Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

domingo, 2 de septiembre de 2012

E l monte



El gramaje se entroniza en tus sentidos. Amenaza al bardo de la esquina. Se entrampa entre tus piernas. Es una ventisca que se adentra entre tus muslos y guarda su tesoro: un cúmulo de espejos. El gramaje de tus piernas se mete a los minúsculos presentes del olvido. No hay entre ellos ni un resabio de músculos tendidos. El gramaje de tu monte es una canción de estío, se hace marca una vez ensañado en su destino. El gramaje marca, tienta, enlaza, cuenta los días, menea los momentos. No hay en su sitio más ensoñación que las espías. Un romántico besa al gramaje, un estoico lo endulza, un cristiano reza allí su oración de mediodía. El perfume resuma desde tu gramaje. Endulza en el oído una canción de cuentas en rosario. Los gatos maúllan al candil que se desprende desde ese pelaje como ramas al viento sin trueques de por medio. Al paso de un búho rasante, entresaca el peine de colores, es un vaivén entre dedos que se apropian del cúmulo de seda entre las manos. No hay ruidos en la habitación, sólo un cremín de ruidos incesantes: seda que muere en un sentido. Más allá del gramaje hay una ladera… cordillera que se avizora entre tornos de ríos amenazando subir en creciente igual al deseo que se toca, que se huele, que se lame desde abajo del gramaje. Las gladiolas están entre tus senos como si fueran pétalos de arena… más abajo el gramaje. En tus… nacen deseos de cuentos como si fueras una gata boca arriba. Por detrás están tus nalgas a espaldas como un símil de cuatrera. Nacen síntomas de cuerda de reloj. Amaneciendo, desde la ingle de tus bragas, hay otros escotes: avizoran al de junto, un abismo  tienta el vértigo. La gravedad se vuelve caída y entre el gozne de tus puertas hay arenas del olvido. No lamentas cuando te entra. Lo desdices con aromas de palacio. Más allá de la empotradura, un galgo se lame del deseo. Muerde al anca un resabio de atroces andaduras. Ya sin esa braga metida entre tus carnes suaves y potentes, resuma la saliva como un fondeo en mar abierto. Te pasa la armadura y revientas en miradas de trasero… Dos fondeos de mirada, dos aleteos de nervadura. Y no hay esperanza de quitárselo. Se mantiene. Lilibeth a la espera eterna, pues los ojos no escancian de tu cuerpo más que en vista del paisaje; la vista, invita pero no cede al almíbar, la vista cede a todo menos al tacto de la piel erizada como ella. Entonces se queda en nada, una ensoñación en todo el día, como si estuviera el viajante en espera eterna del destino…   Como si a la vera del gramaje estuvieran atroces muecas, marcas del día, la cuaresma de los besos… después todo calmo, la diadema se endereza para tocar el cielo de los cauces, de los ríos suspendidos en su caída, en nido abierto al vértigo de que los desdice… los ríos en el aire que viajan al sentido.

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