“Ella jugaba con las
pulseras… con los colores de las pulseras. Cada color una noche, cada noche un
brinco hasta el vacío, cada vacío un balde de placer llenado, cada balde una
juntura de cuerpos. Y llevaba la muñeca llena de pulsos. Más oscuro más
placentero. Más colores más placeres. De simples cuerpos.…. De cuerpos”.
Nocturno. Mirada en
ti. El caracol camina. Tiento a tiento. La casa boca arriba. Se expande y lento
camina.Y camina. La muerte. Por un lío. De pulseras. Cuerpo estático. Pechos de
nido. Manos encendidas. Pies de nenúfar. Un lío de pulseras juegan a la
vida. O a la muerte. Para encender la fogata como…. Una pradera, insta... A
ser paloma. Entre el piélago. De monte. Moldeado por Venus. Que trastorna. Al veedor
en su lugar. Pero no besa. La palabra. Dicha como un vaivén. De suertes echadas.
Sobre de sábana. Santa ––cerrado con saliva–– como tu abdomen.….
Señor amor de los
veinte años. Con la muerte bajo el brazo. Al influjo de estas pulseras de tu
cuerpo. Adelantan la sensación de capullo. Te lo pide el centro de tu cuerpo. Un idioma para tus
oídos. Una pulsera para tus mensajes de…. se muere en el trance. De ser
conquistada y a la buena. Entonces el garfio del dominio… debiera estar en tu
centro. Como un falo grado cinco. Se mete a los sentidos. Se enreda la lengua
de trapo. Se enrisca la sonrisa. Para volverse galgo rabioso. De celo no dicho
entre palabras bien dichas. Entonces te haces mohína. Te engrandeces para dentro.
Como un ovillo en posición fetal. Para el aterrizaje de emergencia. Entonces ya
no lo desea para un rato. Ni siquiera para una pulsera más. Se ha adentrado por
caminos inciertos. Del destino. Como si fuera prisa, carcome los sentidos.
Como si tu cuerpo lo acabara. En un sentido de culebra. Embravecida por tus
lamentos.….
Entonces la pulsera
se hace un barullo. Se revienta. Se hace larga en su acrílico. Se tiende desde
tu muñeca. En más de un sentido. En tus nalgas redondas. Está la locura de ver.
A la muerte. Vasca para un rato en celo. No muerde al que te mira. Más bien te
sonsaca para meterte. En lo absoluto de la diadema… no llevas como insignia.
Sino el meter una pulsera más. El introito de fantasmas. Igual al odio de dios
por ser incrédulo. Cual lanzas de llamas del infierno…
Entonces lamentas tus
pulseras. En el primer minuto del infierno. La muerte acosa a más de una… la
llevan puestas. Porque desdoran la historia de ayer. Con otro que no era yo.
Con otro de feria. Con otro fantasma. Con otro y a la vista. Con otros sin
memoria. Con otro por un rato. En fin. Hacerlo como si fueras libre de la
ponzoña. De tu nombre. Mujer para otro rato. En una escena on-line. Para ser
vista de lejos. Sin una pulsera. Pero con un cuello alzado. Y dos piernas. Y
dos pechos. Y dos manos. Y dos caderas. En fin. Todo aquello merece ser visto.
No tocado por el fantasma de tu escalpelo. A vistas horas del espacio. Sin
prendas íntimas. Más el acecho del ojo para matar las ganas veinteañeras, se arrostran en un beso de muerte.
Por eso la pulsera te denota como piruja. Por eso la pulsera es un canon. Para
volverse idiota. Por eso la pulsera es un mensaje de… Perdido entre las
neuronas celebrando un convite a tiempo de estío. Cuando no hay palabras de por
medio…. Pues bastaría una mirada. Un silencio. Un ademán. O lo que fuera. A
condición de fuerzas latentes. A condición del beso. A condición de ser
estrella en sus brazos. Por una caída de aerolito. Meneado por el viento lo
deshace. Igual a tu cuerpo. Meneado por dos manos. La mataron a mansalva. El
aguijón de la muerte se pervierte. Carcome y mancha. Se vuelve tenaz ventura.
Se vuelve el rencor maldito. El deseo ya no arde. Sino el miedo se consume.
Y por eso las pulseras del cuerpo están prohibidas. Para adolescentes marcando
el destino con su cuerpo… enmascaran al deseo en pose pudibunda… se adentran en
el potro. Sin abasto. Se comen a sí mismos. Con una masturbación de ademanes
secos. Con saliva puesta entre la comisura de sus labios. Igual a la seña del
ocaso. Mentido por el sofoco, se muere desde el mediodía. Y ella. Con su
pulsera de anoche produce un vaho como respiración de esa piel tersa y tenue.
Con su recuerdo en el pulso dejado como seña. Invita a una orgía de muerte.
Para aprisionar al canario… aún respira. Para degollarlo. Y la muerte sea
propicia. Para enmascarar este deseo de piel. Esta maceración no termina. Este
ruiderío entre carnes bestiales. Esta carcoma enjuta como el idioma...
Entonces se adelanta.
Se dice a sí mismo: “Si no es mía de nadie”. Y lo cumple. Y lo sanciona. Y lo
reza. Y lo piensa para dentro de un rato.
Y lo lleva a cabo. Se traiciona en su palabra. Quedan las pulseras colgadas
desde arriba de la muñeca inerte; él la ve y disipa sus humores, como un… así
lo toma, así la besa y le quita las pulseras y se las lleva y se las guarda en
su cofre de recuerdos.
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