Me duele verte así,
como si nada. Me duelen tus carnes con tu mirada al aire como si fueras una
santa salida de su cuadro… vuelta a caminar por las calles solitarias. Me duele
verte en unas cuántas líneas pudibundas, tu nenúfar al viento igual a una
diadema sin cabello a la vista… vestido en ciernes de visita. Eres como una
parodia del destino sentado en una silla de cantina a medianoche sin clientes para
ver lo hondo de la noche. Me duele pensar: es desde allí mi simiente, de ahí vengo, de ahí pernocto, de ahí nazco, de
ahí me aliento, me detengo, me hizo, me embauco, me tiendo al dormir entre sus
piernas, las de ella… también es a deshoras como una hormiga se muerde sola para empotrar el deseo vendido en un mercado de aromas acedos a las
cuatro, la hora del sueño sin sentido. Me dueles porque no eres simple carne,
no eres simple desdén que se deshace en cualquier esquina al influjo de los
caminantes… me duele porque lo he hecho contigo y lo volvería hacer así como si
nada: el cuerpo es el desliz en una montura de piernas de postigo en llamas.
Eres la dadora de todo, de la imaginación como los cuatro hilos de respiración
y te contienen, de la mansalva del cuerpo, del picaporte al olvido, ascua
después de hacerlo. Siete días tiene la semana, el viernes se cobra y se gasta
en la misma noche para ofrendar al silencio de tu voz, escanciada en recuerdos
del lunes por si acaso. En seis días trabajó y, según las escrituras, al
séptimo se masturbó, por la osadía del instante, padre de todos los vicios; mas
en ese mismo día, no supo qué hacer contigo, por ello te llevó… te enseño a
cobrarte de lo mismo. Así como lloró por haberte creado, así mismo le recalcas
a toda hora: eres la madre de él… “un hombre no puede parir”, parece que le
dices a cada instante, cuando mascullas desde tu altar de silla y mesa
cuadrada, para agregar: “soy tu madre”. Él, altivo, soberbio, estancado, sin
motivos para respirar, sólo baja la cabeza angustiado al verte de cuerpo entero y a la luz y al aire tus
pliegues pudibundos, para llamarlo a presidir, si no, su pecado de Onán, como
le gusta ser llamado, se lo cobre. Me dueles por los siete días creacionales…
el patrón paga los siete días, luego, deben trabajarse sin son de cansancio y
menos a la una de la mañana. Me dueles por los seis días cuando trabajas bajo
las órdenes de él, y al séptimo avisa: hay un lunes para comenzar de nuevo
hasta la pista de baile y si es de tomarse la copa peor, porque es una copa a
fuerzas de no querer beber, de no querer verle la cara, de maldecirte y
maldecir tu nenúfar por ser como una carga. Me duele porque se ha convertido en
patrón de los días terrenales, y no es una figura retórica, es patrón pagador
de sobre embaucado al calor de la ley que se consume y tú sólo aciertas a
decir: “soy tu madre”, o, quién es la madre de dios en este esquema. Me dueles
más si eres virgen madre, es decir, sin marido que te consienta hasta las diez
de la mañana, te lleve el desayuno hasta la cama y te meta otra vez a la colcha
tibia en más de un sentido, no eres la dadora del bien y del esquema. Me duele
saberlo: trabajas con tu carne a deshoras, pares con el día un bebe llorando y
pidiendo un vaso de cerveza porque el miedo al frío y a las voces circundantes, son el saludo de la vida para el
nuevo, llegado con todas las promesas bajo el brazo. Me dueles porque aunque
eres la madre de él, no es el héroe ni el salvador de nadie, sino quien miente
para hacerse rey de este molde calcinado y en muerte convertido como un
sepulcro dorado por fantasmas. Me dueles porque das la calma a media noche
mientras él se desluce en ojeras de falta de sueño, porque dormir es comulgar
con la muerte a ras del suelo y del aire respirable desde la oscuridad de este
suelo, este suelo socavado en suertes de tequila. Me dueles porque desde allí
pernocto mi agonía, porque me duele ser querella, porque me duele ser el que
preside al día ante el teclado indemne vibrando en sus núcleos serenados por el
estigma de dios, padre de nada, sino de la semana cobrada en sobres de
fantasmas. Me duele porque Selene te llama así, como si el pincel que empuña le
diera la señal de la vida eterna en el caminar sobre puentes de deseo, muertos
por los ausentes de un tibio amanecer, ni un galón de agua al mediodía, ni una
colcha en pleno invierno, ni una torta bajo el brazo que entibie el alimento de
coca en la mañana, sí, me duele verte pero me deshago en conductas malas y saco
cinco de calificación por verte así cada mañana.
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