Recostada en el sofá
de la sala, me buscas como la hiedra a la pared. Cambias de piel y te enroscas
al canto, te cito en el desván y no aceptas, como si estar quieta como gata en
brama fuera tu ensoñación. No atisbas al loco que te avista, no sacudes tu
memoria enardecida, no preguntas a Sión por tus desplantes, más bien cambias
solo de piel para que enrosque tu insana pasión de primeriza… alzada en la
cumbre te da salud… Moisés a la deriva. Ya cuando aguantas al simio que te
hechiza, ella, la enredadera, no es sino la que te embauca otra vez, igual a
una quimera. Resbalas igual a ella por el molde de la esquina, haces
comparación entre tu sinuosa cadera y ella reptando, sacándose la piel, para estar
otro rato con olanes puestos al aire, aromas penetrantes, veneno del colmillo
que aguanta un potro con almizcle entre sus ancas. Te imaginas un galgo dormido
entre tus piernas, te imaginas un vaho subiendo por el cuello, te imaginas el
olor del sumun, te ensanchas como si fueras diadema, te adentras en ti… y no te
animas a ser la que sucumbe a la rueda de los días. Entonces te levantas, tomas
la espada, tu muslo advierte al aire que respira, tu calcañal izquierdo la
aplasta con un beso… en la balanza hay dos monedas, pesan igual pero no valen
lo mismo, una eres tú, la otra tu diadema puesta en un coqueteo de ultratumba.
Sión no responde, te ha sacralizado igual que en la palabra… maldiciendo tus
días te hace primeriza; cada vez encuerdas
a la que te viste de ardor cuando te toca el numen de primero dios o una
incierta vereda sin tu nombre. Desde el visillo del sofá ronroneas un paso
detrás de otro, sinuoso como la cola, cauda de luz incierta como tu día,
esperada como al galgo rabioso de… Ya no sabes de él ni de mí, sólo te atreves
a componer una canción de soledad, como tus carne trémula: carne con carne
sola, adherida a su propia ensoñación… tus ojos cerrados, boca abierta, dedos
que se menean trémulos de azúcar; como si fueras violento vuelo de avión, visto
desde abajo, en la lentitud de los años que te faltan por recorrer, en el gozne
te avisa si hay tormenta. Me miras y te hundes, me miras y penetras otra vez;
desde tus ojos se amoldan sin prisa los sueños de telones, no hay en el
instante más luz del farol… alumbra desde la cocina, abres los labios, los
pones en subasta en chirrión de insaculado aroma, como si Ixión fuera el nuevo
dilema buscando entre paños de carne hechiza como el viento soplando desde
afuera. Hay en ti buscadoras de manos en sueño de habitación… Termino y tú no
alcanzas sino al jadeo del aire… ya te falta. Terminarás cuando tu boca se
vuelva aire, tu mano hechiza jubón de cuerda entre tu ladeo de cadera, tus ojos
huecos, tu enseña: colmena de aluvión, tus naceduras de dios: Moisés a la
deriva. Enseñas la Historia en tu vacilación: la más fuerte guarda la mentira,
muere el de la verdad, el que vende nostalgia… siempre al acecho, en busca de
verdades; pero no hay verdades eternas, sino la muerte en cuerpo bello, como
hoy, a tu hora y en tu misma diadema: nombre puesto por él, en una extraña
noche de vaho hechizo, meses que pasan y pasan iguales como tus cumbres hechas
de propiedad, como la cruz alzada en el desierto por él, primero en la verdad,
como si fueras ansia sigues y sigues. Tus cabellos caen hacia tus senos que
empuñan sus pezones por si hubiera guerra a la vista, para enardecer un tramo
de tormenta, para empotrar al que te viste desde afuera para decir una palabra:
tú, la desnuda, tú, la vestida de otra
piel, Moisés en el desierto, ella alzada en la cumbre de la culebra, para dar
la salud con solo verte hastiada de goznes entre piernas. Entonces Sión calla,
te deja la palabra, ya no te viste de luto, él también cambia de piel, milenios
de verte dormida y despierta, lo que a él le llevó milenios: conocerte; a
cierto ser sólo la cauda de la luna y tu odio por no entender de luz ni de
quimera, ni de cruz, ni de palabra, ni de verdades, ni de mentiras; sólo tu
cambio de piel… Milenio tras milenio.
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