Cuando se ve sola. El cuerpo es uno y solo, uno solo
distiende su caída. Se solaza en sus pezones suaves y profundos, sus nalgas de
encomio y de gozne. Acaricia al espejo en su mirar de cuerpo tumultuoso. Una
como suerte se le endosa en los sentidos: la vista, el tacto y sus... oyen
como roza sus dedos en sus pezones erectos como chivo. En su orejar hay una
coyuntura para después de la cena. La deja, no es hora de su orejar… quizá
cuando venga desde lejos en su potro en celo. El silencio le endemonia sus
manos que tocan abajo, entre sus piernas, como si fuera un molusco embelezado
entre sus bisagras abiertas como libro. La pieza de junto luce vacía, solo el
estertor de agujas silencian al de junto como un campo verde y oloroso a vapor
caliente de mañana… cuando salga por la rendija de entrepaños, asediará la
puerta, desde donde ve su cuerpo saliente como aroma. Cuerpo de sol y de playa
enardecida igual a hoy en la mañana en vista de conejo, silábico acento del son
de la entraña; la que goza el silencio de sus pies, menea un instante en cardos
de espinas como algodón envueltas de puntas romas como el halcón de plumas
adheridas. Un sofoco le entra por los poros, roza otra vez, ahora en calma, la
semilla se distiende como un caracol, sale en la mañana a ver el sol mientras
transcurre. Sale la semilla ante el acoso de la yema; con la otra mano roza en
calma sus pezones y sus nalgas rescoldan en aroma, el incienso de la almohada.
Mohína busca su cauce en el cuerpo vuelto cumbre en pose. Un cisne se avista a
salir desde el faldón de la playa del pequeño océano. Su mente es un polvorín
de aves rojas, aves que congelan el horizonte poblado de esta rojedad tan
grande como el alfeizar de la ventana donde sueña con el basto de las cartas
españolas, jaladas por una mano en suavidad de escote. Otra vez moja sus
labios. La bandada de pájaros rojos empaña el horizonte, se levantan de esta
escarcha de cieno, se abalanzan en cuerda como nube que agota al sol desde su
garganta. Es una explosión de colores. Desde su vientre desnudo y plano, se
avizora una repulsa como convulsión de verano agostado en este largo trajinar
del tiempo largo. Ya no hay sínodos en el púlpito del frente, esta “sola” en
devenir gigante como escolapia de secundaria soñada por un fauno viejo y
hediondo. El trajín es una gémula como un beso escarchado por estos labios
secos y partidos en dos como elefante; se va de nuevo hasta el bastión que
escucha su trajín, el de sus dedos, el de su yema. Entonces late de prisa otra
vez. Se deja ir tal sola como un acero hacia su vientre, tan sacra como las
pantaletas del santo que oficia mientras ella ve la estampa de su cara
enarbolada. El son se vuelve tino en rumba flamenca y manos ocres como palomas
azotadas por el cuerpo que pide más, en esta nueva convulsión de “amigos”; como
si fuera sierpe el remolino de su vientre alborozado… siente cómo un cosquilleo
le va rodando desde el ombligo, se vuelve cumbre una vez atravesado el bajo
vientre, se colma en yema desde el trato de ser convite, y abalanza y prez como
un sumun desde su garganta. El cosquilleo rueda en todo su vientre, se vuelve
explosión al llegar a su semilla, entonces ataca como un batallón de soldados
entre cumbres, ataca de nuevo hasta decir basta y se vuelve contra sí, como si
fuera un nancee en romo silencio con su lengua. Alza la pupila de su pezón
erecto, lo alcanza con su lengua, amenaza así un escualo que se avista… lame y
lame en dos venidas, mientras su yema se atenaza otra ves a su semilla que arde
en coma; alborozada vuelve a sentir el mismo cosquilleo desde el asiento de su
ombligo, baja, se va, se para, va con la mano metida hasta el escarnio, se
menea como pez, enciende la luz del espejo ancho como guía, jala el cajón, casa
el falo y lo enciende, lo introduce al gozne, mientras su lengua mama del ocaso
de su pezón que erecta una salida… así, hasta que la resequedad de lengua le
dicta un escarmiento, salida de cerveza y ansia contenida como lobo en escape
de pradera se adentra, se sale, se
adentra…
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