La muerte es un arcón
en cuyo interior duermen los osos de… cada quien. Osos congelados para comerlos
en paleta de durazno en un rato de almíbar solitario. La muerte se parece a un
canto a dios… canto destemplado y tipludo… la no existencia del clamor lejano
ni rumbo al cielo espejeado en un azul inexistente.
La muerte es la cruz
de la derrota en un madero indemne, sólo se apropia del inocente; teme a su
sombra, pues lo sigue desde niño. La muerte es una cruz de oro macizo, colgada
de un cuello que elucubra. La muerte camina con zancos para ver caer al
pudiente… un canario come paletas de alpiste y en sus alas luce pedestales de
goma… en Holanda hay una cantina donde se toma cerveza a diez grados bajo cero,
es la muerte avanzando sin sentido, como todo lo que toca; se pierde el sumun
de las cosas vertiendo sal del mar a gatas desde arriba. No sucumbe el gallo
sin cantar seis veces, mientras se arrepiente de ir al madero sin sentido: dos
mujeres rezan y un hombre le avista las nalgas desde afuera, no parten los
navegantes con dios a la deriva; seca la lengua, secos los labios, seca la gotera,
el deseo se abisma donde está prohibido. Las velas de sal alumbran a la
inocente, reza, así, la muerte es como un balsa: se arredra en cualquier
remanso de dos ríos unidos como si
fueran rosas verde olivo. La muerte es un arcón donde juegan los polvos del
olvido… la resolana entra al abrir la tapa, es como un sol cualquiera de
nortes a la deriva, se olvida las cuerdas del zapato, se olvidan las nueces de
la mesa, se olvidan las zetas, se olvida: en el arcón siempre habrá un sol a la
deriva, pero no se olvida la sombra caminando al lado con su negrura de
horizonte. Después de la resolana todo es oscuro por dentro del arcón lleno de
polvo, muchas muertes pululan por ese cieno y endosa los sentidos…
sentido de la vida, sentido de dios, sentido de la voz, sentido de la palabra
sin sentido, en fin, lo estático y lo ido en un clamor de horas sin sentido.
La muerte es una
orquesta; va por la calle tocando una danza flamenca, es un balde de agua fría,
agua de lluvia… nace en los sentidos: la flauta hechiza, el trombón solitario,
la trompeta del Apocalipsis, los tambores de la caza, el corno de los perros, la
cuerdas de Ulises en la mar puesta; no hay don más grande: agradar a la muerte
sin sentido, es decir, sin el alma en su sitio, sin juicio en el mente, sin
misterios de ultratumba, por eso la muerte camina cantando una danza flamenca a
deshoras… no caza un alma sola: se habita en un cúmulo de tierra tirada al
vacío, no muerde el alma, el cuerpo y el rostro: sólo se apropia de lo suyo
desde antes de la hiedra, no comulga con la soledad de los muertos, sólo es un
puesto de flores olorosas a la puerta del camposanto. Por la noche, en días de
inundación, las mujeres tienden sus calzones ––ambición de todo hombre–– de la
cruces, adornan los túmulos de bóvedas que guardan los restos de por vida. Se
ven los colgajos de la vida, se ven los colores desabridos, se ven las flores
marchitas, en fin, todo lo que camina se guarece entre tandas de tierra
lanzadas al vacío, no es un eco, lo muerto en el sentido, es la fase lunar:
está detrás de cada lance. Entonces la muerte se trastoca en un arcón a la
deriva, se tejen historias inútiles de vencimientos de la muerte, sobre todo si
es la propia, se yerguen dioses, la vencen y luego se sientan y se dejan flotar
en la ingravidez para siempre, en el fondo quiere decir: se teme a la pútrida
fosa, pues es guarda de inocentes… la locura ataca, el sinsentido avanza y
entonces se duerme confiado en el sueño… no es de muerte, sino un… baja hasta
el averno para encontrar el sentido de la… se aviva en cada latido de esta
muerte; va llena de espanto por la calle tocando una danza flamenca sin
sentido… Es una paleta de limón… el oso se rehace después de seis meses, sale a
ver el sol, cuaja una lechita para refrescarse en el trance de somnolencia,
luego se quiebra para volver a ser fantasma… si tiene oseznos, serán la vista
de la planicie en la primavera que sigue después del hechizo de la muerte;
leche hechiza, la muerte hechiza y así, como si fueran túmulos de nieve de
limón en el hielo eterno, se van en pos de caminar para volverse a tirar al mar
helado de por medio, pues si no se come antes, se corre el riesgo de deshacerse
sin sentido… por eso, la muerte es un arcón de hielo con oseznos durmiendo la
siesta de los días.
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