En el rincón dormido,
arrestas con ella tu monte en una cesta. No das, la enredas por caminos de
dios, tan solo como un… así como entre timbres de postales se van hasta el
cadalso. La añoras como a ella misma, la besas con supremo embalse de aromas y
de nido bravo para dentro de nueve días; pernoctas como si fuera el nenúfar que
tiene entre las piernas. La besas a ella y ella te besa en insomnio de risas
para el rato. Tu ensoñación como líquido entre venas, se insacula del nombre y te
mira. No eres axioma vestido entre el silencio de los puntos suspensivos, eres
la dadora del bien… como una “cualquiera” se viste en su lamento. Por la
enredadera del mar, te arrostra entre tinieblas, la rozas, la esculcas, la
tiendes, la vistes de capullos y entremeses de ayer a la hora nona. En tu gemir
y el de ella se va el rezo de la tarde… dios te ve a escondidas y te atreves a
decirlo sin embauque al miedo de
mansalva. Después y antes: esos ojos rojos de llanto por ella y por ti, como el
Supremo enroscando a su bien y lo empupila. Más allá, entre los cardos, ella se
aleja por un instante; lo ya hecho está a la vista, no hay testigos en la
habitación, sino tus ojos cuelan su embalse, como si fuera venida desde el
tuétano al ombligo. Bajas la carrera de ella y ella te baja desde arriba como
dadora, también, del secreto de tu nombre. La límpida luz aluza entre ojos de
dos: dan y se miran, no entromete al centinela del basto, más bien conduces y
te dejas seducir, con una maniobra de dedos entre miembros. No lo sueñas a él,
sueñas con ella presente como si fuera nenuco dormido entre calambres. Enseñas
a Él como si fuera idiota metido entre caminos desconocidos, igual a su nombre…
no da para más, ni idioma, ni sangre, ni sueño, ni arisco, ni préstamo de esquemas.
Como dos nenúfares se embalsan al pie con un idioma, así se enroscan en
néctares y en saliva y en resuellos y alaridos… son el cúmulo de lo faltante en
él a la hora del concierto. La imagen te somete en sus pezones, lánguida voz soñando
el dedo metido, y lo sonsaca en la hora de la comisura del ensueño de agonía,
púrpura y lo que sientes en un aroma de cardos, bebiendo del sueño a la hora del
asunto entre manos. No la desdoras en el tiempo, entre dos se aman: la habitas
y ella te habita, para dar de sí lo muerto, volviendo a amanecer como un valle
en lo alto de la cumbre. No lo metes sólo lo ves por entre carnes pulidas y
talle bajado como gozne de mentiras, entre vestidos, entre blusas, sostenes,
bragas enluzadas por la venenosa fiebre del que nombra. A la hora del timbre no
la encomias como si fuera goce, la encumbras hasta decir un guiño de culebra alzada entre el viento, cual si fuera
papalote, hastiado de la altura… con guiños la encumbras otra vez hasta el
retiro espiritual para cuando avance la miel de tu voz y la de ella para
endosar lo faltante en dos nenúfares… mienten para decir adiós, salen de tactos para
mentir, nombran nombres para colmar la idea entre manos de laceración… la cabriola
de mar en ola se muere y regresa otra
vez, mas nunca del pasado... así como se viene ella entre gemidos, así mismo la
palabra dicha sin plan de por medio, pero da en al blanco, cual nombre de ella
ante el altar, desnuda de su propio nombre. Le prestas el anillo, la sacas del
marasmo de espera, la sacias, la desdoras, la predices, y al son de dos se
encomian los decires: lamentos para colmar ideas, no cuajan sino en el venir de
adentro “de”, para el espejo de su cuerpo en ejercicio de teatro veloz como la
rauda corriendo por la calle; mientras, el payaso da su sobrero por predicar
voces purulentas de ensoñaciones y no dan sino en el… se baña en su palabra repetida hasta el
cansancio. Tú eres la dadora del turno a la “a”, la enseñas de nuevos embloques de axiomas; nuevos
aromas viven en la voz, gimes y abrazas para decir, basta, para dar de sí, para
colmar de planes de viaje de bodas… la entumición de bodas de oro, sin emascular el
olor de los ojos y oídos. En el proceso sales ganona y no vale ser la única
enseñoreada entre sombras, en el nombre sentado a verte caminar sin él a la
hora del concierto; tampoco vale mirarse en el espejo del auto estacionado en
la acera de tu paso, más bien son tus pezones y los de ella comidos en
almíbares de gestos abandonados a su suerte, cual bien preciado del ombligo, la
bajadera de capas de vampiro para darle forma al talle la embaucas con tus
dedos, tus palmas y tus sueños. Terminan y dan un toque de femineidad a la
hecatombe, ríen y ríen para pasar el rato otra vez… el diálogo entre líneas dice
lo demás, no sobra ni falta nada, todo está en su sitio, para mañana cuando la
luna avance sin camino, venga otra vez, se meta a llorar entre tu seno y tú la
elucubres, la solapes, la tiendas, le sirvas un té, en fin, la adhieras a su
bienestar de ser otra vez una cauda de dos cometas en rauda y hacia abajo…
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