La muerte es un
catafalco donde yace una mujer bella y madura, no está muerta: descansa, no
ríe: se mofa de la gente. En sus labios luce una sonrisa apenas Mona Lisa. La
recuerdo jugando a morirse en aquellos momentos de catorce años cuando ella
dejaba de respirar y luego yo, con mi aliento en su boca, la volvía a la vida.
Ahora yace después de haber cumplido su palabra: “yo decido mi vida y mi
muerte”. Lo hizo con su propia mano, así como tejía manualidades en su cuerpo
en sus ratos de ocio; esta vez lo sabía, estaba llegado el momento “su
momento”.
Me tapo la nariz y la
boca, deja se me pongan morados lo labios, me besas y luego soplas para inflar
de nuevo mis pulmones, me decía en sus catorce años.
Yo lo hacía a cambio
de que después ella lo hiciera conmigo.
No sucedía nada… o
casi nada. Sólo era dejarse ir como cualquiera por una calle desierta; no había
estertores, sólo silencio entre las venas; llegué a escuchar en su pecho y su
corazón latía lento y visceral como un corazón… pero vivía. Sacarla de la
inconsciencia era asunto de soplar en sus pulmones y llenarlos de aire como un
globo que se hincha… así se expandía su pecho y sus senos de esos mismos años.
Ahora está aquí con una sonrisa apenas perceptible, la misma, después de la
muerte tomada por uno mismo y en la hora propicia. Me he asomado más de una vez
a verla… a verle el rostro cubierto apenas con un roce de… asombra sus ojos, sacude sus mejillas, tornea sus labios. Me
fascina su dormir latente, cada que me asomo a verla, el tiempo se detiene, me
niego a pensar lo siguiente, en los siguientes días, me niego a pensar después
de los nueve días adentro de la fosa, me niego a aceptar lo de los años. Está
demás decir lo pensado al volver a sus labios, está demás pensar otra vez en
sus cabellos ensortijados como un lienzo sobre su cuello… sus manos están
intactas, su cuello largo yace como si rezara al dios, nunca creído ni por un
rato… yo soplaba adentro de sus pulmones por su nariz y su boca y abría otra
vez los ojos… yo me iba como en un sueño y volvía a verle sus grandes ojos
negros pegados a su nariz mientras ella soplaba en mis pulmones.
Luego la dejé de ver
por largo tiempo, como cuando papá y mamá deciden alejarlo a uno del peligro
descubierto en una noche de piyamas, cuando no dormíamos ni jugábamos sino el
juego de estar muerto y revivir para des-aburrirnos de estar vivos toda la
vida.
Ahora no es posible
levantar el cristal por donde se ve su cara, para insuflarle otra vez el aire
de la vida, ya no es posible verla reír de nuevo en esta vida… dicen, al lado
de su cuerpo, hoy en la mañana, estaba el frasco clásico de pastillas para
dormir, totalmente vacío, quizá por eso su risa celestial como la de Leonardo
como la misma ahora luce, quizá por eso su cuello suave y alzado como guía,
quizá por eso sus…
Pienso en el tiempo
de hoy hasta mañana.
No hay nada me
detenga para espantar la respiración hasta mañana, no hay lagunas donde
merodear para aguantarse la idea de estar como en su tumba después del
catafalco.
Es preciso… es
preciso la acompañe hasta el rosario del camposanto.
Jamás, en las veces cuando
lo hicimos, pensamos sería para siempre, que la muerte es para siempre y para
nunca.
Estaré atento al
reloj de pared para enderezar la idea en su hora, pero ella ya no estará para
insuflar de nuevo mis pulmones…
Aflojaré las amarras,
me atan a su sonrisa, me atan a su pelo, me atan a su piel, me atan al cadalso;
no sé cuánto tiempo espere para verla otra vez, según los cristianos… volveré
algún día al lugar de su entierro y veré sus huesos áridos, como fantasmas en
medio de la noche, veré sus dientes salidos de la carne, veré sus manos sin
carne ya, sus pies, su abdomen, sus brazos, pero ya no estará para darme el
aire faltante en la hora precisa, la que elegiré sin dogmas de por medio, la
misma me hará llegar hasta pasar de un momento a otro, sin hallar poses en el
camino… no es el amor quien guía mis pensamientos, es esa idea obsesiva de
hacerlo a como lo hizo ella, es la idea machacando el cerebro para volver a
estar muerto, es la idea de salirme de esta instancia para envolverme en la
sábana del tiempo, la niebla, pues hay niebla por entre los caudales de caminos
hacia el lugar de su tumba, hecha ya, confiada a los hacedores de tumbas… quizá
mañana mismo, mande hacer mi cajón, quizá mañana mismo me mande hacer mi tumba;
la adornaré con la letra de aquella canción grabada entre la piedra, la haré a
la luz de las palabras escritas, la llevaré al lapidador, para así, haga con su
cincel el grabado sobre la piedra. Llegado el momento lo haré de un jalón, sin
que haya cimientos para derrumbar, ni paredes huecas, rimadas al son del día
postrero. Dejaré una carta, así como la dejan los suicidas, dejaré un discurso
para leer en el momento de bajar hasta el sótano de la tumba… igual a ella hoy
mismo por la tarde…
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