir de acompaña a su pupila que verás más allá de donde ven los ojos de los transeúntes de la calle… cualquier calle del centro donde brillan las luces para encender los focos de la imaginación a ver si salen más habitaciones, pues has de saber: no hay viandantes neutros, todos salen a ver, a cual más imaginar, por la calle donde pasan, el cuerpo cubierto… esos cuerpos cubiertos, al desnudo en la habitación de la cabeza que imagina cuánto habrá debajo de la tela guardado para mejor ocasión. Ella baja la mano, la desliza entre tú y su cuerpo, la de allá se pone los lentes oscuros de siempre… se jala la parte baja del calzón; sentada como está, sobre ti, requiere para que te inclines hacia atrás, lo haces sin que te lo pida y mete de un jalón el miembro hasta su empotradura, la de allá ve y cruza las piernas. Entonces liman y liman por diez minutos… once quizá. Han terminado, el cigarro está a medio fumar, dos cigarros, uno para cada quien; la veedora se levanta de su asiento y pasa frente a ustedes y no mira para ningún lado sino al frente, le miras el bien torneado cuerpo, le miras las nalgas, le miras los senos… la de aquí chupa y chupa para que se acabe pronto y se líe otro cigarrillo para empezar la tarde que será noche dentro de unas horas y así, encarrilar el potro hacia otro lado…

martes, 20 de noviembre de 2012

Camino.



…Siente la tela ceñida a su estuche; va y sabe, llegará y será, dentro de un instante, cúmulo de carne para bestias en aliño. No sabe de la jeringa escanciada en sus venas, no sabe de su alegría pasada por agua maría, pesa en sus talones lo de ayer a las ocho: sintió… lo sintió adentro de su cuerpo y supo no había explicaciones a la mano; ahora es la madrugada, está puesto otra vez para ser en su demonio otro le endose la cuenta para postrar la lengua entre sus pábilos de ensueño, como si fuera un oso salido de su pose de hibernación. Camina aprisa, la tela apretada le comulga un santo para ser estrella al poniente; mientras camina, se ve a sí mismo con sus carnes a la vista, el pinchazo de hace un rato lo hace sentir como recién bañado y salido del amanecer de escualo para ir en pos del naciente paso entre meteduras del cuerpo, pues él, el que lo espera, es el mismo de todos los días, pero esta vez, nuevo por ser en el nombre del polvo entre venas, el héroe que lastime y arda y cunda y lacere y goce y lo haga gozar, más allá de donde se posan sus nalgas a la hora del introito. Se menea y siente las miradas en sus nalgas, siente el meneo de sus nalgas… siente la plenitud de sus sexo como si fuera un pistola a punto de salir en busca de un alción para después de hacerlo.
Como a las nueve de ayer estaba puesto; los veinte que frisa le alcanzan para eso y más, sobre esta calle impávida saliendo de la oscuridad al son del sol… acecha desde el instante, y en tórrido romance se va entre espinas dejadas por el día de ayer en el borracho de la esquina, pues estará en punta a eso de la diez de hoy, para iniciar de nuevo el paso de la calle cuando ve de reojo los pasos pululantes para mejor ocasión.
La carcoma lo postra a caminar en esta calle risueña como un baldón a las ocho de hoy mismo en que, salidos desde el cuarto e hinchadas de veneno, las venas surgirán para ver otra vez eso que le endemonia el cuerpo por ser señal de mezcla de sangre y carne y olor y sueño y sentimiento y más, por ahora no señalado por ser como la palabra… la mosca rodante por todo el glande: su lengua, rodará de arriba abajo hasta sacar desde adentro lo que tanto lo aloca: chisguete de punta en lanza como si fuera un sueño hecho realidad en su abdomen. Luego le escanciará ––también––, entre sus venas, un tumulto de hechuras para un rato; la jeringa estará dispuesta sobre la mesita del cuarto, la vela empotrada en su propio cebo, hinchará de veneno la sangre para ser el poder de los ojos y el barrio de los cuerpos lanzándose al vacío desde esta ladera, del vientre que lacera… abajo la carne augusta, más arriba el ombligo, más abajo el abismo de su lengua, maroma de un día en cuerda desde el campo lateral de las entrañas.
Ahora camina por esta calle angosta como el principio, como el camino a la gloria según San Juan, como las estrellas que aún titilan hasta arriba, como su camino hacia él, dentro de un instante, como las laceraciones de su cuerpo, hechas al son de una fiesta del carnes laceradas al gusto de la carne. Camina aprisa y siente entre sus piernas… la matadura de sus nalgas… goza por adelantado de los fuetazos que le dejará ir entre las nalgas, goza al verlo enhiesto para ser entre sus manos la cadera ondulante a fin de comulgar con los demonios de… se siente ya, después de hacerlo con lo que viene enseguida: pinchazo entre las ingles a fin de rematar lo que durará por doce horas de sueño hasta volver de nuevo, en la noche, a ser ––primero–– la danza de sus manos por el cosmos de su cara para ensoñarse lo que es obsesión de un tiempo acá: el cuerpo de ella, metida entre neuronas, la cara de ella, aderezada en el lucero de pinturas hechas en abanico para cuando haga falta una manita de gato… siente, vuelve a verse en ella escurriéndole la lengua desde el cuello por toda la espina dorsal hasta la necedura de sus nalgas, lo hará con él más abajo y se dejará hacerlo hasta que la carne hastiada reviente en mil colores de golpes dejados como si nada, entre poros manando sangre ahíta, dolor austero, para recordar que estuvo ausente por un día de sí y que bebió y tomó del vaso y la jeringa, entre lenguas y venas y sacras laceduras de fuetes en canal para comerse entre lobos, lo que suena igual a siempre: el deseo insatisfecho de cada noche, pues no hay nada que apague el… plasma de olvido para solo doce horas, las que median entre la salida y la entrada del sol en tiempo normal pues es invierno. Camina y camina; el ansia de llegar se le atraganta, los pasos se le acortan, no sabe en qué hora entró, el camino se le hizo interminable como el idioma, como la sangre que ahora le escurre de su espalda, como el silencio a las once de la noche, como el zumbido de abejas, como los fuetazos que sonaron llegada la hora… ahora camina, sigue caminando… llega de regreso a su casa, se mete: no hay señales a la vista.    

