En la habitación
adjunta está tu lecho de piedra, dicen, recubierta por un colchón de plumas de
pájaros del lugar. Enfrente yace tu tumba, olvidada por lo quehaceres del
tiempo, al lado tu mujer y tus hijos. Veo los tres lugares y te entiendo, sí,
reencarnaste en el nosotros de hoy pero no te es permitido verlo, a como creías,
sucedió, no hay ninguna señal de que estés con vida en la otra vida, si acaso,
persistes en ésta a fuerza de la piedra que le da contorno a lo que miraste
desde arriba: el horizonte de la pradera como un letargo que se alarga, igual
hoy a cuando tú lo veías. Pero tienes voz: la mía que te alza de tu marasmo de
tumba olvidada, a la que accedí con miedo a perder mi vida, por lo resbaloso e
inclinado de la escalera. Tienes la voz de ellos. No hablan pero accionan sus
cámaras silenciosas para entablar este diálogo no imaginado por ti, este
diálogo entre imágenes, este decirse a señas en ademanes gravados como los que
pulsan la piedra donde recibes la corona, dicen, de manos de tu madre. Hoy es
distinto, la imagen que se grava en otra piedra es grande, pero pequeña la
piedra; esto le da poca vida en el mismo lugar, a menos de que sea cambiada a
otro lugar de archivo permanente, de todas formas la finitud es lo que
determina esta nueva imagen. La tuya, la de piedra grande, la que está colgada
en la pared de tu palacio ha pervivido más de mil años, tantos como para
agolpar a la multitud del mundo a visitarte en esta pradera verde, acaso
señoreada, igual a ayer por el césped hondo y recalcitrante que pondera toda la
cancha por donde visitabas a los tuyos a lo lejos. Más allá, de “a lo lejos”
está el horizonte de vigía. De seguro en más de una ocasión viste en lontananza
todo el pueblo que dominabas, en más de una ocasión te solazaste comulgando con
esta pradera bajo tu dominio. ¿Acaso es un accidente que tu palacio esté en lo
más alto de la colina? Ahora yaces en una tumba abandonada. Quizá el miedo,
quizá el simple abandono, quizá el desinterés, quizá los muchos pasos, quizá tu
igual de este tiempo piensa que está demás visitar una tumba sin ningún
significado para los de hoy. Te reirás desde el espacio, o donde te encuentres,
o en la risa de todos los que ríen por ti, o en los árboles de espinas
respingadas, te reirás porque en tu muerte se encuentra el único símbolo que
pervive: la estatua de tu muerte. Al fin rodeada por tus sueños, al fin,
rodeada por tus aspiraciones, pero también al fin, colocada en su sitio como lo
que siempre fue: estatua. Estatura de tu paso por esta vida tan impasible como la Ceiba que vigila tus huesos,
la que acaso sea la risa absoluta que ríe con el paso del viento entre sus
ramas, que ríe porque te vio y te ha visto en las caras de los que te visitan
en estos dos mil años. Lo que tanto adorabas: tu lengua, ha desaparecido, es lo
primero que desaparece, ya no es más tu lenguaje, es otro muy distinto. No
sabías que el lenguaje tiene qué ver con el tiempo, con el aire, con el agua,
con los demás, en fin con todo lo que rodea al sonido humano cuando late desde
las cuerdas que le dan sustento; sólo el paso del aire entre las ramas de los
árboles late de la misma manera, sólo la caída del agua del mismo río que
atraviesa tu ciudad suena igual a tu tiempo; sólo el césped que cubre tu
terraza es igual de verde, sólo la piedra amorfa, rodeando tus dominios es del mismo tacto, sólo
los pasos de la gente, escalando uno a uno los peldaños de tus escaleras suena
igual. Lo demás es distinto, excepto los huesos que reposan en sus cenáculos,
los huesos siguen siendo igual a los tuyos, los huesos de hoy no son el símbolo
de grandeza de ayer: son el rescoldo del tiempo que pasa también entre telones
abandonados.
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