Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

jueves, 18 de octubre de 2012

Efebos



Te diriges a la pista. La caminata matinal te despierta los sentidos. No hay en el horizonte de tus pasos sino sombras en devolución por el pinchazo de anoche. De pronto, de entre tus venas va saliendo esta angustia te seca… lo repiensas, te sientas en la banca del parque cercano para azuzar a quien te nombra en esta hora de la mañana… muy temprano para verte a solas con tu jeringa en la mano, y destrabarte el cinturón para así no se vea el pinchazo… los pinchazos que llevas en la nalga.
Te pusiste los calzones ceñidos de ella, no llevas sino esa sensación de llenadura entre telones de nalgas primerizas.
Por fin avanzas, al cabo la llevas preparada.
Te izas la camisa, no hay nadie en las bancas cercanas a esta hora, simulas rascarte la parte alta de tus caderas y ¡Zas! El pinchazo va, vuela hasta el tuétano de tus escasas fuerzas. Te recuestas en la banca. Sientes como vas entrando a la estación estival y es pleno invierno. Sientes la lozanía de tus piernas, de tus ingles, de tu cara, de tu sexo, de tus manos.
Lo recuerdas: ibas a la caminata rutinaria.
Pero te embebió la nostalgia de anoche. El hilo dental ceñido te socorre para pensar en eso, vuelas. Estás en plena lozanía, te acabas de ganas de ser… y entonces tomas el camino de regreso. Son las siete de la mañana. Un sopor de sexo te van entrando por tus mejillas, por tus oídos, por tus nalgas y lo que está más adentro.
En un lugar de tu sexo el potro duerme… lo piensas y penetras hasta ese dedal de insomnio, recuerdas… sí, estabas tranquilo, pero con esta aburrición que no la quita nada, estabas acostado antes de quitar el candado de la salida, pero las ganas de ir una vez más hasta allá se te vinieron de golpe.
Ahora llegas y pones de inmediato una película... de donde saldrán las imágenes. Te recuestas en la cama… tan amplia como siempre. Le llamas por teléfono con unas ganas que te ganan, lo sabes, él vendrá a postrarte en vez de azúcar, él vendrá a ponerse de hinojos, él vendrá con sus pinceles abiertos como sangre de anoche cuando dejó lo hicieras; tú, con tus puntas afiladas lo esperarás, y mientras, harás lo mismo a él le gusta: el tinte en su punto, el delantal para antes de hacerlo, la punturas de junto a tus nalgas, el dibujo de sus dedos quedó a medio hacer anoche, mientras sentías sus puntos recorrer tu espalda.
Dejas de pensar y te levantas al ejercicio preinserto, la ceremonia está por comenzar; primero pones los tintes en el… te aseguras estén bien limpios, luego preparas las agujas, luego te preparas… debe ser con suprema calma,  este trance aún comienza. Lo harás antes de comenzar, pero sientes: algo te falta, y sí, vas a la cómoda y sacas el otro edredón que te quedaba limpio. Tocan a la puerta, vas y la abres. Su pelo luce recién bañado; se habrá quitado toda mácula del veneno… pues no te gusta con veneno, se habrá lustrado hasta los calcetines, se habrá hecho todas las abluciones.
Le guiñas el ojo y lo dejas entrar. Se saludan con los ojos… no han pasado ni doce horas desde la última vez. Ahora está aquí de nuevo. Sacas la otra jeringa y lo invitas, mueve la cabeza y lo pinchas con una luz simiente de tus ojos.
Se acuesta en la cama de trabajo, le alzas las piernas, aplicas el rubor para dar ese tono de mujer hechiza, enderezas la aguja y la metes en cada poro de su piel, él ni se mueve. Pinchas y pinchas como si fueras un payaso salido desde esta mañana, ya es de día; aplicas la tinta con suprema suavidad para así sienta solo las encerronas de la aguja entre sus poros. Por fin ha quedado, él se siente en plenitud igual a ti, pero falta algo, la espalda le duele un poco, entonces se levanta de la mesa de trabajo, se endereza, se sienta en el canto, le dices: es la hora, y entonces él toma la aguja y la introduce entre tus pliegues de almidón… tu piel reluce suave y nácar. Él ve tus nalgas y las de él en el espejo, las copia… copia cada trazo hecho con tus dedos. El ruidito de la maquina te deja en sopor, pero no sientes dolor alguno. Entonces levantas la cabeza y sí, ha terminado, es del mismo color al tuyo, la tormenta comienza entre telones de algodón…  
El dolor ya no es dolor, es mientes para cuando él lo haga contigo, ahora no, pero sus manos esculcándote son igual al mar cuando te bañas, son igual al pinchazo de las siete, son igual a cuando te somete y te la deja ir sin algo entre los dos, para así se diga: son inocentes, pero estás que vuelas, no hay mas que el espejo donde ves las imágenes del ruido, no hay sino su cuerpo, ahora enjuto por los pinchazos de tinta que dejaste… pero el haberte abrazado para esculcar tu piel con la aguja, te mete a otro… sientes sus manos como las tuyas propias, sientes su piel igual a la tuya cuando la acaricias… por fin lo convences y beben del silencio de su carne saliendo a borbotones, antes lo hiciste entrar en ambiente, antes lo viste así desnudo, antes corriste tus manos sobre sus llagas, antes le sobaste el falo hasta… cuando estuvo te pegaste y lo hiciste con suprema fruición, como si el mundo acabara en los siguientes ocho minutos de sol que precederán al extinto, pues es el tiempo en que se viene en luz sagrada y llega hasta la tierra y llegas con él y llegas al mismo tiempo en que funcionan con el mismo pacto entre… salen a la calle y le dedicas una canción de tu audífono, lo piensas: has hecho lo mismo haría cualquiera al son de la maquinita de vapor recorriendo la piel, entraña por entraña.

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