Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

sábado, 8 de septiembre de 2012

Yo



¿Dónde estás? Te llevo en la bolsa derecha del pantalón. Te busco de lentes para afuera. No me delates. Eres mi sombra invisible. Soy yo que me escondo donde no te encuentro… Para estar vivo se requiere estar muerto. No hay síntomas de movimiento, todo está desierto ya, el sudario espera. Entonces sucede lo que lo pervierte, la carne insatisfecha se mueve de un lado para otro, el introito pide más de esta estaca agonizante, metida en el tumulto de carnes y no arden ya. La acumulación de espías predice: ya es tarde, sin embargo no hay síntomas de respiración, el embalse espera, el ataúd distiende su piélago, los pies están muy fríos, las manos se mueven. El enterrador espera a otra ocasión, no hay prisa, se pagó por adelantado la preparación del cuerpo. Pero si se equivoca él, habrá un estertor de muérdago debajo de la tierra cuando se escape desde la oscuridad una mirada de silencio en torno a esta vía sideral que se consume. Afuera hay personas esperando. ¡Adónde estás! Te busco entre algodones de tieso perfume metido entre las fauces, entre las narices, entre los hoyos inguinales. Meto la mano derecha entre la bolsa del pantalón y nada toco sino este aire que consume… Ya eres mi sombra invisible entre esta oscuridad de tuétano y desmerece por ser mis ojos criollos de un ensoñación latente. “¿Será el amanecer?”, pregunto. Responden desde afuera como un común apretón de manos que se despiden. No hay en el formol sino un vaho orgulloso de su nombre, por fin él es quien pone su pulso en lugar del mío… dios moviendo sus manos para volverme a la vida sin un orgullo. Me mira, me toma el pulso, me mueve, ladeo la mirada…  los párpados están enjutos, pero el es dios con su lanza a punto: “para estar vivo se requiere estar muerto”, se dice él mismo, y en un supremo esfuerzo que no lo haría ni dios… Para qué perder el tiempo, me saca del cajón, embadurna de cobre sus dedos, los mete debajo de mi lengua y pulsa un laúd como si fuera miembro de una asamblea de ojetes que se dan la mano aun en el precipicio de la muerte. Por fin despierto en manos de ellos, los que me habían despreciado, y pronuncio en mil miríadas de sueño profundo… un santiamén de pura luna hipnotizada como si fuera punto de plata en el infinito ya no tan lejano. Me vuelven a la vida, él se queda con su lanza de formol en ristre, ha sido él mi dios por este día, pues él me volvió a la vida por el misterio de la ilusión partida en un sencillo. No hay ruidos en la habitación sino este estertor de agujas  buscando una vena para ensoñar de tientos… se pierde en un “volado”. Elucubro: no hay nada sino la oscuridad; después de haber estado muerto y vuelto a la vida, ya nada existe sino esta ensoñación de cuerpo y no sirve para nada. En la habitación de junto, una junta de ellos, parodian al enfermo. Ya el tumulto de piedras del camino esperan otra vez: “Es ancho el valle del pecado, angosto el camino de la felicidad”. ¡Madres! Aquí otra vez sin su presencia como si fuera un santo jugando a la novela, pero se queda con la mano insatisfecha de haber plasmado un cuento que ni él se cree… La novela siempre se queda a medias. No juega, se deprime, no crea, se consume, no descansa al séptimo día, se pierde en un sentido de falta de idioma, de falta de inspiración, en una palabra: se aburre. Entonces despierto otra vez, ya no hay en mí sino esta señal de cofradía, palabras que se bastan una a una; igual a la nube, se abarata en una caída. Oscila igual a él; desde un puerto ingrato se cuela por su madriguera de sueño…  no sabe del morir a voluntad y despertar también a voluntad sin un libro de guía, sin una ensoñación, sin la necesidad de escribir ninguna historia perfecta ni eterna ni lozana… Me vuelvo a dormir y me vuelvo a despertar, el formol para otra hora.

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