Es el paso del
espejo… mi paso frente al espejo; de cualquiera de la calle, de cualquiera de
la sala… no, de la sala no; deben de haber miradas perdidas viendo la escena de verme frente al cristal;
me refleja en esa zona de… cuando estoy sola no lo veo, basta… me basta cerrar
los ojos para entrar a la ensoñación. Allá es distinto, son los ojos: me ven e
imagino las miradas, solo imagino, es… son mis ojos: me ven en el espejo de la
calle… pero más, lo otro… no, no me atrevo… es como estar sola ante el girasol:
sale de día y se mete de noche. No puedo eludirla… no puedo eludirlo. Sobre
todo en mis posaderas, las veo retratadas por un instante. A solas no soy quien
para decirme: me gustas. Requiero de los pasos por la calle, requiero el paso
por entre la soledad vespertina, requiero reunirme con las miradas. Entonces,
cuando sucede, un líquido suave y perfumado resbala por mi entrepierna, y los
mil ojos que ven no sienten lo que yo siento, más entre la imagen: me devuelve la ventana del
cristal… el auto estacionado por donde paso.
Ninguna imagen prisa
más a la otra, es el sentido de… me ve mientras lo hago asustada de terminar en
tanto… en tanto: escama de vuelos salidos de inframundo me vuelan por el
escote: él ve y escucha, yo meneo mis dedos; es lo mismo cuando miro al paso…
mi paso por la calle; el calor me invade es como una medusa suave y perfumada y
honda. No es el escalpelo que hiende mis carnes, no, es la pluma cuando besa
esa parte suave donde yo mismo toco con la mirada a través de la tela para
endiosar a los veedores de la escena. Aunque siempre es el mismo paso por esa
“ventana”; la novedad radica en el son de mis ojos de luz en ciernes para
“tocar”, como quisiera esa parte íntima. ¿Y me lo preguntas? No, no lo haría
así, nunca lo haría; mis ojos no se comparan a los de nadie, mis ojos son como
el viento: me hiende la herida, la suave brisa pasa y se queja y duerme entre
mis… Y siento la ropa íntima, siento el vestido cayendo sobre mis pechos
dormidos, siento esa bestial hacedura de cuentos pintados; si me rayaran con el
escalpelo, quizá sería infeliz, comparando esa herida parte de mí… aspira a la eterna mirada de deseo de él… no
es la mía, pero me da rabia si esconde la cara a la hora, el minuto, el
instante, cuando se arroba para vaciar en mí esa ventana.
Pasar por delante es
como si me viera por fuera, como si viera mi cuerpo como ellos lo ven, para de
ahí rezumar un viento de pelvis, una aireada de cadera, una mano escurre por
encima del muslo, donde habito en el instante de la mirada, y me pregunto ¿Será
el amanecer lo que endiosa esa mirada? Y me respondo: no, es el pastel de
bienvenida a este mundo, es el encanto de… por no decir sirena.
Las he visto a ellas,
las he observado haciendo lo mismo, y me digo: a lo mejor es la mirada de una
misma, pero qué objeto tiene si no lo tienes entre manos como caderas latentes
embrionarias. Entonces paso lento y es la primicia de lo que me espera, para
saber con seguridad… en lo oscuro nada se mueve sino mis dedos metidos y
lamidos y chupados y vueltos al mismo lugar sin mecer en el púlpito una voz… me
sacaría del silencio… al lado duerme ella. Pero no es tanto para romper el
silencio de su respiro, es más el escalpelo, a rasas se mueve y enciendo mis
ojos y los cierro y meneo y meneo y hurgo y penetro y se parece tanto, pero sus
ojos los miro a través de los míos; cerrados como una bisagra, rompen el negro
punzón y me lastima. No hay sino esas otras miradas, no hay sino el instante
del vuelo de mis posaderas al penetrar en ese latente ruido de lances y de
aromas. Entonces me duermo en un latido y hay para más, en esta terrible
soledad de insomnio, en esta terrible noche de… espera a la mañana y luego al atardecer para
entrar en mi cuerpo solo como un trance, como una de baño, como esculcarme
mientras me… no hay miradas en el horizonte, no hay sueños naciendo después de
mí, no hay, en esta hora, cuando me veo, nadie a la vista pero todos ven, como
si fueran solitarios numeres de dioses en concierto… de almas en desolación por lo sufriente de
mis pasos; mueren al verme tocar esa parte donde se colman todos los pasos y
esas miradas, las siento en el mismo lugar y siento a mis posaderas caminar por
entre el espejo que ven mis ojos, y veo y vuelvo a ver y entonces camino hacia
el lugar del encuentro… pero no, no están ahí las miradas.
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