Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

viernes, 8 de febrero de 2013

Tu sexo



Llegaste corriendo desde la alborada; se oía una canción de antaño, cantada por ti; ella se acercó y te lo dijo: canta; seguiste cantando y poco a poco se fue diluyendo entre la penumbra del… esta palabra sobra, en el segundo párrafo diré por qué. Entonces trasladaste hasta el bar la fiesta, tu fiesta. En ese bar los relojes cambiaban de mano, no así el tiempo que marcaban, distinto cada uno, porque el sol se veía declinar entre escombros de nubes derrotadas.

El bar, palabra cumplida, era un cúmulo de voces; en el párrafo anterior sobraba la palabra porque, decirla ahí, hubiese escarchado de suertes estas líneas.

Desde sus brazos, piernas y sexo, nacían fuentes de agua cristalina y salobre; su cuerpo transparente se confundía con el agua; una silueta se dibujaba, él te miraba. Mi censor veía la escena, permitía palabra por palabra, de pronto, de entre la barra del bar, se dejó venir el mesero, entre sus manos traía cervezas a plomo… frías como el cadalso; las repartió entre los cuatro: yo, tú, él y el relojero. Dijimos ¡salud!

Desde las esquinas salían… seguían saliendo los relojes puestos a la hora, todos relojes de pulsera; él era el relojero, ella, quien danzaba al son de las cristalinas y salobres aguas… mi censor no estaba ahí, saltaba fuera de esta escena como saltaba el segundero puesto a la hora en el minuto, pero no en los instantes.

Su sexo, entre líneas cerradas con su mechón de pelo en la comisura, sobresalía de entre la transparencia del agua, sus brazos caídos daban marco a las fuentes de agua que salían, sus piernas ––lozanas y hercúleas––, dejaban ver las aguas escurriendo hasta el piso, el sol deslumbraba a todos los ojos que veían su silueta, retratada en esas aguas… la canción seguía sonando y los relojes saliendo de entre los estantes, el relojero seguía poniéndolos a punto, salvo el segundero que escapaba a su mano, como la canción: escapaba a las paredes y se iba sonando por toda la calle, el sol lamía su imagen de agua; entonces, de entre las soleras del techo, se abismaron hombres sonámbulos: seguían la escena desde arriba, se iban en el silencio de esa altura.

Él, con la frente en alto dijo que se valía poner todas las palabras, excepto aquellas parodias de… palabra insalvable incluso para mi censor. No la pongas, dijo, todos los ojos se abismarán sobre ella, luego, la silueta de ella pasará a segundo plano.

Como dije, mi censor no estaba ahí.

Todos a una pedían relojes para ver a punto a la mujer, ella, bailando entre telones, los teloneros abrían y cerraban las llaves de agua, para mejor sorber la imagen de su cuerpo. Los hombres de lo alto estaban al bordo del suicidio, querían ver lo que el censor… pero él no estaba ahí… pedían porque salieran a la luz las imágenes de moños negros coronando su sexo, las imágenes de vello saliendo desde su axila, los bordes de sus labios pedidos entre la comisura de su… entrepaño de nalgas hechas al aviso de nuevas conclusiones.

Los ciegos cruzaban la calle sonando sus bordones para espantar a las palomas de la iglesia de enfrente, pulsaban apoyos a la gente con oftalmólogos diciendo adiós a las operaciones de pupilas dilatadas por el sopor del alcohol ingerido a esa hora. La voz de los ciegos, resonaba en toda la planicie, los lagrimales escurrían ceguera, así como los relojes dejaban ver la hora, pero sin el punto en coincidencia de los segunderos… ya se sabe: todos los relojes dan la hora con sus manecillas que van lento, caminando sobre los rieles del tiempo, no así el segundero que se manda solo para decir la hora, el instante que más le acomode. De pronto, salió desde las aguas que escurrían de sus brazos, sus piernas y su sexo; llegó hasta mí y me dijo otra cosa al oído… se había hartado del sonido de las fuentes, quería oír cantos gregorianos desde la cantina; invité a los otros: él y el relojero, a cantar para ella canciones sombrías, lo hicimos, entonces se ensimismó, se sustrajo, se amoldó a su propio ovillo, saldó la cuenta con las aguas y se acogió a la mesa de relojes, cervezas y aguas escurriendo de las botellas, salidas de la heladera a destiempo de horas insepultas.

Así, sin imágenes de sueño de los hombres del techo, fuimos a la salida del sueño por el poniente, dijimos que no había razón para no saludar a los cumpleañeros de mañana… era la hora en que salen a merodear los ladrones, era la hora de los censores, era la hora de los dedos, atizando para detenerse donde el censor indicaba… no había fuentes a la vista; su cuerpo, transparente como el agua, transparente y salobre, se fue quedando solo… de entre las transparencias sobresalía el moño negro de su pelo coronando su sexo empotrado en la comisura de sus… el censor hablaba.

Después de esto, te volviste a dormir, ella y las fuentes y los relojes y los censores y el relojero ya no estaban… solo estabas tú.

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