Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

martes, 4 de septiembre de 2012

Ël



Como un mendigo te busco entre papeles abandonados. La calle parece un desierto a esta hora: mediodía. Por entre los pasos soy uno más. Las caras de ellos están puestas para encontrarte… el miedo atenaza mis sentidos. No hay vacilación en mis manos para hacer aspavientos por la cordura que me acompaña en esta casi mañana de frío entre los huesos. No está ella, se ha ido con ël, su hijo, por las plantaciones de plátanos en las afueras de la ciudad. Estuve encerrado con ella nueve días, en el tercer día se hizo presente ël, no dijo palabra. Se metió a la cama y vio cómo lo hacíamos ella y yo al son de una música estridente como sus labios cuando te menciona. Más acá de la palabra había un sembradío de serpientes, en cada una de ella el veneno supuraba, pero se negaban a morder, como si ël las amenazara con su risa fúlgida. Entonces pasaron los seis días restantes. Ella se entronizó en mis sentidos, la fatiga,  propia de nosotros, se hizo presente en ella, entonces la tomé de la mano y quise hacerla propia de ti. Se rehusó, no quiso hacerlo. Se negó a ver tu cara triste, dijo que no estaba para lamentos, sólo quería “eso” de los dos. La tentación de volver a ella me cogió entre sus brazos. Como siempre se fue al otro lado de la cama mientras seguía su risa en medio de la plenitud de mis brazos abiertos. Su cara se parecía, entre ratos, a la de ël, luego a la de ti. Así, en medio de tanta… de nueve días me di por vencido… ella, Lilibeth cantaba su canción de deseo eterno entre las venas. Un tren se hizo presente por entre los médanos de esta tierra partida. El tren pasó de largo, y volví a escuchar el ruido de seda entre sus piernas en mis oídos de cinco años. Hoy te busco y no apareces, el miedo me deshace las entrañas, no hay síntomas de deseo entre mi cuerpo, ella se lo quedó. Como una vampira se alimenta de deseo y lo guarda por los otros mil años que le faltan por recorrer, así te alimentas tú en la hora precaria. La calle está poblada de fantasmas, vengo desde allá, desde las plantaciones de plátanos en que ella permanece junto a ël. Los rostros de ellas son los de Lilibeth, lo de ellos son la cara de ël, no hay destino en esta habitación de escaños: pasos sin rumbo al mediodía de un frío invernal que sopla desde el norte en esta ciudad sin nombre. No hay arena en el desierto, el viento sopla; no hay médanos a la orilla del temporal, no hay polvo que se meta en los oídos, no hay huellas por entre la arena calcinada de este desierto de mediodía. Sólo el miedo atenazando por la ausencia del deseo calcina mis entrañas. Mis manos tiemblan… rokcola del tiempo que se hizo a un lado para cederle el paso a ella entre estos meandros de luz que se deshacen, como vuelo de palomas a esta misma hora en la “Plaza de la contestación”. Si llego a la orilla de esa zona, me iré de nuevo entre los papeles abandonados en busca de ella que espera un horizonte de cuerpos para chupar de ahí el deseo que la destempla, como la orilla de este río-ciudad, de esta marea finita, de esta tierra partida en dos, de este erial de bacterias, de este mudo pensar, de este lánguido sueño de tarde en brazos de ella, y no sabe dar sino recibir para plantarse una vez más entre papeles abandonados… Este miedo es superior al resoplido de los cuchillos en mi pecho, este miedo es superior al que sentí junto a su sexo enardecido, este miedo es superior al siguiente paso que daré en pos de ti. No hay en la calle sillas para sentarse, están pobladas de fantasmas, compañeros de ella. No hay césped para recostar el pecho. El suelo es igual al de los platanares: cundidos de serpientes entre las hojas secas… suelo raso que se muere sin un concreto… haga en olas hacia la gente caminando aprisa. A los lados estás tú, te he descubierto. Apresuro mis pasos. La bocacalle está lejana, tan lejana como veinte pasos, casi llego, pero se alentan mis pisadas, y mi ahogo me llega hasta el cuello…

No hay comentarios:

Publicar un comentario