La sonrisa apenas un
susurro sin nada entre las piernas. La esculcas como un ladrón a su bolsa y no
obtienes nada. ¿Por qué conservas al mundo en un escudo que lame la carne de Iris?
Eres la ensoñación: clepsidra en llanto al cielo del sueño en un obstáculo.
Como la creación insaculas al nido del huevo que te avista. El fusil de horno
embiste a tu sacro molde como un simio. No eres sino la dadora, la insomne:
aguja que se mete en el colchero, su igual: agujero de dos, uno insacula y el
otro lo penetra. Has tomado de la “mort” en tu vaso predilecto, lo he tomado
contigo como un escape del cuerpo que atosiga. ¿Qué hay más allá sino el cuerpo
insatisfecho… sino la muerte atosigando
en otro espacio? Y la locura desde afuera, esa “alma” que no sabe de nada mas:
escape a la medida. La “mort” desune al que sabe recrearse con el cuerpo, no
hay más allá ni más acá, solo tus piernas: introito de la creación, sublime
como un néctar… azúcar de misterio y de soles contados en un bolsillo de arena.
En tu recado me dices y mientes: los mil años de tu habitación no muestran al
de… Marasmo de absolución de pecados inciertos como la luz de la mañana pasada
en un sentido. El circo es un lance de seis pistas en trabajo discontinuo. Y el
perdón, y el carisma, y la misericordia, y la… Amanecen tres espías como
diciéndole adiós a un ciervo de cuernos alados. Entonces se amanera el regocijo
con el miedo. Ya en esta situación, todo comienzo es un galgo purulento que
rabia sus secretos naturales: al alma, el espíritu, dios, él y los mitos de
cada hora como si fuera Magdalena
dando a luz otra vereda de insalvables juramentos. No hay sino el cuerpo que
enternece, adentra, avizora, se mueve, se enaltece, jura y perjura dos enconos
de cruz a la medida. El cuerpo silente como un ovillo, sabio y hondo como la
luz en la ventana, entregado como los aromas a la hora de piercing. Si te vas
con el alma, es a la muerte a la que esperas, no hay solución para esa gloria
futura como el esquema inscrito desde el pedestal de este clavo en la pared, adentrando, entre imágenes, días solitarios,
días de ensoñación a la deriva, días sin nota, sino el cuerpo danzando en
veintiocho días menguados o gloriosos, a mediodía o en crepúsculo, pero al fin
entregado en posta como la carta que llegaba hace treinta años: dicha y sin
seña. El cuerpo es una carga nupcial, se eleva, se carga, se deduce. Muere y
revive; después del candor, enciende una eternidad de ruidos, dilemas,
canciones para cantar el amor. Se duele en la caída y grita de espasmo en la
hora del escarnio, vacilación de nueve meses al incendiarse en inciertos
arenales. El mar es inhóspito, la tonada lo escancia, el aroma lo distiende,
amar es un grito neuronal a la herencia que camina entre meandros de sabia de
él mismo, como un genoma lo explica, así se explica a sí mismo. En su tardía
explosión de mil colores se agolpa en tres cuellos alzados y a la deriva. Es un
cuerpo pudibundo, execrable, de hábito solemne, de costumbres primerizas, pero
en el momento de la exhalación: de una mirada o de un roce de yema, se mete a
la otra vida, la de estar en le herencia biológica hasta siempre. Entonces, la
muerte así, se parece a un árbol que camina, se enciende al atardecer y suda
cuando el sol levanta sus vapores… No seas muerte, nunca lo eres, pero no lo
descubras… no la descubras a deshoras, cuando la página llama a estertores de
silencio entre cuellos de cisnes alados al amanecer, sin una guía, mas que el
amanecer con su ignoto juramento de sol, de imanes, de direcciones inscritas en
el dogma del horario… él mismo se volvió
dolor, él mismo esquema del tiempo hechizo y vuelto sangre sideral escurriendo
entre lentas agonías de dios, entre venas, cardos sin destino, almanaques
endiosados en el clavo en la pared, colgado en un sentido… Y la sonrisa así,
vuelve a sonreír para dentro, se carga de exhalación, se voltea, no encuentra
apremio, sino en la virtud de amar al viajero que camina entre carnes, al
extranjero que llegará, al que expande su ola en ciertos días de abdomen
primerizo…
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