Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Santa María...


Ya lo hizo; ahora está ida, no hay idea para variar el idioma hacia otra parte. Las palomas enternecen al sucedáneo del momento. En su mochila sobra un lío; va por él y saca el papel cebolla, escoge de entre el montecillo del huacal, extiende el papel entre sus dedos izquierdos y con los dedos derechos extiende la mancha de pasto entre llamas de silencio. No hay en el estante ––banqueta para transeúntes–– más visos de seguridad más allá de la vista; entonces envuelve el papel, lo convierte en un tubito relleno de chocolate para postrar otra vez el idioma a sus pies… antes de sacar el encendedor, lo comienza de nuevo… va otra vez hacia el alpino nombre de su cuadra para caballos entrones, como su mano; desliza entre su bragueta el dedo implacable para mortear un asunto entre amigas. Ya se hizo un… manía para videntes, copiados en su sombra… la sombra de su ojos a la hora del convite; enlaza sus vellos a sus dedos: sus vellos cordiales; acopia una vista de viandante: mozo de uno ochenta, igual a sus sueños de venida, lo ve de frente, le ve la bragueta y comienza. Cierra los ojos y el vaho va y viene, el dedo se menea... entronque de punta de dedos que enseguida pasarán a mejor posición. Lo hace, en diez minutos termina, se solaza, se entretiene en este instante que le da el deseo para que vea más allá de sus ojos y piensa: dormiré como anoche hasta la cuatro; ahora son las siete catorce de la noche… al fin se aburre, saca el encendedor y aspira profundo... como un hálito de humo se va hasta el infinito, aspira seseando, saca de entre el carrujo... una voluta se iza del aire, entume sus carcomas y aspira y aspira… y la gente pasa y pasa: la ven de reojo. De pronto un comensal se avista, un veedor la calumnia… el mismo de todos los días a la misma hora. Un hombre cincuentón que frisa pelos blancos en las sienes, le dice algo al oído, ella menea la cabeza diciendo no y ríe, mientras le habla. El hombre le vuelve de hablar al oído… se da un momento para atizar su braza y aspira, el hombre ríe en medio del barullo de tanta gente, pasan desapercibidos. Allá a lo lejos se asoma la luna, está en el cuarto creciente, la ve y se va en un barullo de estación de hombre y mujeres caminantes; el hombre ––su compañero––, ríe de nuevo y ella se alista para cuajar su idea como la de anoche… no, no dormirá hasta las cuatro, suelta una carcajada y con los huesos entumidos le acerca el dedo a la nariz del hombre... este se vuelve loco, lo lame, lo huele, lo toca y le dice algo al oído, ella lo vuelve a meter a su bajo vientre y lo saca húmedo y el hombre se lo quiere tragar. 
Larga como el deseo, piernas sueltas, cintura de escalpelo, nariz angosta y pies suaves… ahora el hombre la jala del brazo a que se levante del suelo, pero ella saca de entre sus ropas otro lío, extiende la mano y el hombre mete la suya derecha a su bolsillo y saca la cartera, le da un billete de a cien, se levanta y se va; vuelve a guardar el lío entre sus ropas para casos de desastre y se recuesta a la orilla del vacío, no hay entre ella y el suelo más relación que las miradas de las gentes pasando aprisa para ir a comprar las cosas de la noche, de esta noche; adicta como es, el pase le durará lo que dura un sueño de seis horas, para volver a meter su mano y volver a hacerlo y atender al hombre de las cinco, pues metida en esta entraña, un extraño sopor la invade y se acuesta y se queda dormida… solo así puede hacerlo, de otra manera terminarían sus días entre garras de hombres de la calle que se aprontan a besarla pero de un pasón nadie se escapa…  Santa María, madre de dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte…


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