Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

miércoles, 20 de marzo de 2013

Salamandra



¡Mátala, mátala! Decía entre sueños y yo la oía despierto cantar su canción de noche. No había machetes a la mano y su canto sonaba igual cada noche.
Un día, me dijo: Ya la maté. No la soportaba más, era una mezcla de horror y náusea, pero yo la seguía oyendo en las noches y viéndolas como se apareaban y como se nos quedaban viendo cuando lo hacíamos y su canción llegó a aburrirme, pues era opaca y monótona, salvo que siempre estaban en la ventana y no se dejaban ver cantando, solo era viable verlas cohabitando o cazando arañas sobre el techo. Otro día, se levantó bruscamente de la cama, fue por la jeringa llena de veneno y alzando la cortina de la ventana la vi como echaba un chisguete del veneno en contra de la más grande. Cayó al suelo y se retorcía, ella entonces tomó otra jeringa y la llenó de ron de la botella de donde yo bebía… no moría, entonces ella le vacío la jeringa de ron en su piel blanca y transparente; me volví hacia ella y le dije: Mátala de una vez.
––No ––dijo, mientras se levantaba de la cama e iba hasta la cocina por el cuchillo filoso y nuevo.
––No la vayas a cortar con ese cuchillo, me da asco ––Le dije.
––No lo quiero para cortarla ––me dijo–– estos animales saben de sexo; la he imaginado lamiendo mis pies y las he visto comerse el papel de baño empapado que tiras en el sesto después de hacerlo.
Yo traté de hacerme el desentendido pero no pude. Así, amaneció y el día se fue despacio por entre los vientos del sur de la primavera de ese año… el año de su recaída.
En la noche de ese día, me fui temprano a la cama; puse el climatizador y apagué las luces; de inmediato comenzaron a cantar sobre el rumbo de la ventana… la luz de la calle se colaba hasta la habitación, y en la penumbra, se veían sus cuerpos pasar y pasar adheridos al cristal de la ventana, yo me las quedé viendo alelado. Me impresionaba que les gustara la oscuridad y el eco de su canto entre la penumbra, acaso reflejado su cuerpo a través del ventanal; ya sabía yo que el canto era de la hembra llamando al macho para acoplarse.
Antes de seguir debo decir que ella odiaba las películas pornográficas; llegó a decirme que eran las mismas de la pantalla, acoplándose sin orgullo, igual a como lo hacían ellas. Un día, estaba yo frente a la pantalla, viendo una película porno, en el fondo musical se oía a Edith Piaf, cantando La vida en rosa… debo decirlo… la escena era bella, la mujer era esbelta y el hombre la hacía gemir de placer… ya se sabe: en esos tiempos todo era así: superficial; pero la voz de La Piaf, me extasiaba, hasta que hubo un momento en que solo veía a la mujer y escuchaba la canción; imaginé una escena triste, imaginé una escena malsana, imaginé un trueque del productor: a cambio de la canción, la escena triste de los cuerpos… De pronto ella entró a la habitación, se sentó a mi lado, y se quedó viendo la película; dos minutos después lloraba, le pregunté por qué lloraba y me dijo que le producía una enorme tristeza la escena de cuando ella se postraba en la cama para lamer el falo del hombre, en ese instante la voz de Edih, sonaba melancólica… por estar tan embebidos viendo y escuchando, no nos dimos cuenta de que en ese instante, en el ventana se deslizaban los enamorados; ella me dijo: ¿Ves como escuchan la canción y de seguro ven la escena de la pantalla?
Yo me quedé callado, no podía encontrar la relación de ellas apareándose sobre el ventanal hacia la calle, lo voz de Edith Piaf y la escena de los pornófilos: ellos y nosotros… no alcancé a terminar, ella fue y apagó la pantalla… se quedó como alelada escuchando el canto de la hembra… por enésima vez en esa noche.

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