Luces igual, estás en
hito, a la espera de que él suceda. No te engalanas con nada, no sea tu espacio
y, cuando te sientas, el bulbo deja su seña, para así el delfín avance entre
olores de calzones mojados, herramienta de adolescentes para cuando la ocasión
apremia. El embalse de tu pincel en puño va de fiera, no endosas a nadie tu
candor sino a ti misma, cual si fueras cierva de tu mano… escancias desde tu
propia copa. Él te ha mirado hacerlo desde lejos, pero sin inmiscuirse más que
en deseo pronto como sus ojos saltones; ha sacado más de un tema de ahí, te ha
usado en la libre expresión sin pervertir lo hecho con su propio puño. Pero lo
endulzas con extraños rituales hechizos como la madre sierra del sur, de donde
vienen tus lamentos... de la comisura de tus labios. Así, lo enseñas, lo tientas, lo alzas, lo sucumbes, lo
tiendes a tus pies, lo esculcas, lo penetras, en fin, le das de todo lo que lo
toca en sus sentidos. Él te pinta de colores, te saca una diadema, te lame el
capullo entre sirenas, se hace mujer entre tus brazos, lo besas como si fuera
una serpiente, lo sacudes para así se venga... como si fuera una especie de... solitario; pernoctas en su carne porque te
tiene bien puesta, y si no, el pincel lo pague a como tú pagas el dolor de ser
modelo encadenada en tu propio cierzo. Te lastima te vea ennoblecida, con ojos
de tabaco y manos de tequila, te preocupa no vea en ti la mujer adorada, no vea
sino la de cuello alzado; maldices, cabalgas, mientas madre, como si decirlo
fuera un homenaje a lo vivido, hincada bajo el trinche del diablo, avizorando
ser… para tronchar en una rama la espina dorsal de la paloma, enderezar el
navío igual a una asidera en plena cruda; te sientes letal por ser nombrada
cuando repican las campanas y el carpintero endiosa su madera por el
respiradero de culebras; así, en plena cumbre asistes cundida de dioses, y te
columpian donde se esconde el… nombre-sustento a tu venida del cielo cuando
eras aquella adosando su mano a la del sapo, recogiendo la venida desde la entraña a como se vienen los ríos en comedia cuando el niño fue vigía. Así, el
alce hembra pernocta cada vez que se consume y se levanta a ver por entre el
musgo dejado por la primavera: los arcos en demasía, el cuello en roble y la
enredadera de su nombre; no asiste a ver cuánto consume de su hombradía, más
bien sueña con él cada vez… cuando empuña el pincel en grieta, lo adora y lo
saca a pasear como a un niño en su carreola, y una vez ambientado entre
pinares, se aloca por verlo bailar al son que le tocan, como si ella misma
fuera la música del aire colado por entre el robledal, por entre las ramas
verdes del árbol… mano arrostrada a sus pies, soñando volver a ser mujer impía para
endosarse a la fronda de su falda tehuana; lo parte en dos la sombra de tu
paso. El bergantín boga a rastras por si se deseare, el puño empupila la sangre
sin su basto y el vigía asiste a la hora del crucero; así se van, de sus
colores a las tres, de ella, su mano, poco después; de su cerda salen líquenes, se tuercen en dos al ver sus
trazos, trazos de abril, trazos en broma, trazos en lienzo de pupila y ojos y
cuello y piel y manos y cejas y corolas imaginadas por entre el bombillo de tus
piernas. Eres la dadora, la insaculada, la matehuala, la encandilada; el cierzo
con aroma no miente a su bienhechora, más bien le da su propio nombre como el
árbol a la espina. Entonces te tomas otro tequila, lo absorbes igual a ella, colgada
como avispa de su avispero y entonces el consorte te sobra y ella toma el lugar…
la ensombrece… madre atroz, madre tequila, madre limón, madre del pincel con su
nombre, con su rostro y la diadema azul que él te empupila. Así te vas, la
enredadera del nombre te acusa, simple
tortuga, a decir de él, pues te comulgas, bastón de mando como los hombres de la
tierra… la de allá del sur, del lado de la costa… así, “luces igual a la espera
de que él suceda en tu nombre: que su espasmo-cofradía, envuelva en lance su
semilla y la tragues para ser el axioma que te encumbra… como dador del cielo,
cuando lo miras hacerlo a solas”.
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