La veo ––otra vez–– Sola. Se mueve. Se ata a su aureola
como un aro en cúspide de arena: La Cordillera de los andes. Respira y supura. Muerta
el alma es todo cuerpo silabeante y ámbar. Se columpia en su solidez de estaca.
Almíbar. Se sonsaca y pronuncia su nombre con la yema. Al son rítmico arriba y
se embauca. Como dos nances su sonora caradura… se suaviza y anda. Como carne
dos sinuosas andaduras. Cierra los párpados,
abre el sobre del correo. Lo hincha de saliva en gozne. Prorrumpe, abre
con dos yemas en idus del otoño en néctar. Se columpia otra vez “La chispa de
la vida”. Menea. Sorraja. Un cardume de atroces andaduras, solemne misa en
cuerpo presente y muerte y nudo. Solivianta una cuerda en caradura ¡Atiza! Se
levanta en numen-oro. La diadema solitaria está echada hacia atrás. Se
encuentra postrada como en coma de hurto en plena carretera. Se asola al espejo
y ve. Se agolpa en un solitario
gemido de almidón. Se adhiere al soplo del vaho de sonrisa. Se levanta, ruge.
Se adhiere y carcajea. Se agarra al almidón de su yema, honda marea de
ahorcajada. Un marasmo silente en jadeo. Se respira. Se huele. Se siente. Se
ve. Se hipnotiza. Prorrumpe en el meneo sólido… lacerante de un odio
insatisfecho. Corre la cremallera como en viña solitaria. Rompeduras de isla y
estaño de correo. Moja el sobre de saliva. Lo adhiere a la cerradura y muerde.
Se menea más rudo en golpe, más suave con su roce en yema coma de agonía… dos,
tres… diez. Y se solaza, toma otra vez la vía. Tren subterráneo de hierro con
hierro en freno de cobalto, arcón de cierre en llanta de hule prosaico como el
negro. Nubarrón de seda entrometida hasta el tuétano de orgullo se mete más acá
del sueño en tierna seña. Se somete a la yema y urge un barrunto de soliloquio
en sueño… otra vez seda. Sorda. Lenta y agónica. Sucumbe, se levanta. Se queda
y se va. Vuelve al resane, cepilla. Toma un respiro. En aroma se distiende.
Maravilla de cuerpo, trae la pausa en cita
de regreso al lado de su mano; solaza en volumen la plática en silencio.
Escucha a la cumbre de corbeta, de paquete en elevado tanque de su sombra,
continúa en comento de su yema en planta baja. Como siempre entre penumbra. No
reflexiona. Menea. En cariño se acaricia,
se queda en mensaje encontrado en revista de su pelvis. En cierto día
playero en lanza de arena hasta el mar en caracola agarrada a su hombre que la
mira… el mismo de barba de candado, me veo. El mismo de marea entre penumbra
hasta laguna… desde esta orilla demasiada estrella para su marasmo. Toma la
estrella de mar, la tiene entre sus cartas: dos naipes rojos y redondos.
Soluciona al mundo en su toque… roce de yema se adentra a veces en esa
catadura. Ser como es después de tristeza. Sonríe entre penumbra feliz y
agradecida, se desvanece la tristeza. Le da cuerda otra vez a la cordillera en
semilla minúscula, tardía, explosiva como pensamiento en ristre. No se pierde,
camina sobre el meandro de su orilla. Se adentra otra vez. Se adhiere al
cuerpo. Corre el… por puro placer del cuerpo se solaza ¡Otra vez! Se anima,
carrera trotadora en mula… espina dorada de silente abrojo diez ya son muchas
pero sigue hasta la explosión cuando comience el sueño, se pegue a la colcha,
la meta entre sus piernas, eche la cabeza para atrás en cisne, juega en vida
madura, infancia plenilunio, se vuelve niña, saca su agosto para el día
trotando otra vez sobre penumbras su noche predilecta. Se divierte entre
líneas… lo dirá a ver quién agarra el mensaje… se moja otra vez como siniestra
la mano se adscribe a la vertical del hielo para llegar hasta arrostrar un
calor amigo del silencio en su abdomen… juega la semilla entre dedos de
corveta, importa un quejido desde adentro, lo columpia, se vuelve contra sí
misma en su hombre: la mira estático; son las siete en horario normal. Se
convierte muñeca de sí sola como si fuera su propio nombre, se acerca al
concepto de familia, por un instante se huele en él y se convierte madre de
familia a su edad apenas cruzada la... Se tomó su… antes de empotrar su ingenio
de chamaca colocada en esta vía sideral en cómplice de reunión de dos carnes
satisfechas para dentro de un mes y sola. En camisón. En acuerdo. Va, coordina
uno a uno sus movimientos de cabeza, manos, yema y semilla. Se ordena en un
camastro lleno de… ya son las ocho de la noche, luce penumbras en horario de
verano. Se enlista al bastión; sigue en punto de… muchas veces adosada en
sentido conjunto. Inicia al mayor. Sigue. Se succiona. Desde arriba, solaza las
manos. Enchincha dos motrices a la rauda… exhorta una manía, se adentra para sí
misma en diverso cuerpo de mente, de alma, de espíritu. Aspira a la vertical
del aire. Se toma del hilo de la respiración, adosa un enemigo para afuera,
acomete, se adentra un poco… ¡Ataca! ¡Resuella! ¡Se agolpa! El cabello en su
cuadro de cara late… suelta. En redondo su basto. En cueros de amalgama aprisa.
