Te dejas ir por la canción de otoño, te
divierte verla y verte al son de la campana que asiste sola por la ladera de
las ilusiones. Ya te envolviste en una ocasión para insípidos, ya dejaste salir
al beodo de adentro; ahora, te dispones a enmendar un cigarrillo de esos; en
cualquier ocasión, sería mejor liarte a golpes, en ésta, lo que sirve es dejarse
llevar por el vaivén de tu pareja: ha prometido acompañarte mientras se fuman
el lío que llevas entre los bolsillos.
Por fin, ella dice: no hay monos a la vista,
si se entiende por tal, los veedores que estarán listos para ver a la hora
cuando ella se baje el calzón, o se lo haga a un lado para, mientras fuman,
dejarse penetrar al son de no miren cambrones, lo hacemos por encanto de arenas
dejadas a salvo en el litoral de los fantasmas ateridos de dolor, ateridos de
eso que tienta las pulgas por si hay, después del matadero, una alma que se
atreva a desarmar los líos de Santa María que llevas en los bolsillos. Ahora
ella saca lo de siempre: el papel; mientras, tú sacas la bolsita de celofán
para purgar de entre el montecillo cual más, a fin de tener entre los dedos dos
cardos de buen final para cuando ella se venga de gusto porque han de saber,
han de saber los veedores, ustedes saben quien los ve y a qué horas y a cuál
minuto… pues, para estar a tono con estos tres enconos: la Santa María, la
vista fija de ellos en los cuerpos moviéndose, adentrándose, solviendo para más
darle a la aspiración pues se ha de saber: no hay salvación después de hacerlo:
será como un demonial de suertes vistas desde arriba. Allá hay una mujer joven,
se hace la desentendida, pero ve de reojo; permanece sentada a la izquierda en
la fila de enfrente… se excitan con mayor facilidad, leíste hoy del periódico
que estaba tirado al lado de tu cama. Tú aspiras y aspiras y se la pasas para
que le atice en el momento preciso, cuando la flama amenaza los cachetes de
respingar para hacer más melodiosa esta tertulia de principiantes… de la hora,
porque ya es costumbre venirse, en el doble sentido, hasta esta banda y dejar
el charquito del agua de ella que corre a torrentales cuando liman para que el
cauce se abra y comience la función… ella es la veedora de todos los días
cuando vienen; se han puesto de acuerdo sin firmar ninguna acta, mas que la de
situarse cada quien a la hora en el día marcado por los pasos de las horas y
los días y las semanas, cuando ella, tu pareja ronda por la esquinas de este
parque como ida, es un decir: siempre busca algo que solo encuentra en ti, y le
das las dos cosas como si fuera un… alcance para tomar las deudas dejadas al
atardecer de este otoño con su canción de ojos para expertos en el arte de
mirar y dejarse ver y gozarse tanto el que ve como los que son vistos, para
mejorar el paisaje de la tarde fresca como… ella ha aspirado hasta el papel,
ahora se monta sobre ti; no miras a los lados, sabes te ven y se mojan igual a
ella cuando siente la verga dura dentro de su… para endosarle la cuenta a la
descansada hora, cuando los viandantes han dejado la hora del paseo para mejor
ocasión, pues es hora de veedores. Hacerlo así, facilita la concentración en la
escena de ellas, las que has visto pasar por la acera de tu cuarto y la has
imaginado entre tus brazos trabadas como perros, como ahora lo haces; en más de
una ocasión lo has hecho con ella: la veedora, que no está nada más para sus
treinta… quizá veinticinco años; ahora recuerdas la vez aquella cuando, a la
hora que eyaculabas te la quedaste viendo por los diez minutos que duró la
limadura, de ahí para acá, nunca falta a este concierto para tres en estación
de otoño y a la hora cuando los viandantes se ausentan de todos los parques del
mundo, la que media entre las tres y las cuatro de la tarde en horario de invierno.
Ahora, mientra la mujer de aquí, la que tienes entre tus brazos se acomoda el
molde a la comisura de sus labios, ella, la de allá saca su espejo y se
maquilla para parecer así de bella, en la hora cuando clave la mirada y quizá
lo logre, para después levantarse de la silla del parque e irse a dormitar la
siesta, claro, después de que termine lo aquí empezado y se duerma hasta las
siete de la noche, hora en que le toca salir de acompaña a su pupila que verás
más allá de donde ven los ojos de los transeúntes de la calle… cualquier calle
del centro donde brillan las luces para encender los focos de la imaginación a
ver si salen más habitaciones, pues has de saber: no hay viandantes neutros,
todos salen a ver, a cual más imaginar, por la calle donde pasan, el cuerpo
cubierto… esos cuerpos cubiertos, al desnudo en la habitación de la cabeza que
imagina cuánto habrá debajo de la tela guardado para mejor ocasión. Ella baja
la mano, la desliza entre tú y su cuerpo, la de allá se pone los lentes oscuros
de siempre… se jala la parte baja del calzón; sentada como está, sobre ti, requiere
para que te inclines hacia atrás, lo haces sin que te lo pida y mete de un
jalón el miembro hasta su empotradura, la de allá ve y cruza las piernas.
Entonces liman y liman por diez minutos… once quizá. Han terminado, el cigarro
está a medio fumar, dos cigarros, uno para cada quien; la veedora se levanta de
su asiento y pasa frente a ustedes y no mira para ningún lado sino al frente,
le miras el bien torneado cuerpo, le miras las nalgas, le miras los senos… la
de aquí chupa y chupa para que se acabe pronto y se líe otro cigarrillo para
empezar la tarde que será noche dentro de unas horas y así, encarrilar el potro
hacia otro lado…
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