Punto por punto la
cruzada a brazas. El cruce de espermas penetra al olfato sin sentirlo. No hay
en su miseria dos encantos. Vacilación que se destuerce para decir aroma… La
lengua es un resabio. Por su orejar el
vaho de la espiral sucumbe al cuerpo. Redondas como gladiolas, esparcen sus
toques de amapola; ondean como hojas que caen en lentitud de dedos y saliva.
Los tendones se destensan al vapor: mar a punto de ola y se encuerda en sin
sentidos, mas que para suplir la queja, escapa de su oído como una cabalgar sin
rienda por el cuerpo… los cuerpos dan de sí. El acantilado se muere en la
espiral de la brisa, litoral amalgamado con la piedra. Rectángulo curvado en un
sentido, su igual: masturbación violenta como guía. Y no termina. Más da más,
pide en sacrosanta misericordia de dar sin esperar nada, todo en el baúl como
el río en su madre, como la cabecera en su sitio, como la lengua que da y pide.
Ojos líquidos almibarados, sin ton ni son, sin punto de mira… desvaídos… Un río
de júbilos despeñados, un papel en el propio cuerpo; se conocen una a una, su
piel es su propia piel, su introito es el suyo, cada uno en lo suyo, punto de
luz y enredadera. Se toman la copa de punto de cruz en amalgama, no hay
vacilación. Más acá de sus sinuosidades hay el empalme de las curvas hechas una
a una. Ella arriba, ella abajo. Son como la canción de mañana que canta en un
rumor el guía de fantasmas, sueño hechos de curvas de carne, se bastan en la
misericordia del mirar, del dar, del obedecer sin ser mandada en el abrazo, en
el tacto de Ángel… ángeles deshechos en “Punto por punto, la cruzada a brazas”.
Entrega como dos camas solitarias en vaivén de sábanas boca arriba. La imagen
trunca los sentidos y se amenazan uno a uno. Se entronizan para decir: “yo
quiero”. Un hombre ahí, enloquece del deseo. Como una secuencia las dos vías de
ojos que se miran y se escancian, mientras los dedos y las manos vuelan por
entre los meandros de silencio… Los quejidos son de aromas, las curvas como
piel suave en manos suaves. Adentradas y solemnes como si fueran calamidades
mano a mano, así se van y vuelven a decir de adentro del idioma lengua vestida
en sus albores de néctares de sumun y tristeza en dos abanicos sentados entre
el aire que ventilan. No acarician, se consumen, no besan, reptan una a una, no
gritan, se quejan de la ausencia de él sin un sentido. Agostadas se vuelven
contra sí en una vacilación de sentir el tacto de una a una. Una que se menea en hojas golpea al clítoris y se
va en un vahído. Sucumbe como si fuera diosa vertida en su propio abismo.
Segrega de sí su propio cuerpo para ser en el otro… la otra que golpea como un
suave introito de médano y silencio. Dos ascuas yacen mientras se ríen de ellas
mismas como si fueran iguanas en vacío. Más acá las mira sin sarcasmo… Son los
ojos, es esa mirada que se humedece desde adentro, igual a la lluvia: cae desde
el cielo como si fuera guía entre este torcerse hacia otro lado. La vera es
sinuosa, el río ancho, la curva del torno se quiebra en su lamento. No hay
vacilación. Es el lugar exacto en propio cuerpo, distinta mano, distinta lengua
se mete a decir el sentimiento de ambas… Dos reptantes en hilo vertical, como
hilo de humo desprendiéndose de un cigarro presto, acaricia el olor y lo
supura. Entonces ella se queda en un suspiro, se duerme entre su abrazo igual a
su propio abrazo. Se mecen en el instante se dormitan. Ya no sienten mano a
mano sino en la caída, ya no están sino en el mirarse… vacío de tormenta. No se
acarician, se escancian, no se miran, se tuercen, no se amalgaman, se solazan
en su piel que nace entre espinas y muere entre vaivenes de ola suave en verano
del sur violento y aquieta las olas del mar: se siente abismado entre su propia
agua… En anchura del gineceo, su propio tegumento, en isla abierta su trote al
paso de yegua primeriza, en angosto mirar un punto de cruz para decir la lengua
que resuma de su propia raíz, idioma ensangrentado del nacer entre deseos de
parideras sin semilla adentro. Entonces, otra vez se escancian de simple deseo,
se acaba en un trono de lamento igual al semillero ahíto en sus sentidos. Los
yermos se alargan, la planicie de su espalda se tuerce en… Al mando de sus
senos aguardan los labios, las bragas yacen sentadas con su vaho sediento entre
el ovillo. Se mueven con naceduras de escándalo, con vacío de olores sino de
ellas, con secuencia de embalse entre cámaras de circuito cerrado. Con
resuellos, con saliva de encanto con dedos de semilla, con legua de estaca, y
así, como si fueran gémulas se duermen una a una en el eterno sacar el lamento
de su imagen… trunca y hueca, vacío de piel; así: han quedado solas.
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