En diceres de lamento… se lamenta a sí misma, releva la vega del río que late y
azora… ordena al día para, así, se azore ––también–– en la miasma que late
aprisa. Se quiere. Se establece. Se comisiona. Embadurna en carajo lo faltante.
Los cabellos de Mona lisa se adhieren a su pecho desnudo. No se hincha de
abrojo por su pelo, lo deja correr, se abrace a su rostro que sufre; se
embadurne al columpio de arena. Se excede. El camisón levanta su falda más allá
de la arena del río, ve, espía desde afuera. Levanta y recorre la pierna en
escarnio, dispone de su uso horario a como le da la gana en este momento,
instante de instantes. Se vota del río y acude al nivel del agua, fluye desde
arriba. Un faldón de ruina se arrostra en calumnia de ruiderío sin coma de abasto.
Revienta en uno más. Se adhiere a la espiral ––ya–– del aire. Se jala del moño,
lo prorrumpe, lo saca al aire de oreo con la carne. Los ojos suaves. La boca
abierta. Las manos atroces. Las piernas desnudas. Puede. Se acepta. Se puebla
de manos y yemas. Se presenta. En fácil orgullo avasalla al síntoma de… dispara
un… y lo coge. Inicia. En abdomen vacío se acelera el juicio de
somnolencia a turno. Baja. En protección de espía. El órgano ausente se nombra
solo. Se conoce. Sanciona al espacio en prematuro silencio de penumbra. Pasa.
En pájaro de guía, momentáneo síntoma de cusca. Amiga de entrometida línea.
Ejemplo a seguir en su ser entero. Tampoco se llore en casa de su amiga intima.
Muere, revive, se levanta y se acuesta; vuelve una y otra vez, como cuando lo
hace con ella. Presencia toda en su espejo taciturno, ve de vez en cuando de
ojos abiertos, cama sola… no permite la toque nadie, amistad para mañana, ahora
es sola y nada más. Se esparce y se carcome. Mete a lo profundo en báculo de
amigo. Se ahonda. Se permite un solaz de esparcimiento, sola. Se abandona, se cuelga del instante ¡Otra vez! Se
distiende en común holgado de estuco y estampa solitaria. También se recuerda
haciéndolo, es una imagen trunca; se aprovecha de la distracción. Paciente se
hace la remolona. Placer de solitario, amo de sí mismo… instantes de título y
maroma. Se porta mal en conducta mala. Saca un diez en cuerpo lozano y arce.
Saca nueve en el meneo suave, rotundo. Grande se vuelve a mirar; ve sus piernas
lozanas- hercúleas. Soluciona en un estanque la succión de aire y agua y
espasmo. Trae una definición de ajuste de cuentas. No tiene inteligencia,
instinto sí. Se rebaja hasta ser un animal de carne-hueso. Breve, endosa la
cuenta a su semilla, pequeña empotradura, le sirve de guía al tacto de su yema.
Sola palabra de pelvis intacta en la yema aturdida y roma. Calcula una prez en
orgullo de fantasma. Desarrolla una canción de simple turquesa. Lee sin ver. Se
ingenia en lo arisco de su yema. El fantasma
recorre la habitación, la esculca, se sienta valiente como pentagrama…
vacío-hueco-marginal. Lo llena con todo candor ––a veces–– y esculca al
pliegue, arena loca de su pierna. Se yergue y se domina. En instantes acomete
con furor el idioma de la sangre dormida ––ahora–– procaz y licenciosa. En
estupidez se adora como la Mona
lisa, aparece toda su cara erguida y sin ceremonia. No pierde el tiempo para
adorarse en fiesta de solemnidad o fatua que se encima en su propia sombra sin
manojo. Ciudadana de sí misma. Se programa, llega el instante… se anuncia.
Rompe un vuelo en alas de algodón. Se arremolina. Se revela, cae. La osadía en
rumbo de timón, rasga al viento en velamen tardío de verano. El cuello dice
cómo vive y cómo llega: hacia atrás o hacia abajo. La elegancia se reviste a ser
huraña. No comulga con ostia de cemento. Se arredra a ser contraria en sumun de
acero armado por comedia. Ahora sueña. Se ha detenido en ovillo. Se consiente y
se venera. Mohína en Sucre se abandona al silencio de su yema y de su cuerpo,
yace quieta, arrebolada en su abrazo… su propio abrazo. Luce tímida y lozana.
Esta consumida. Lo hizo en dos horas y media.
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