Ella está sentada al
arribo de la luz del río de luces que pasan por la calle. Se ha dado el primer
pase de la mañana, está a tono con el día que comienza.
Sentada en la banca
del parque, luce huraña, pues el pase aún no hace su efecto. Estará en salud
de… para cuando lleguen, se posará en el estante de la banca para el mejor
postor, en técnica de pájara sin brillo; después sacará el dicho del personal
de turno… los habitantes de este lado no la ven con simpatía, lleva en sí, la
ceniza del cobro de derecho de piso, porque para circular, se hace necesario de
la licencia de conducir su cuerpo por los caminos permitidos, no hace caso a
las miradas enviadas desde la orilla cercana del parque, ni ser el centro de esas
miradas. En la cartera lleva lo demás del lío, le entrará cuando sea preciso
adentrarse en él para más de la cuenta, pues eso la arriba a fumar del
cigarrillo puesto en broma para dar alcance al durmiente de la tarde… llegará
después de las tres.
Ahora la fiesta
comienza, la resequedad de sus labios se lo dice; es que hacerlo así entre
penumbras de humo hechizo para la mente en blanco y fijar toda su atención ahí
en esa parte de su cuerpo, es la ganancia que saca por los diez pesos que pagó
por cada lío; exactamente en el contexto de su deseo que ahora la ahoga, de su
deseo que ahora la tiene postrada en busca de él con esa pose de lunático que
endosa… le endosa en cada beso al cigarrillo y la humedad bajando desde sus
labios antes de que le vea la entrepierna e imagine el falo que lleva en
puerta, pues él también se pierde con ella al unísono de cauces en el humo que
aspiran y aspiran para entrar en este sitio de la mente que le hace pensarse
solo para eso.
Después de hacerlo
dormirá por cinco horas o pasadas, como el pábilo que se acaba en son de
lumbres del cuerpo para dar al traste con la ilusión, la ilusión que esta vez
viaja con ella para postrarse ante él con tanto calor en el ombligo. Su cuerpo,
visto en la mañana lucía ciernes, como para dar el paso permitido a esta hora
del ruido de la ciudad; ahora viene, la sonrisa de siempre adorna su cara,
señal de que a imbuido de trastes la escena del pulso de guitarra, pues la
canción asiste en su memoria como si fuera sierpe atolondrada, lo ve caminar
parsimonioso, lo recuerda retorciéndose de dolor en su cama, cuando ella,
Maruca, está ausente. Entonces, como salido de cuadro ve a su lado otro hombre
que endosa sus sentidos a los de él, como si fuera su compañero de fiestas,
entonces saca fuerzas y aspira una vez más; el paliativo surte su efecto
adormecedor, no hay por qué alarmarse de tanto compañero a la vista, lo harán
de nuevo en surtes de amigos fantasmas que parodian al trío de la tarde.
Ella lo saluda, se
dan la mano, como si fueran amigos, se lían otro cigarro del montecillo oculto
entre la falda de ella, y van entrando en combate uno a uno, según sus
posibilidades. Ella se ha adentrado con ellos, en esta tarde, como en las
otras, los ha alcanzado hasta su almenar de hombres en consulta. Siguen la
plática, ya son uno los tres, ya son, lo mismo que fueron antier, metidos entre
los tres en su asunto que los excluye de todo lo demás de la calle a esa hora.
Él la mira ignoto, le cuenta de sus cuitas en esa mirada, no se sabe por qué
ella adivina lo que piensa, sonríe y él también; el tercero de la tarde se
alude con un copiajo de luces en los labios, le endosará la cuanta de ella, ya
cuando estén desnudos, ella le ordenará lo de siempre, esta vez, porque se han
puesto de acuerdo de antemano… cosa de segundas nupcias, segunda fiesta,
segundo encuentro, la segunda vez que estarán juntos; ella le manda el mensaje…
si, es de aceptación y ya cuando están en ronda en el cuarto, ya cuando se han
liado el cuarto cigarro, ella va por el tercero, y le dice: los quiero ver,
ahora les toca a ustedes; y sí, se lían cuerpo a cuerpo y salen ilesos, salvo,
a ella, esta ocasión no le gustó el rumiaje de ellos… por tercera ocasión la
fiesta se termina, el sueño no le llega.
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