Estaba con los ojos cerrados como
pensando en la cola que le rozaba las piernas desnudas. Él apenas respiraba. Mientras, los dedos de
su diestra se perdían rítmicamente por entre el pelaje del lomo; su cara se
estremecía al roce de la cola. Entré sin que me notaran. La alfombra se acomodó
a mis pies, no hubo gemido que delatara mi presencia. Yo regresaba de la
caminata nocturna. En el baño, mientras me frotaba, pensaba en ella. No
pude dejar de imaginar el roce de la cola con su pierna. Él me miró secándome y
yo también lo miré. Pinche gato, me dije, tras lo cual ronroneó para saltar
hacia una esquina del cuarto. Ella seguía con los ojos cerrados. Fui a la cama
y la abracé; deslicé mi mano hasta el pubis y la yema de mi dedo se quedó en la
cúspide. El gato estaba sentado y me miraba con la cola quieta.
Pinche gato, volví a decir; por
un instante me confundió su mirada... mi mano rozaba la parte superior de la
cúspide, y mientras la acometía, me propuse dilucidar la raya en el ojo del
animal, pero en mi oído sonó un: sigue, sigue... La diestra subió hasta el
pezón; estaba erecto, duro como una espiral. Un espasmo eléctrico me recorrió
la espalda y en mi oído sonaba: sigue... sigue....
Me perdí en el aroma rosa de su
axila, me confundí entre sus piernas. Mire de reojo: la luna se reflejaba en el
blanco garza de sus dientes. Un brillo extraño en los ojos del gato, ya no vi la
raya. Le disparé una mirada y él sólo movió la cola. Sentí perderse la yema de
mi dedo por entre el ansia.
Una resequedad me recorrió la lengua... y la mojé ¡Qué suave jugo
agridulce! ¡Qué olor a malvas!; desde sus piernas abiertas como un libro se
desprendió un rumor… por entre el quicio de sus muslos pude escuchar el mar
diciendo: sigue... sigue...
Sus manos rozaron mi piel, mi
pelo, mi cara, mi nariz, mi boca...
La busqué, la recorrí. Sentí sus
huesos y ella huía de mis brazos. El gato en la esquina rozó con su cola el
vértice. Ronroneaba. Atenacé mi lengua
con su lengua de sábila y duraznos. La habitación se inundó con su olor a
malvas. La envolví en saliva, en dedos y en resuellos. Ella me dio calandrias y
amapola y el remolino de sus piernas. Mil agujas, mil sonidos… mil espasmos de
luz.
Su cuerpo se esparció por todo el
cuarto. El gato se acercó para tocarla con su cola y ella se revolvió como un
acento en la «í». Entonces voltee, la vi desnuda: Sus piernas eran dos tumbos
de ola, sus labios una copa de sol a las seis de la tarde... y dos túmulos de
azúcar. La entré en silencio. Toda su entraña se estremeció. Su boca buscó mi
boca, su pubis mi pubis, su esperma mi esperma. Maldito gato...
Me levanté bruscamente de la cama
pero en mi oído sonó de nuevo sigue... sigue...
Y regresé a su cuerpo. Se me
escondió en los brazos como una paloma herida; la abracé y desde la esquina se
oyó un murmullo: sigue... sigue.