Soy Lilibeth o
nosotros, sangre adherida a la vertical, deseo que arde, mutación que se
distiende, álgebra en tabla rasa, multitud de sienes desbocadas por entre la
piel que también arde. No busco al de junto, te busco dentro de tus cuatro
latitudes. No soy la dadora, soy la que pide para desear más entre los telones
de mi cuerpo perfecto como los meandros de tu paso por entre la calle desierta
a cualquier hora. Lo he creado a él y a ël, a deshoras, como si fueran
minúsculos hierros del sumun que enternece a los sentidos. Y no te salvarás de
mí porque me llevas en la sangre; como un encomio, te sostiene la enredadera de
tus sienes, cual corona de laureles que enroscas cada que mueres y te levantas.
No hay en mí sino la escoria, piso de llanto en cremallera. Sí, Lilibeth, la
madre de todos asustando en un lamento corrido como un ensalmo a la hora del
miedo. Persigo el bienestar y nunca llega, persigo al deseo y nunca se acaba,
persigo la aguja que hiende mis vasos inguinales para posarme en las neuronas
igual a los siete días creacionales. Supura desde mis introitos un vaho de mar
en canción de verano igual a los sentidos. Me gusta el tacto, pero no lo
siento, me gusta el cuerpo pero no lo veo, me gusta el verde olivar, pero no lo
diviso, me gusta la piel pero no la atisbo; mi deseo eterno como un vaso vacío,
se llena de mis oquedades. Asisto enardecida a la cama de los amantes con un
libro en la mano después de hacerlo. Asisto al cadáver que camina en pos de más
después de inoculado el veneno de mis… Costado incierto como la duda de Tomás, venerándome
en paz con sus lamentos. No duermo, me pincho con las gomas de todos los
infiernos, sólo el que me da la paz asiste en el barullo de las estaciones;
como si fuera yo alguien pido lo correcto. No enciendo hogueras en la
noche, las enciendo de día para ensoñar igual al que se mece en la vertical del
sueño no dormido, sino en la báculo ansioso de años por venir, y ya no espera,
sino en cama somnolienta, en cama de enferma de mí, enferma de él, enferma de
quimeras nunca llegadas ni al saberse despierta a las doce, para la pastilla de
las doce y diez… A ella no la quiero en su preñez de estío; me abandona como si
fuera la dadora de lo que no soy en destiempo de amalgama cuadrada, preñez de
olvidos del deseo: sólo vive para el de las entrañas igual a una semilla de
diez minutos bien contados, lo que duró su deseo al son de su madriguera
despierta como el ruido. Me sueño en palabras, me sumo en el deseo como un
bastión a la espera de sus palabras… me saquen del olvido… Imágenes del sueño
de pastillas: se duermen como un sentido a la vez, metido sin sensación de
miedo, ni de muerte, ni de masturbación de adentro, como un nido. No voy a las
siete a la Calle
de Almendros, por la ostia que se come en un lamento, asisto por obleas de
azúcar para entresacar de ellas lo que me va de sueño en sueño. En los espejos
están los misterios de ella con trasero de néctar como ríos; se ve a sí misma,
y en ese instante me reza una pequeña oración, como el dilema, la saciará en
nueve meses de tormentas a su lado, sin menearla ni un décimo de su mirada fija
en el horizonte. No se menea como ciervo en brama, es lenta y calculada en el
deseo; la anima a ser en sí misma después de hacerlo y llevarlo entre corolas,
entre caracola de mar embravecido por si se asomara una sierpe desnuda para el
colmillo en ciernes como un vaso a la medida… Muerte de ayer cuando estaba en
espera de mí, pero endiosada con su cuerpo. Espejo de agua roto por la
ensoñación de su igual: agua con agua dispersa en un sentido. Soy ella entre
ustedes, un nosotros doliéndose para llevar por sienes un cálculo de él para
dentro de nueve meses, con el supremo placer de mirar un estornino, moviéndose en un caudal de paja por si
faltare. Soy Lilibeth entre sueños de ella insaculada de veneno, prendarse del ánimo a estar
en esta ladera del vientre moviéndose a
cuentas de un sonido. Soy ellos, soy tú ó un nosotros sedientos como la arena
al mediodía, náusea que se deshace en lo limpio de tu abdomen cuando supura un
cuento de hadas al son del misterio de tus días… Soy la palabra sin sentido:
deseo que muere en una vasca igual al miedo.
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