Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

domingo, 7 de octubre de 2012

Caballo



La muerte camina como el caballo rosa de la calle. Va en un tumulto de hojas vivas, va hacia el lugar del camposanto. La muerte es un bolsillo vacío bajo una leontina, no brilla. Va colgando de una cabecera de peces muertos como el tiempo. La muerte camina como un embalse a medio parque de la ciudad aterida por el síntoma de muerte, muerte caudalosa para un río de piedras asomadas por entre el agua embreturada. No hay sínodo en la habitación, simplemente se dijo: ha muerto; ahora camina por la calle en un ataúd lleno de flores al lado del catafalco, conducido por un carro solemne de blancas cabalgaduras… como se estila en los cuentos clásicos. No hay llenadera para esta muerte: abraza los sentidos; quizá pensó: podría pensar aun muerto, pero no es dable a los mortales ir por la calle muerto de risa, es más, han contratado un coro porque no había, en este caso, lloro al natural para esta muerte. Un colgajo de ausentes amenaza a esta cruza de silencio con muerte para ir más allá del camposanto. Le han colgado tres cruces, símbolos de los ladrones… el de en medio; no hay a la hora, cuando camina, esta fortuna de rueda sin corolas, más que los oídos latentes como el silencio, acompañando a los que pasan con el coro embalsamado de las comadrejas… se arredran por un ramo de albahacas somnolientas. La carroza avanza sin hacer ruido… no sea se levante la muerte antes del tercer día y vaya con la prisa entre telones a hacer valla al cadalso, ya lo espera otra vez como revuelta. Ya han pasado veinticuatro horas de velación, precisas para asegurarse: estaba bien muerta esta muerte, precisas para encomendar Al Creador el alma de esta pobre inocente, pues ahora toma la forma de caballo danzante y rosa, con velos blancos y crines amarillas sin armadura en las rodillas. El catafalco se mueve apenas con el ruidito de la carroza, las gladiolas se mueven más aprisa cual si fueran en alas, traídas desde lo alto de las lomas de Hubión, para un día de muerte como enrosque. Las ruedas siguen su destino, llevan sobre sí el molde: no sabe atrabancar sino es por mandato de un ciclo culminado en cada latido del reloj de cuarzo habitado en el tablero de la carroza indemne. Esta muerte no es de hoja de lata, es una canción hecha de flores blancas y amarillas con olor a muerto… como si faltare. Los transeúntes ven copiar a la carroza y se quitan el tocado…  lo llevan, para honrar el paso de los minutos como colgajos de heras en un tinglado de trigal en flor para… endiosar al camposanto como lugar de dioses insepultos. Las rosas fuera de lugar… pues con el color de caballo basta, no espantan la idea del… ausente en estos casos porque una no se lleva con el otro por ser ambos alabastros de silencios. Las mujeres lloran. A cada rato resoplan de sus narices para que se vea: de veras lloran al paso del catafalco… por fin, en lontananza se dibuja el anfiteatro, como le dicen… y la carroza avanza lenta como el minuto antes de transcurrir en el segundero; lo atestigua para no se diga: murió fuera de la hora. Las ruedas de la carroza siguen su destino… antes de llegar hay una tienda de flores rojas y blancas; a la mera hora del entierro, donde el alma se acuesta en un ovillo, en esa misma hora se arrojarán sobre el ataúd flores blancas recién compradas de la tienda de la esquina del camposanto; ya no hay sínodo en el altar del anfiteatro, ha pasado la hora del caballo rosa; brincaba de gusto en esta corte de trenes del espacio. Ahora se aprestan a bajar el tren de aterrizaje, ahora prestan su lugar a cada polo del cuadrante de la caja. Como soldados en formación avanzan cuajados de tanta muerte. Lo depositan en lo rieles colgante de tela verde, opaca y sucia, sumen el botón y comienza a bajar como un escote… lento y visceral como una guía de espasmos a la hora de entregar el alma, lento y visceral como un ahoguido sin espasmos ni alientos de por medio, como un bostezo, lo brinda la plañidera de junto, como la baldosa se arruina en el pasillo por tantos pasos a la entrada de la puerta donde dice: “Silencio”…
El caballo rosa ahora es un arzón de plata: jala al inocente; los rieles de tul verde, opaco y sucio, esperan la llegada de otro sínodo al anfiteatro, nada ha cambiado, salvo las rosas: ahora fluyen desde el túmulo de tierra convertido en estrellas del silencio sepulcral como todos los días de este lugar de dioses en concierto…

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