Adentro del idioma,
hay fantasmas… sombras que se niegan a perjurar en siluetas su signo de
admiración. Adentro del idioma, laten materias incorporadas en las líneas que
avanzan, pero no salen a la luz. En el parpadeo del cursor de pantalla se ven
cómo atisban a este mundo de tenues armaduras, rostros que quieren hablar… y en
este momento callan, guardan silencio, como si buscaran por los rincones de la
pantalla, rebullendo otra orilla que no sea el recuadro interior, para saldar su
salto hacia este otro lago, muerto por ser de luces encontradas en el sistema
de respiración del propio cursor de la pantalla. Antes era la Página en blanco,
desde que comencé, a esta hora, cuando pulso la letra “a”, lo blanco, luz fría,
inunda todo el horizonte; las pisadas se alejaron por el callejón, ni siquiera
hubo latidos del corazón que amenazaran salirse de cauce; entonces, como venido
desde lejos, se vio que allá desde el lugar de los inocentes, salían a merodear
los perros de todas las noches, los corsarios abandonaron el barco, no había
barcos en alta mar. Después, los fantasmas de entre la niebla comenzaron a
hablar; decían de asaltos de gatos boca arriba… por cierto, en los brazos del
corsario mayor, iba un gato montés; el corsario le había arrancado los ojos
para que no viera ningún camino a la vista, más que la suavidad de su tibieza…
la tibieza de sus brazos. Los relojes estaban apagados, pues el obturador no
daba imágenes del tiempo, solo éste merodeando entre líneas, como si fuera
parir páginas rellenas de color a cualquier hora: lo imposible; no hay
parideras de color a ninguna hora, solo el asiento que conmina a moverse de
lugar por si nos arrastra la corriente del segundero, el mismo que espera la
hora de partir de estos marinos salidos a deshoras con la representación del
gobierno, a merodear las islas de ultramar, para vaciar las bodegas de letras
insalvables… ya se sabe, en esta ladera no hay insepultos a la vista, y a falta
de fantasmas para operar la canción, se ocurre a estas imágenes del sueño, pues
se sabe de antemano: no hay en la ladera del sueño otro insomnio para lacerar a
los incautos salidos a las tres de la mañana de la cantina donde van a pasar
los bandidos de ultramar su cuenta a los incautos. Luego, los fantasmas
avientan piedras desde lejos y se empotran en caminos de duendes espías, espías
que merodean por los cauces de lirios y
palomas; esas piedras llegan hasta este valle y se vuelven contra uno que está
a tono con el día que se inclina, se sombrean en los tejados las letras del
sueño, se acuestan otras por si acaso; lejos, allá de donde nacen los caminos
de luz en líneas mojadas, hay marinos que acosan a los corsarios, pues estos en
tierra no valen nada, pero el Corsario mayor, acepta que tiene entre ceja y
ceja a su gato ciego; que tiene en la barba… debajo de ella, una mueca sin
salvar, que en la arruga de su ceño, existen demonios que se volvieron sangre,
que detrás de su sombra, hay huellas de sus caminos del mar… no le hace que las
olas enderecen la proa hacia las islas de ultramar, con que se saque el premio
para endosar la idea de cuervo que lleva en su mente, con eso basta, porque
adentro del idioma hay luces que no quieren salir, eunucos que no se dejan
postrar, saltos de liebre que no alcanzan a salirse de la raya. Desde adentro
del idioma hay gritos de corsarios que no se dejan oír, hay voces de marinos
que se niegan a salir a ultramar… porque en alta mar, reino de los corsarios,
no hay caminos con vigilia, tampoco almas para instantes de morir. El idioma se
niega a hablar con ese grito ensordecedor de lo blanco de la pantalla; así, el
corsario, los marinos y el mar, no son otra cosa: lo que se puede decir; pues
más allá de estas líneas salidas desde el sol naciente de lo de todos los días,
hay pensamientos de ultramar, hay oquedades para entrarlas; y se ven a lo lejos
siluetas a contraluz del sol, y no dejan ver el rostro de los sin luz, y no
dejan salir la voz de los sin voz, y no dejan ver sino lo que se quiere ver.
Más allá, mucho más allá de esta línea que sigue, hay manchas que se niegan a
contornear cuerpos, formas… palabras que no sean: ultramar, corsario, marino…
más allá del océano. Es tan blanco el blanco de la pantalla, que no deja entrever
rostros, como los que se ven en toda superficie que no sea esta pantalla,
blanca de tan blanca que solo las letras se atreven a… enmohecer el camino,
posar para el incauto, lacerar con lo escarpado, pues hay palabras que no se
quieren decir, espasmos que no dejan de merodear, pero aun con estos
atrevimientos, más allá del horizonte plano del cursor que atisba, pero sin ver,
hay plantas que se niegan a pisar, hay plantas que se niegan a salir, hay
plantas que se reducen a focos encendidos, sin luz eléctrica para romper la
oscuridad.
Así, el loro en el
hombro del corsario, es lo contrario del gato boca arriba, pues el loro debe ir
en el hombro del pirata cojo… el cursor lato y late cada segundo, como si
atisbara más allá del cuadro que domina, como si espantara las ideas salidas de
cuadro, como si se arrellanara en un soplo de brisa venido desde el teclado…
estábamos en el loro del hombro del pirata cojo… cuando sean las doce del día,
el pirata entrará en el cono de la abundancia, entonces, el Corsario mayor lo
hará presa del silencio, ya que no puede haber un corsario con un gato boca
arriba y sí un pirata cojo con un loro en el hombro… pasado el tiempo, ambos se
encontrarán, pero no podrán saldar cuentas, una porque el Corsario rinde
cuentas a la reina, otra porque el pirata cojo es un tipo ladrón de cepa; así,
ambos caminan por caminos iguales pero separados por expedientes que se mecen
en el armario de los caudales del gobierno.
La tecla vacía de
nombres y de idioma se va quedando sola… al fin, todos tienen que rendir la
cuenta a su superior, en este caso los dedos de mansalva.
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