Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

martes, 25 de septiembre de 2012

Encuentro



Tus dedos abrazados, acuden a bañarse entre la penumbra: tu sexo. Más allá tus pezones y tu raya dormida, hay un tiempo de espera; entre tanto, sostienes al momento. No hay más acá, sino el soldado de punto, reunión de amigos, como tus piernas yacen entre lamentos. Como la serpiente, muda de piel, así mudo de palabras, embebo de ti para calzar la arena de tus pies aderezados. Mientras, permaneces desnuda de torso y de busto a la espera de otra piel, como otro deseo entre tu piel. Las entrañas de armadura te visten, avispan al encuentro de colores: rallas dormidas en las hojas del cuaderno, a la espera de algún monosabio venga a plasmar su origen. La anguila duerme al lado del vado, cambia de lugar al llegar la corriente, tú te sacudes y mudas de piel… lamento de carnes puestas, como tu desnudo al lado de la hoja. No sé qué hay por atrás, sino tus nalgas, tu espalda y la juntura, cuando se unen para decir adiós los otros dibujos del axioma: salen de la hora de amalgama. Un extraño sopor te invade, es la lozanía de tus piernas redondas; más acá tus pezones escondidos de donde salen sirenas a la hora del incienso… por cierto, no escucho nada latir entre tus venas, no oigo el correr del… entrando por tu sensación de orín entre tu ombligo. El soldado de punto me mira con una mirada larga, por ahí se cuelan mis sueños de enredadera, igual a la que rodea tu cintura cuando besas y sientes rodar entre tus nalgas un trance de vías solitarias; los caminos se unen en el mismo lugar, el escote tiende a mirar más de lo enseñado; puede más la imagen al cuerpo entero en deseo, así te miro: imagen solitaria después de hacerlo. El reloj toca campanas en tu cuerpo enhiesto como la hora cuando suena. Ruedan por tu sudario, tu piel, témpanos de metal hechizo entre cardos abandonados… eres la dadora cuando mamas, eres la que crea cuando besas, eres la primera a la hora en cuando rindes el cuello y alzas los pájaros en desbandada, para decirme: basta. Pero oigo tu respiración aprisa, mientras suenan las seis, entrando la mañana. Dame de ti y de tu piel serena, dame de ti sirena en la mañana, digo y te abrazo y te lamo la espalda y me das una caricia entre palmos de pechos y de piernas y de cuello. Entonces te tomo y te… como si fueras a saber todas las canciones al mismo tiempo, entonces vuelvo de nuevo entre tus piernas, me sumo en la enredadera de tu abdomen, plugo para que veneres… en la hora del espasmo. Tus dientes muerden hasta decir sereno, hundes tus colmillos y lames de mi sangre derretida entre pezones de almidón cuando escancio para ver salir el sol muy de mañana. Entonces enlazas así, cuando te hunde desde la desolación, lo embaucas otra vez para sentirte basta hasta que dejes la cama invisible de tu nombre; entre sábanas muertas del blancor resuman de tus dos caracolas, una, tus senos duros y salientes, dos, la comisura me mira y pide de mi lengua en el lugar donde  me enseñaste… por el que mueres cada instante. Entonces reúnes a tus sirenas y cantas junto con ellas la canción, entonces de nuevo, el soldado de punto me mira y dispara en su mirada un… de soles abrazados a su propia hechura, como si fueran dioses vestidos de fantasmas. Nacer entre ti es renacer al nuevo… el sol  calcina cada instante… ya vuelves al respiro. Entonces meto mis fauces entre tus nances, meto mi lengua entre tu ombligo, meto mi oído a tus lamentos, y entonces sucedo desde abajo como una espiral entre tornos de cuerpos y de río, entre luces de desvarío, y agua salada de bajamar hasta la hora del cenit de la luna entre tus carnes. Vendrás otra vez, me digo, volverás al sumun de dioses pues te miran; en el latido de tu nombre está tu carne abandonada, lo único después de hacerlo. Entonces, derretido como fantasma, otra vez destemplas el ayer entre tus dedos de incienso… los adioses se dan entre maromas de sábanas abandonadas, los tornos del río se cuelan en un solo de timbres y postales… se embadurnan para mandarlas al infierno. Te quedas sola otra vez, te desnudas y un sopor de lamento se alza por todo el erial del cuarto, ya no hay síntomas en la habitación sino el cadalso de tus senos, tu cintura y tus hojas desnudas y abandonadas a su suerte de luna desierta, de luna seca en arena de luz abalanzada desde el… para decirme basta…

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