El delfín marea la
cabeza. Sobre el filo de la navaja se pasea por su cuerpo. Sabe, porque piensa.
La intuye por su olor, por sus caderas, por su ingle, por sus manos, por sus
ondulaciones entre el agua, por la caricias, entre saber y adivinar una
estancia entre ella; el delfín avanza entre cadenas. No la suelta… la
respiración es cosa de ella, la de él está asegurada por quince minutos,
también requiere de aire y se aloca por una bestial lamida de entre pierna. En
la imagen solitaria ella lo sabe, mas no se atreve a enseñar el cobre; así,
como si hubiera sido enseñada desde niña ha jugado con él; todos los días, en
la prisa de un ahogo ha saltado boca arriba, él la miraba con el extraño mirar
dulce y sereno de esta vida. Ella no lo sabe, pero de este lance nadie sale
indemne; él tampoco lo sabe pero de este lance se queda uno mirando el
horizonte como si el agua dividiera al mundo en dos. Para ser exactos ella
también quería. El delfín no hizo sino lo que haría cualquiera de su especie:
jalarla de ese lugar con lengua, aletas, cola, y un falo recién horneado. Ella
sintió miedo a la mera hora de la entrega, él se sintió mareado ante tanta
sorpresa. No sabía si se podía, no sabían si el agua hace el juego, nada impide
lo demás; es como tejer hilos de esa agua mansa para endosar un palmo entre sus
piernas. Entonces se abalanzó sobre ella… ella retuvo la respiración en lo que
abrieron sus pulmones y ahora, ignota selva de algas: brillos inesperados, de
peces azules, asideras, de brazos, de un penetrante olor se le vino con sus
fauces cerradas… pues por un rato se sintió bestia y dijo: él no lo era, era
tan… como el mejor de esta tierra… de aquella tierra. No lo dijo, él solo mandó
un mensaje, ella lo recibió de igual manera pero no supo contestar; como una
idiota se dejó esculcar con pene y agua, tuvo miedo antes del encuentro, no por
él, sino por el jadeo de agua… Una ternura se le adosó en el pecho. Así como lo
había ejecutado por compasión, en este caso la compasión era por ella misma. El
delfín caminaba entre maromas. No es lo mismo respirar cada treinta segundos a
cada quince minutos, no es lo mismo volar a aletear, no es lo mismo caminar a
ser paloma. Desde el trance de ovillo, ella se hizo, él la esculcó, pero
faltaba esa mano en aleta primeriza; en este instante ella no quería. El delfín
caminaba entre maromas de agua azul como los meandros de mar que vuelcan ola
tras ola, para columpiarse en talentos desconocidos para él en esta ignota agua
desconocida entre ambos, como un túnel de… se abren entre naceduras de islas… estaño de
una cerradura en vidrios de colores como los que venden en la esquina; lo
haría, por qué no, haría un cuadro de colores para ella con sus armas: dos
aletas dorsales, dos aletas de cola, dos aletas de lomo, y en sus pulsaciones
una sangre parejera para adentrarse en ella como lo haría cualquiera, preciado en ser como se llaman a los hombres
de la tierra. Un suplicio se comenzó a tejer desde abajo del agua, una tenedura
de escualos embaucó el tormento para rato… sus dos manos, no alcanzaron a
abrazarlo… el vitral se quedó a la espera, era un regalo de piedra en esta agua
eterna como las nubes en el cielo. Ella ya estaba puesta boca arriba, él en
galgos despiertos igual a un palomo, dormido entre sus estertores de agua. No
se dijo más: él la miró con sus ojos tenues, ella se fue hacia arriba dejando
un caminito de burbujas entreabiertas. Se fue hasta lo hondo e invitó a los
peces de colores, los trajo justo cuando ella volvía, amarillos azules, rojos,
verdes, de axioma, blancos, medusa honda y sierpe, caballitos de mar, un ramo
de arrecife… pero sobre todo esos ojos arrobados. Ella acercó su boca a la de
él, le dio un beso de ternura, él lo tomó con suprema bondad entre sus fauces.
Lindo como un aroma… ella vio el cortejo de peces de colores. Entonces el agua
inundó sus ojos, agua salada como el sabor del mar; no dejó de sonreír, se
asomó hasta el balcón de agua y movió sus aletas hacia arriba…
No hay comentarios:
Publicar un comentario