domingo, 18 de noviembre de 2012

Orgasmo II



Cuando se ve sola. El cuerpo es uno y solo, uno solo distiende su caída. Se solaza en sus pezones suaves y profundos, sus nalgas de encomio y de gozne. Acaricia al espejo en su mirar de cuerpo tumultuoso. Una como suerte se le endosa en los sentidos: la vista, el tacto y sus... oyen como roza sus dedos en sus pezones erectos como chivo. En su orejar hay una coyuntura para después de la cena. La deja, no es hora de su orejar… quizá cuando venga desde lejos en su potro en celo. El silencio le endemonia sus manos que tocan abajo, entre sus piernas, como si fuera un molusco embelezado entre sus bisagras abiertas como libro. La pieza de junto luce vacía, solo el estertor de agujas silencian al de junto como un campo verde y oloroso a vapor caliente de mañana… cuando salga por la rendija de entrepaños, asediará la puerta, desde donde ve su cuerpo saliente como aroma. Cuerpo de sol y de playa enardecida igual a hoy en la mañana en vista de conejo, silábico acento del son de la entraña; la que goza el silencio de sus pies, menea un instante en cardos de espinas como algodón envueltas de puntas romas como el halcón de plumas adheridas. Un sofoco le entra por los poros, roza otra vez, ahora en calma, la semilla se distiende como un caracol, sale en la mañana a ver el sol mientras transcurre. Sale la semilla ante el acoso de la yema; con la otra mano roza en calma sus pezones y sus nalgas rescoldan en aroma, el incienso de la almohada. Mohína busca su cauce en el cuerpo vuelto cumbre en pose. Un cisne se avista a salir desde el faldón de la playa del pequeño océano. Su mente es un polvorín de aves rojas, aves que congelan el horizonte poblado de esta rojedad tan grande como el alfeizar de la ventana donde sueña con el basto de las cartas españolas, jaladas por una mano en suavidad de escote. Otra vez moja sus labios. La bandada de pájaros rojos empaña el horizonte, se levantan de esta escarcha de cieno, se abalanzan en cuerda como nube que agota al sol desde su garganta. Es una explosión de colores. Desde su vientre desnudo y plano, se avizora una repulsa como convulsión de verano agostado en este largo trajinar del tiempo largo. Ya no hay sínodos en el púlpito del frente, esta “sola” en devenir gigante como escolapia de secundaria soñada por un fauno viejo y hediondo. El trajín es una gémula como un beso escarchado por estos labios secos y partidos en dos como elefante; se va de nuevo hasta el bastión que escucha su trajín, el de sus dedos, el de su yema. Entonces late de prisa otra vez. Se deja ir tal sola como un acero hacia su vientre, tan sacra como las pantaletas del santo que oficia mientras ella ve la estampa de su cara enarbolada. El son se vuelve tino en rumba flamenca y manos ocres como palomas azotadas por el cuerpo que pide más, en esta nueva convulsión de “amigos”; como si fuera sierpe el remolino de su vientre alborozado… siente cómo un cosquilleo le va rodando desde el ombligo, se vuelve cumbre una vez atravesado el bajo vientre, se colma en yema desde el trato de ser convite, y abalanza y prez como un sumun desde su garganta. El cosquilleo rueda en todo su vientre, se vuelve explosión al llegar a su semilla, entonces ataca como un batallón de soldados entre cumbres, ataca de nuevo hasta decir basta y se vuelve contra sí, como si fuera un nancee en romo silencio con su lengua. Alza la pupila de su pezón erecto, lo alcanza con su lengua, amenaza así un escualo que se avista… lame y lame en dos venidas, mientras su yema se atenaza otra ves a su semilla que arde en coma; alborozada vuelve a sentir el mismo cosquilleo desde el asiento de su ombligo, baja, se va, se para, va con la mano metida hasta el escarnio, se menea como pez, enciende la luz del espejo ancho como guía, jala el cajón, casa el falo y lo enciende, lo introduce al gozne, mientras su lengua mama del ocaso de su pezón que erecta una salida… así, hasta que la resequedad de lengua le dicta un escarmiento, salida de cerveza y ansia contenida como lobo en escape de pradera  se adentra, se sale, se adentra…

