¡Mátala, mátala! Decía entre sueños y yo la oía
despierto cantar su canción de noche. No había machetes a la mano y su canto
sonaba igual cada noche.
Un día, me dijo: Ya la maté. No la soportaba
más, era una mezcla de horror y náusea, pero yo la seguía oyendo en las noches
y viéndolas como se apareaban y como se nos quedaban viendo cuando lo hacíamos
y su canción llegó a aburrirme, pues era opaca y monótona, salvo que siempre
estaban en la ventana y no se dejaban ver cantando, solo era viable verlas
cohabitando o cazando arañas sobre el techo. Otro día, se levantó bruscamente
de la cama, fue por la jeringa llena de veneno y alzando la cortina de la
ventana la vi como echaba un chisguete del veneno en contra de la más grande.
Cayó al suelo y se retorcía, ella entonces tomó otra jeringa y la llenó de ron
de la botella de donde yo bebía… no moría, entonces ella le vacío la jeringa de
ron en su piel blanca y transparente; me volví hacia ella y le dije: Mátala de
una vez.
––No ––dijo, mientras se levantaba de la cama e
iba hasta la cocina por el cuchillo filoso y nuevo.
––No la vayas a cortar con ese cuchillo, me da
asco ––Le dije.
––No lo quiero para cortarla ––me dijo–– estos
animales saben de sexo; la he imaginado lamiendo mis pies y las he visto
comerse el papel de baño empapado que tiras en el sesto después de hacerlo.
Yo traté de hacerme el desentendido pero no
pude. Así, amaneció y el día se fue despacio por entre los vientos del sur de
la primavera de ese año… el año de su recaída.
En la noche de ese día, me fui temprano a la
cama; puse el climatizador y apagué las luces; de inmediato comenzaron a cantar
sobre el rumbo de la ventana… la luz de la calle se colaba hasta la habitación,
y en la penumbra, se veían sus cuerpos pasar y pasar adheridos al cristal de la
ventana, yo me las quedé viendo alelado. Me impresionaba que les gustara la
oscuridad y el eco de su canto entre la penumbra, acaso reflejado su cuerpo a
través del ventanal; ya sabía yo que el canto era de la hembra llamando al
macho para acoplarse.
Antes de seguir debo decir que ella odiaba las
películas pornográficas; llegó a decirme que eran las mismas de la pantalla,
acoplándose sin orgullo, igual a como lo hacían ellas. Un día, estaba yo frente
a la pantalla, viendo una película porno, en el fondo musical se oía a Edith
Piaf, cantando La vida en rosa… debo decirlo… la escena era bella, la mujer era
esbelta y el hombre la hacía gemir de placer… ya se sabe: en esos tiempos todo
era así: superficial; pero la voz de La Piaf, me extasiaba, hasta que hubo un
momento en que solo veía a la mujer y escuchaba la canción; imaginé una escena
triste, imaginé una escena malsana, imaginé un trueque del productor: a cambio de
la canción, la escena triste de los cuerpos… De pronto ella entró a la
habitación, se sentó a mi lado, y se quedó viendo la película; dos minutos
después lloraba, le pregunté por qué lloraba y me dijo que le producía una
enorme tristeza la escena de cuando ella se postraba en la cama para lamer el
falo del hombre, en ese instante la voz de Edih, sonaba melancólica… por estar
tan embebidos viendo y escuchando, no nos dimos cuenta de que en ese instante,
en el ventana se deslizaban los enamorados; ella me dijo: ¿Ves como escuchan la
canción y de seguro ven la escena de la pantalla?
Yo me quedé callado, no podía encontrar la
relación de ellas apareándose sobre el ventanal hacia la calle, lo voz de Edith
Piaf y la escena de los pornófilos: ellos y nosotros… no alcancé a terminar,
ella fue y apagó la pantalla… se quedó como alelada escuchando el canto de la
hembra… por enésima vez en esa noche.
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