Ahora están solos. Se
han besado. No hay historias para contar. Los dos cuerpos… pasan como en dos
segundos… pasan. Se despierta va al baño. Lo incluye en la cuenta abierta;
mientras lo hace, piensa en él, es como una idea inserta. No puede eludirla. Se
levanta, se limpia y la idea sigue ahí. Vuelve a la habitación, ella sigue
desnuda… solo dos cuerpos. Están a la vista: la pared de cuatro costados. En
una, la imagen de rebote. Debe bañarse enseguida… pasa. Vuelve bañado. Ella se
despierta. Lo mira enamorada. Él se viste, sigue pensando en la idea, le
machaca el cerebro como una mancha en plena pared de enfrente. Mira la pared,
mira la otra… se mira a sí mismo… solo el cuerpo. Salir a la calle como un
beodo, poner el mantel, tomar el licuado de… levantarse y tomar la agenda del
año… y la idea machacona no lo deja… pasa el día. Vuelve a la cama. Fue un día
malo… desde el despertar de los sentidos, desde que tomó el licuado de fresas,
desde la agenda del año. No hay síntomas en la habitación. Ella no está. Vuelve
al espejo. No ve señas de desesperación, solo la falta de eso, lo quiere para
apostarse la vida en otro sueño.
Entonces se
obsesiona, “ella” está abajo. Quiere meterse a la escalera de bajada para
esculcar sus voces solitarias, para oírlo a él en voz de “ella”; lo invoca,
pero su edad es una tentación para sus obsesiones. Entonces va tras ella, se
toma una partida de naipes desde abajo, se toma un pulpo entre venas, se le
adhiere la vertical del aire, en los veinte pisos sobre-arriba. Intenta ir
hacia la escalera… por fin va. Con pasos vacilantes baja. Va hacia su ventana
donde oficia el oficio de los tiempos. Le escucha sus cuentos, la escucha entre
estertores de murmullos, él atiende, no alcanza a descifrar cuántas palabras
salen a borbotones. No la ve, pero sabe está de hinojos. Sabe: le rinde
cuentas, las cuentas del día, quiere acompañarla diciéndose: está loca. Pero la
idea dentro de él sigue martilleando su cabeza, es como un… siente miedo de
verla a la cara y le plante el beso de siempre… el desviará la boca para
posarla en su frente, él sacará las dudas de antemano, él se escabullirá entre
sus recuerdos, entre sus venas, entre la sangre de sus venas… no se atreve a
recibir el beso. Toma el camino de regreso. Ahora más tambaleante que de costumbre.
Sube. Ella lo espera otra vez. Va a la cocina, se prepara otro licuado de…
Regresa directo al baño. Se lava los dientes. Va a la regadera, se da un baño
con agua caliente.
Entonces cambia de
rumbo… a voluntad.
Se frota… se frota…
Los espasmos de
anoche.
Regresa a la
habitación. Está desnuda, como siempre. Pero no da señales de alivio. Lo
recuerda. Sí la pared de enfrente… voltea. Ahí está. El calzón de ella mojado,
como siempre… está. Mira al espejo. Se ve. Se voltea, se contonea… se viste
como siempre… lo hace frente al espejo y sus ojos se pierden en el vacío. No
hay nada sino el cuerpo habitado en esta noche de luciérnagas dormidas, de
grillos embrutecidos, de calma incesante, de barullos lejanos de la calle. Son
las diez. Se acuesta y duerme plácidamente. “Ella” se ha postrado ante sí
misma, se ha derretido con un mensaje de entre venas, se ha hecho como si no la
viera. Estaba dispuesto, pero la edad de silencio se lo impidió, estaba ahí
mismo, pero el miedo al compás del… le dio la medida de su sueño; la dejó en el
sueño, la hizo como si no la viera, la entornó dentro de sus brazos
imaginarios, luego, la empuñó dentro de su mano, meneo y meneo, hasta alcanzar
lo de siempre; no son los deseos satisfechos, pero la nostalgia se le volvió
deseo, la hechiza mano lo colmó de arrugas, el lamento de… se convirtió en
suspiro.
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