La espiral es dura
como un escote; el que lleva ella sobre los hombros, confundidos en suave nido
de subidas olas. Entonces baja hasta el contorno de… las dos pupilas se meten a
lo hondo, imaginan un cosquilleo bajo la tela; ella no se da por aludida, pero
de reojo, emprende el vuelo de dos avispas: sus ojos que crecen como estatuas
en solitario, para cuando vengan las mieles de otoño; en el zaguán hay un
alambique, el alambique arde a los cuatro costados como para tomar del mismo
chorro caliente quemando las entrañas, como si al hacerlo, se debiera más de la
cuenta y se tomara a sorbitos porque el gaznate, alumbra unas uñas de gato
rayando toda la superficie por donde rueda el caldo salido de esta mañana, en
cuadrante con los pechos de ella y su talle como un torno perfecto. Él está
sentado frente a su máquina de escribir, se entiende que son dos en la misma
orilla del pasado, pues cada que pulsa su mano sobre sus pechos, salen
borbotones de realidad a empeñarse en horadar el tiempo, este tiempo en que él
escribe y el otro tiempo donde ella vive… aquí no hay usos horarios, sino el
cursor marcando un tiempo igual al segundero del reloj que ha dejado de brincar
y ahora late. Él imagina a sus hombros hechizos, imagina a la tela bajando
sobre el pecho… sus dos pechos levantados a esta hora de la mañana como una
serpiente se levanta cuando ve el peligro; él se pierde en lo negro del cursor
y ve entre llamas a su cuerpo como una imagen que trunca los sentidos y una a
uno van saliendo por intermedio de los dedos marcados con el dilema de la intromisión
de pechos abiertos al aire como si fueran mariposas truncadas en vida por el
otoño.
Más acá de donde luce
en cuello y los hombros desnudos, el alambique se duele del olor a caña madura…
madurada por el fuego que sale desde el hogar a calentar el caldo de azúcar por
si faltare, en esta hora, otro cuerpo a quien adornar… ha de saberse: no hay
ilusión sin cuentas a la vistas, cuentas pendientes para pagar entre dos, un
mismo precio: el de saltar hasta este mundo de… sentidos que se advierten a sí
mismos sin dejar de moverse como parte de este mundo de fantasmas; la
habitación rezuma de la caña, los hombros semidesnudos, rezuman de esta orgía
que son los ojos salidos del vientre de la oscuridad, para dar a luz todas las
imágenes del sueño.
Hoy en la mañana,
cuando habían comensales en la mesa del centro de la sala, un comodín se
aprestó a plasmar en blanco y negro los sueños de la noche, era ella misma y él
mismo a deshoras, por si faltaren, en el comienzo de toda la creación,
fantasmas para ver más allá de donde se sale el talle de cuadro, pues se ha de
saber: no hay imágenes sin sueño, ni hay idea sin sexo empotrado en las
ingles, más arriba de donde amenazan los olores de invierno… frescos a retoño
de lo futuro, en ciernes para la otra estación; al lado del alambique está ella
como alelada por el viento solar de esta pequeña hoguera, si no fuera por esa
pose, qué sería de los viandantes. La mañana se permea entre la niebla, del
escote resuma el perfume de… quizá feromonas, quizá el olor sutil del cuello
hasta la axila; en donde habían cuerdas, ahora hay escote a la vista; quizá
debajo de la falda una cola de ballena entre sin saberlo a horadar las cumbres
del hospicio; fue una noche iluminada por los vapores del cuerpo estremecido en
cada ola por las arenas del litoral donde ella se acuesta… estaba sin nada
entre vestidos interiores, bastaron dos nubes salidas del océano, para durar lo
que es una semilla salida en estampida, bastaron dos hombros desnudos para
endiosar al que barruntaba una tormenta entre telones, bastaron dos chisguetes
para volver a verla así, con los hombros desnudos y los pechos anunciados, por
entre las dos curvaturas de sus senos, ahora dormidos entre bastidores. Él
imagina que entre esa curvatura que da la falda, debajo de la falda no hay
ocasos, sino el torno desnudo del cuerpo bajando en alción para hoy mismo,
cuando venga en su reino, cuadrar otra idea de ella… porque los hombros, la
blusa apenas puesta, y la falda que baja, se meten a las carnes y no hay entre
él y su cuerpo ninguna tela que avise si hay un más allá de estatuas solitarias
a la hora del combate. Lo ojos se cuelan por entre la tela, se cuadran para
penetrar entre la visión de vistas y cumbres y bajadas, plegadas entre sí, como
si fueran los columpios de la tarde de ayer, cuando jugaba, entre lanzarse al
vacío de mecidas para el mejor postor de aquella escena, bañándose en la playa,
después del mediodía, cuando los machos comienza la estación del verano de la vida. Ha pasado
el tiempo, el escote se volvió otra cosa, la falda bajó y se fue caminando por
entre las poses del palacio primaveral de estrella polares por el concierto, el
escote dejó a la luz esos galgos sonoros de primera estocada del infierno, hoy,
ahora, han quedado entre líneas duras de tangas en medio de las carnes, esos
deseos que ayer fueron enhiestos potros sin freno por la playa, los escotes
durmieron… el escote de ella pervive hasta este río incesante de voces animadas
por el vaivén de cultos enamorados de su propia hechura. Él la ve y ella se
deja ver, se voltea a ver el horizonte, él no se entera, baja la vista hasta el
talle y ve entre alzaduras de veneno, otra vez el alambique de caña: el olor de
su axila rezuma desde el chorro caliente que entenebra…
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