Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

jueves, 11 de octubre de 2012

Misa negra



La muerte camina entre el silencio de sus… Oyes sus pasos mientras te santiguas. Le imaginas la entrepierna. Le imaginas más allá de la entrepierna… la confundes helado de silencio. El único trajín, sus pasos por el pasillo de la cocina a tu cuarto. Sobre la cómoda están dos fotos de pinturas del siglo XVII, en una está ella con los ojos al cielo, en otra el crucifijo con su carga a cuestas… vuelves a oírla. Una y otra vez  intentas quitarla de tus oídos y poner en tus ojos las imágenes que presiden tu alcoba. No lo logras. Una pesadez de anoche te amodorra. Oyes cuando abre la puerta del baño al final del pasillo, en la sala, lo sabes porque la campanita, cencerro de fiera, ha sonado. Por fin, no lo puedes negar: sus nalgas te atolondran, te distraen, te obsesionan a tal grado, su voz ha llegado a provocarte espasmos de sexo en… Ahora abre la puerta del baño. “Es para que yo sepa cuando entras… por si acaso”, le dijiste por lo de las campanitas. Ella estuvo de acuerdo y sonriente te dijo: “Sí padre, estoy para servirlo”.
Muy al principio de estos cinco años, la veías como la misma virgen cuando reza al cielo, la veías pariendo al Mesías, mientras orabas la oración de antes de las campanadas de las cinco y media; era tu inspiración para dar la misa de seis, la comparabas con la otra imagen  de al lado del altar presidiendo la ceremonia. Así fueron pasando los días, hasta... una vez la viste… sin querer, acomodándose los calzones desde la puerta entreabierta del baño. “Estaba orinando”, imaginaste, y una vez, ella se fue a la cocina a seguir con el trabajo diario, corriste a ver el cesto de los papeles por si acaso estaba alguno recién mojado de sus gotones bajo el cielo de su entrepierna de los restos de su…  necesitan limpiar para no empapar los
calzones… corriste y sí, ahí estaba el recién papel con agua entre sus pliegues. Lo tomaste y lo llevaste hasta tu recámara… y lo hiciste esa noche envolviendo en tus imágenes, la de ella con su… y ese sonido peculiar y esos labios peculiares, y esa mancha de pelo que oliste y pensaste e imaginaste y sentiste, de igual manera a como lo venías haciendo, según el consejo de tu preceptor, en casos de urgencia. La vuelves a oír en sus pasos de la cocina al comedor de la sala. Ahora imaginas a la sombra de su paso, sus pies, sus manos con la charola, te lleva el primer café de la madrugada, en preparación de la misa de seis, pues se aproxima… “Y es bueno que yo almuerce con usted”, te dijo inocente para invocar la idea de ella, al tanto de lo sucedido en esa casa mientras pasabas la prueba de los cinco años cerca del mundo. “Nada tiene de malo… estamos en soledad”, le dijiste provocador para rematar como si la justificación de tal acto fuera estar precisamente en soledad a la hora del desayuno. Luego la soñaste a como querías soñarla. Nunca más volvió a suceder, porque mataste la idea malsana de los dos cuerpos juntándose, rezando el padrenuestro, para casos de urgencia como éste. Fue, después de aquel sueño, cuando la comenzaste a confundir con ellos, los de en medio del altar para postrarte en la idea del espíritu  comulgando del cuerpo de… en la hostia sagrada como el lamento. Pero las cosas se salieron de control; se volvió costumbre esperarla en su hora de orinar… siempre era a la misma hora, como si ella adivinara: tú estabas a la espera de su agua violenta entre sus piernas… pasaron dos años desde el sueño… y por fin, impregnaste la foto con los olores del papel de baño y te dejaste correr sobre la foto en un paroxismo más allá del simple lamento de agua en su entrepierna; hiciste la oración de siempre y superaste la prueba. Pero el cuerpo pide siempre más. Un día cuando lo hacías sentiste la necesidad de ser penetrado, lo hiciste… de ahí en adelante te convertiste en adorador de las fotografías de tu cuarto… “Te confundo con la virgen”, le dijiste. Ella bajó la mano y la dejó correr por entre sus labios de…  coronaste con un suplicio en la soledad de tu alcoba, pero no lograste detener el rebullón desde tus nalgas.
Ya tienes cicatrices en tu espalda, el cilicio no da para mañana a la hora de la misa, lo has decidido… Entonces ella sigue en su sitio esperando la oblea de tu mano, como siempre con su bata larga y sus dedos como acero… No has santificado, lo has hecho a propósito para endiosar a la idea del lamento. Te vas a la esquina de la cómoda, donde están las fotografías con las pinturas del siglo XVII, entonces ves a la imagen de ella cómo se desnuda frente a tus ojos… las velas están apagadas, un ventarrón entrado por la ventana terminó con la flama, te embebes en esa imagen y cuando estás a punto de… tocan la puerta, es ella quien vuelve con el café de la mañana, te pones la bata de siempre, sales a recibirla y ella se postra ante ti, como si fueras Él salido de la estampa… no lo sabes, no sabes por qué lo hace, pero sus palabras te lo aclaran: estoy para servirle.

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