La muerte camina como
el caballo rosa de la calle. Va en un tumulto de hojas vivas, va hacia el lugar
del camposanto. La muerte es un bolsillo vacío bajo una leontina, no brilla. Va
colgando de una cabecera de peces muertos como el tiempo. La muerte camina como
un embalse a medio parque de la ciudad aterida por el síntoma de muerte, muerte
caudalosa para un río de piedras asomadas por entre el agua embreturada. No hay
sínodo en la habitación, simplemente se dijo: ha muerto; ahora camina por la
calle en un ataúd lleno de flores al lado del catafalco, conducido por un carro
solemne de blancas cabalgaduras… como se estila en los cuentos clásicos. No hay
llenadera para esta muerte: abraza los sentidos; quizá pensó: podría pensar aun
muerto, pero no es dable a los mortales ir por la calle muerto de risa, es más,
han contratado un coro porque no había, en este caso, lloro al natural para
esta muerte. Un colgajo de ausentes amenaza a esta cruza de silencio con muerte
para ir más allá del camposanto. Le han colgado tres cruces, símbolos de los
ladrones… el de en medio; no hay a la hora, cuando camina, esta fortuna de rueda
sin corolas, más que los oídos latentes como el silencio, acompañando a los que
pasan con el coro embalsamado de las comadrejas… se arredran por un ramo de
albahacas somnolientas. La carroza avanza sin hacer ruido… no sea se levante la
muerte antes del tercer día y vaya con la prisa entre telones a hacer valla al
cadalso, ya lo espera otra vez como revuelta. Ya han pasado veinticuatro horas
de velación, precisas para asegurarse: estaba bien muerta esta muerte, precisas
para encomendar Al Creador el alma de esta pobre inocente, pues ahora toma la
forma de caballo danzante y rosa, con velos blancos y crines amarillas sin
armadura en las rodillas. El catafalco se mueve apenas con el ruidito de la
carroza, las gladiolas se mueven más aprisa cual si fueran en alas, traídas
desde lo alto de las lomas de Hubión, para un día de muerte como enrosque. Las
ruedas siguen su destino, llevan sobre sí el molde: no sabe atrabancar sino es
por mandato de un ciclo culminado en cada latido del reloj de cuarzo habitado
en el tablero de la carroza indemne. Esta muerte no es de hoja de lata, es una
canción hecha de flores blancas y amarillas con olor a muerto… como si faltare.
Los transeúntes ven copiar a la carroza y se quitan el tocado… lo llevan, para honrar el paso de los minutos
como colgajos de heras en un tinglado de trigal en flor para… endiosar al
camposanto como lugar de dioses insepultos. Las rosas fuera de lugar… pues con
el color de caballo basta, no espantan la idea del… ausente en estos casos
porque una no se lleva con el otro por ser ambos alabastros de silencios. Las
mujeres lloran. A cada rato resoplan de sus narices para que se vea: de veras
lloran al paso del catafalco… por fin, en lontananza se dibuja el anfiteatro,
como le dicen… y la carroza avanza lenta como el minuto antes de transcurrir en
el segundero; lo atestigua para no se diga: murió fuera de la hora. Las ruedas
de la carroza siguen su destino… antes de llegar hay una tienda de flores rojas
y blancas; a la mera hora del entierro, donde el alma se acuesta en un ovillo,
en esa misma hora se arrojarán sobre el ataúd flores blancas recién compradas
de la tienda de la esquina del camposanto; ya no hay sínodo en el altar del
anfiteatro, ha pasado la hora del caballo rosa; brincaba de gusto en esta corte
de trenes del espacio. Ahora se aprestan a bajar el tren de aterrizaje, ahora
prestan su lugar a cada polo del cuadrante de la caja. Como soldados en
formación avanzan cuajados de tanta muerte. Lo depositan en lo rieles colgante
de tela verde, opaca y sucia, sumen el botón y comienza a bajar como un escote…
lento y visceral como una guía de espasmos a la hora de entregar el alma, lento
y visceral como un ahoguido sin espasmos ni alientos de por medio, como un
bostezo, lo brinda la plañidera de junto, como la baldosa se arruina en el
pasillo por tantos pasos a la entrada de la puerta donde dice: “Silencio”…
El caballo rosa ahora es un arzón de plata: jala al inocente; los rieles de tul verde, opaco y sucio, esperan la llegada de otro sínodo al anfiteatro, nada ha cambiado, salvo las rosas: ahora fluyen desde el túmulo de tierra convertido en estrellas del silencio sepulcral como todos los días de este lugar de dioses en concierto…
El caballo rosa ahora es un arzón de plata: jala al inocente; los rieles de tul verde, opaco y sucio, esperan la llegada de otro sínodo al anfiteatro, nada ha cambiado, salvo las rosas: ahora fluyen desde el túmulo de tierra convertido en estrellas del silencio sepulcral como todos los días de este lugar de dioses en concierto…
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