No lo puedes negar…
te gusta y tú le gustas a ella. En lánguida melodía va la relación de ustedes
como si fueran dos extraños; claro, ella no es de tu nivel, tú eres hijo de
Dios y ella sabrá de quién es hija… pero te gusta… no es un simple gusto, ya
pasó a algo más, en lo que se convierten ellas cuando te las prohíbes: una
ensoñación, un encanto, una espina que te duele, una laceración, unos pies apenas
en el suelo, una falda devanando al aire, una blusa enconada por sobre sus mataduras… todo eso y
más; pero no lo olvidas: eres hijo de Dios y ella, sabrá de quién es hija.
Has llegado a pensar:
es mujer, igual a ellas, entre sus piernas late eso y te llama a cada… “la
imaginación como una espuela” te arriza los ijares, la mente arrobada por entre
el puño de este tu noviciado apenas canta una edad de silencios sobre su cuerpo
y el de ella, también es mujer… pero eso no debe de ser, porque, te dices: es
lo último a llegar. Entonces te llagan sus olores. Cómo quisieras comerte las
obleas remojada en eso… sale desde adentro como de la fuente ignota, no dura
pero come el bestial pensamiento de su solo nombre.
Ayer, cuando sacudía
el estante de libros te rozó con… la falda, pero tú sentiste la carne dura de
sus muslos posarse sobre ti; no, no fueron los muslos, fue la simple tela, la misma
guarda de eso, te endemonia y no sucumbes hasta llegar a tu habitación y lo
haces solo como siempre. Has notado en los últimos días: entre más lo haces más
ensueñas, entre más te masturbas pensando en su… nombre, más acude a ti esa
imagen; te llama de entre la tela, de entre sus muslos, de entre sus piernas.
Y ella te sonríe, y
tú le sigues la risa como si nada, pero desde cerca puede mirarse cómo te
tiembla la barbilla al verla cerca de ti y en esas poses… Ya no puedes olvidar
la vez cuando te rozó la mano, ya no puedes olvidar la vez cuando te arropó con
sus manos para no dejarte caer sobre el vacío, ya no puedes pensar en otra cosa,
no sea su voz latiéndote en el pecho y en tus manos y en tus oídos y en tus
ojos, ya no puedes pensarla cuando das la misa de seis, sino en espasmos de
cadera, como la otra: llega puntual para depositar sobre sus labios la hostia… la misma
le da el nombre a tu trabajo día a día. En más de una ocasión lo has decidido;
asaltar su cama como un… o buscar asilo como el vagabundo, cuando no tiene otra
salida: robarse el pan del cajón de obleas: están sobre el estante… pero tu
instinto te ha dicho: no hay necesidad de eso, solo basta un rozón de tus manos
con la de ella, acaso ella siente lo mismo y tú en la inmensidad de su olvido
de las cosas de la calle. Y sus caderas, y sus manos, y su cara, y su… y la
latencia de la carne lleva sobre de sí como si fuera una carga para el pesado
faldón de su estatura: mujer de engaño, vacilación, engañadora, orgullo sobre
su nombre, bastión de sierpes de pecado, demonio… se viste de esa manera para
verte sudar copiosamente; mientras, resistes y resistes en son de guardar los
días terrenales. Ya tu espalda es un escorpión latiendo veneno sobre la herida
de tus laceraciones, ya el suplicio la engrandeció, a tal punto: basta un rozón
de su mano, basta el soplido de su falda cuando se da la vuelta para encontrarte
de nuevo en su mirada arrobada en ti, como si fueras un santo.
Ahora está de
espaldas en el cuarto de la misión. Qué hace ahí parada… ya tienes la erección
a cuestas, ella no se mueve como si te esperara, ella permanece como una… busca
su propio veneno. Por entre su falda larga, hasta el tobillo, se traslucen las
formas de sus carnes, desde la curva de su cintura hacia arriba remata en su
boca… y más abajo… lo has decidido, te levantas de tu sillón, caminas hacia
ella, volteas hacia el lado derecho y está la foto de ella, la misma te
regalaron el día de tu partida del seminario. Es la misma, te dices para
adentro… y así, como si fuera mengua, la tomas entre tus brazos y el cristal la
arropa, la ropa la quema, cae en pedazos frente a ti, y la izas para así no se
rompa el papel de sus pasos sobre la habitación, pues ha terminado y tú has
hecho lo mismo de todos los días…
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