El gramaje se
entroniza en tus sentidos. Amenaza al bardo de la esquina. Se entrampa entre
tus piernas. Es una ventisca que se adentra entre tus muslos y guarda su
tesoro: un cúmulo de espejos. El gramaje de tus piernas se mete a los
minúsculos presentes del olvido. No hay entre ellos ni un resabio de músculos
tendidos. El gramaje de tu monte es una canción de estío, se hace marca una vez
ensañado en su destino. El gramaje marca, tienta, enlaza, cuenta los días,
menea los momentos. No hay en su sitio más ensoñación que las espías. Un
romántico besa al gramaje, un estoico lo endulza, un cristiano reza allí su
oración de mediodía. El perfume resuma desde tu gramaje. Endulza en el oído una
canción de cuentas en rosario. Los gatos maúllan al candil que se desprende
desde ese pelaje como ramas al viento sin trueques de por medio. Al paso de un
búho rasante, entresaca el peine de colores, es un vaivén entre dedos que se
apropian del cúmulo de seda entre las manos. No hay ruidos en la habitación,
sólo un cremín de ruidos incesantes: seda que muere en un sentido. Más allá del
gramaje hay una ladera… cordillera que se avizora entre tornos de ríos amenazando
subir en creciente igual al deseo que se toca, que se huele, que se lame desde
abajo del gramaje. Las gladiolas están entre tus senos como si fueran pétalos
de arena… más abajo el gramaje. En tus… nacen deseos de cuentos como si fueras
una gata boca arriba. Por detrás están tus nalgas a espaldas como un símil de
cuatrera. Nacen síntomas de cuerda de reloj. Amaneciendo, desde la ingle de tus
bragas, hay otros escotes: avizoran al de junto, un abismo tienta el vértigo. La gravedad se vuelve caída
y entre el gozne de tus puertas hay arenas del olvido. No lamentas cuando te
entra. Lo desdices con aromas de palacio. Más allá de la empotradura, un galgo
se lame del deseo. Muerde al anca un resabio de atroces andaduras. Ya sin esa
braga metida entre tus carnes suaves y potentes, resuma la saliva como un
fondeo en mar abierto. Te pasa la armadura y revientas en miradas de trasero…
Dos fondeos de mirada, dos aleteos de nervadura. Y no hay esperanza de
quitárselo. Se mantiene. Lilibeth a la espera eterna, pues los ojos no
escancian de tu cuerpo más que en vista del paisaje; la vista, invita pero no
cede al almíbar, la vista cede a todo menos al tacto de la piel erizada como
ella. Entonces se queda en nada, una ensoñación en todo el día, como si
estuviera el viajante en espera eterna del destino… Como
si a la vera del gramaje estuvieran atroces muecas, marcas del día, la cuaresma
de los besos… después todo calmo, la diadema se endereza para tocar el cielo de
los cauces, de los ríos suspendidos en su caída, en nido abierto al vértigo de
que los desdice… los ríos en el aire que viajan al sentido.
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