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Santa María...


Ya lo hizo; ahora está ida, no hay idea para variar el idioma hacia otra parte. Las palomas enternecen al sucedáneo del momento. En su mochila sobra un lío; va por él y saca el papel cebolla, escoge de entre el montecillo del huacal, extiende el papel entre sus dedos izquierdos y con los dedos derechos extiende la mancha de pasto entre llamas de silencio. No hay en el estante ––banqueta para transeúntes–– más visos de seguridad más allá de la vista; entonces envuelve el papel, lo convierte en un tubito relleno de chocolate para postrar otra vez el idioma a sus pies… antes de sacar el encendedor, lo comienza de nuevo… va otra vez hacia el alpino nombre de su cuadra para caballos entrones, como su mano; desliza entre su bragueta el dedo implacable para mortear un asunto entre amigas. Ya se hizo un… manía para videntes, copiados en su sombra… la sombra de su ojos a la hora del convite; enlaza sus vellos a sus dedos: sus vellos cordiales; acopia una vista de viandante: mozo de uno ochenta, igual a sus sueños de venida, lo ve de frente, le ve la bragueta y comienza. Cierra los ojos y el vaho va y viene, el dedo se menea... entronque de punta de dedos que enseguida pasarán a mejor posición. Lo hace, en diez minutos termina, se solaza, se entretiene en este instante que le da el deseo para que vea más allá de sus ojos y piensa: dormiré como anoche hasta la cuatro; ahora son las siete catorce de la noche… al fin se aburre, saca el encendedor y aspira profundo... como un hálito de humo se va hasta el infinito, aspira seseando, saca de entre el carrujo... una voluta se iza del aire, entume sus carcomas y aspira y aspira… y la gente pasa y pasa: la ven de reojo. De pronto un comensal se avista, un veedor la calumnia… el mismo de todos los días a la misma hora. Un hombre cincuentón que frisa pelos blancos en las sienes, le dice algo al oído, ella menea la cabeza diciendo no y ríe, mientras le habla. El hombre le vuelve de hablar al oído… se da un momento para atizar su braza y aspira, el hombre ríe en medio del barullo de tanta gente, pasan desapercibidos. Allá a lo lejos se asoma la luna, está en el cuarto creciente, la ve y se va en un barullo de estación de hombre y mujeres caminantes; el hombre ––su compañero––, ríe de nuevo y ella se alista para cuajar su idea como la de anoche… no, no dormirá hasta las cuatro, suelta una carcajada y con los huesos entumidos le acerca el dedo a la nariz del hombre... este se vuelve loco, lo lame, lo huele, lo toca y le dice algo al oído, ella lo vuelve a meter a su bajo vientre y lo saca húmedo y el hombre se lo quiere tragar. 
Larga como el deseo, piernas sueltas, cintura de escalpelo, nariz angosta y pies suaves… ahora el hombre la jala del brazo a que se levante del suelo, pero ella saca de entre sus ropas otro lío, extiende la mano y el hombre mete la suya derecha a su bolsillo y saca la cartera, le da un billete de a cien, se levanta y se va; vuelve a guardar el lío entre sus ropas para casos de desastre y se recuesta a la orilla del vacío, no hay entre ella y el suelo más relación que las miradas de las gentes pasando aprisa para ir a comprar las cosas de la noche, de esta noche; adicta como es, el pase le durará lo que dura un sueño de seis horas, para volver a meter su mano y volver a hacerlo y atender al hombre de las cinco, pues metida en esta entraña, un extraño sopor la invade y se acuesta y se queda dormida… solo así puede hacerlo, de otra manera terminarían sus días entre garras de hombres de la calle que se aprontan a besarla pero de un pasón nadie se escapa…  Santa María, madre de dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte…