Te diriges a la
pista. La caminata matinal te despierta los sentidos. No hay en el horizonte de
tus pasos sino sombras en devolución por el pinchazo de anoche. De pronto, de
entre tus venas va saliendo esta angustia te seca… lo repiensas, te sientas en
la banca del parque cercano para azuzar a quien te nombra en esta hora de la
mañana… muy temprano para verte a solas con tu jeringa en la mano, y
destrabarte el cinturón para así no se vea el pinchazo… los pinchazos que
llevas en la nalga.
Te pusiste los
calzones ceñidos de ella, no llevas sino esa sensación de llenadura entre
telones de nalgas primerizas.
Por fin avanzas, al
cabo la llevas preparada.
Te izas la camisa, no
hay nadie en las bancas cercanas a esta hora, simulas rascarte la parte alta de
tus caderas y ¡Zas! El pinchazo va, vuela hasta el tuétano de tus escasas
fuerzas. Te recuestas en la banca. Sientes como vas entrando a la estación
estival y es pleno invierno. Sientes la lozanía de tus piernas, de tus ingles,
de tu cara, de tu sexo, de tus manos.
Lo recuerdas: ibas a
la caminata rutinaria.
Pero te embebió la
nostalgia de anoche. El hilo dental ceñido te socorre para pensar en eso, vuelas.
Estás en plena lozanía, te acabas de ganas de ser… y entonces tomas el camino
de regreso. Son las siete de la mañana. Un sopor de sexo te van entrando por
tus mejillas, por tus oídos, por tus nalgas y lo que está más adentro.
En un lugar de tu
sexo el potro duerme… lo piensas y penetras hasta ese dedal de insomnio,
recuerdas… sí, estabas tranquilo, pero con esta aburrición que no la quita
nada, estabas acostado antes de quitar el candado de la salida, pero las ganas
de ir una vez más hasta allá se te vinieron de golpe.
Ahora llegas y pones
de inmediato una película... de donde saldrán las imágenes. Te recuestas en la
cama… tan amplia como siempre. Le llamas por teléfono con unas ganas que te ganan,
lo sabes, él vendrá a postrarte en vez de azúcar, él vendrá a ponerse de
hinojos, él vendrá con sus pinceles abiertos como sangre de anoche cuando dejó
lo hicieras; tú, con tus puntas afiladas lo esperarás, y mientras, harás lo mismo
a él le gusta: el tinte en su punto, el delantal para antes de hacerlo, la
punturas de junto a tus nalgas, el dibujo de sus dedos quedó a medio hacer
anoche, mientras sentías sus puntos recorrer tu espalda.
Dejas de pensar y te
levantas al ejercicio preinserto, la ceremonia está por comenzar; primero pones
los tintes en el… te aseguras estén bien limpios, luego preparas las agujas,
luego te preparas… debe ser con suprema calma, este trance aún comienza. Lo harás antes de
comenzar, pero sientes: algo te falta, y sí, vas a la cómoda y sacas el otro
edredón que te quedaba limpio. Tocan a la puerta, vas y la abres. Su pelo luce
recién bañado; se habrá quitado toda mácula del veneno… pues no te gusta con
veneno, se habrá lustrado hasta los calcetines, se habrá hecho todas las
abluciones.
Le guiñas el ojo y lo
dejas entrar. Se saludan con los ojos… no han pasado ni doce horas desde la
última vez. Ahora está aquí de nuevo. Sacas la otra jeringa y lo invitas, mueve
la cabeza y lo pinchas con una luz simiente de tus ojos.
Se acuesta en la cama
de trabajo, le alzas las piernas, aplicas el rubor para dar ese tono de mujer
hechiza, enderezas la aguja y la metes en cada poro de su piel, él ni se mueve.
Pinchas y pinchas como si fueras un payaso salido desde esta mañana, ya es de
día; aplicas la tinta con suprema suavidad para así sienta solo las encerronas
de la aguja entre sus poros. Por fin ha quedado, él se siente en plenitud igual
a ti, pero falta algo, la espalda le duele un poco, entonces se levanta de la
mesa de trabajo, se endereza, se sienta en el canto, le dices: es la hora, y
entonces él toma la aguja y la introduce entre tus pliegues de almidón… tu piel
reluce suave y nácar. Él ve tus nalgas y las de él en el espejo, las copia…
copia cada trazo hecho con tus dedos. El ruidito de la maquina te deja en
sopor, pero no sientes dolor alguno. Entonces levantas la cabeza y sí, ha
terminado, es del mismo color al tuyo, la tormenta comienza entre telones de
algodón…
El dolor ya no es
dolor, es mientes para cuando él lo haga contigo, ahora no, pero sus manos esculcándote
son igual al mar cuando te bañas, son igual al pinchazo de las siete, son igual
a cuando te somete y te la deja ir sin algo entre los dos, para así se diga:
son inocentes, pero estás que vuelas, no hay mas que el espejo donde ves las
imágenes del ruido, no hay sino su cuerpo, ahora enjuto por los pinchazos de
tinta que dejaste… pero el haberte abrazado para esculcar tu piel con la aguja,
te mete a otro… sientes sus manos como las tuyas propias, sientes su piel igual
a la tuya cuando la acaricias… por fin lo convences y beben del silencio de su
carne saliendo a borbotones, antes lo hiciste entrar en ambiente, antes lo
viste así desnudo, antes corriste tus manos sobre sus llagas, antes le sobaste
el falo hasta… cuando estuvo te pegaste y lo hiciste con suprema fruición, como
si el mundo acabara en los siguientes ocho minutos de sol que precederán al
extinto, pues es el tiempo en que se viene en luz sagrada y llega hasta la
tierra y llegas con él y llegas al mismo tiempo en que funcionan con el mismo
pacto entre… salen a la calle y le dedicas una canción de tu audífono, lo
piensas: has hecho lo mismo haría cualquiera al son de la maquinita de vapor
recorriendo la piel, entraña por entraña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario