Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

viernes, 3 de agosto de 2012

Dos de noviembre


“El Balsón” es el río de la tierra. Por sus aguas corren los jacintos. En su orilla están las garzas blancas y serenas. Baja del cerro trotando, a veces corre desbocado, aquí es apaciguado y solemne. No se embravece, sigue caminando a como la tierra se lo dicta. Esas flores moradas de jacinto como enarbolando sus aromas en un color que sufre, están ahí para mirarse en los ojos de los vaqueros. Los peces saltan solos a la tierra y se van con el primero. La hamaca cuelga de la nube estacionada. Allá los nardos se aprestan al saludo de las jóvenes. Es bueno volver a la tierra de uno, es bueno porque después de recorrer el mundo, lo mejor es acostarse, jalar una mazorca, comerla del mismo árbol, mirar a las muchachas en su mismo acento del paso que la lleva. Las mojarras vuelven a saltar del arroyo hasta el sartén, dos cabezas de ajo molido en molcajete, limón y chile o como se dice allá: pimiento, entre más pequeño mas oloroso y picante, ahí, en la panza de la mojarra, después la braza y la manteca de tepezcuintle.
Ahora es medio día, el otoño es sereno a esta hora, la fresca se levanta del jacintal, llega hasta mi piel de manera sosegada. Mi caballo está en repasto, también acompañado, me han dado mil pesos por lo del burraje, hay compromiso por el primer potrillo, las yeguas son para la cría, si acaso alguna sale buena, para el cuarto de milla, según.
He regresado del viaje. De aquí de donde estoy miro a las vacas, pastan en el sol y se van a la sombra del árbol a rumiar, se levantan cansadas y se asoman al espejo a tomar agua. El bebedero está a la vista, los ancianos se van al lado de las vacas y sacan la red tendida a lo ancho de este tramo… es como laguna, sacan y sacan mojarras, se quedaron atrapadas. Nadie les dice nada, así es todos los días, es sólo ir a sacar de lo hondo la red, lo demás viene solo. Esta agua va a parar hasta el otro río ––más grande––,  ahí se vierte. A la vera del arroyo hay pasto gigante que es de las vacas.
Es primero de noviembre, ya se sabe, los tamales, el atole, el puerco ya fue  matado, así, simple. Las mujeres se afanan a preparar lo de hoy, hasta mañana la fiesta de ellos. Aquí no son espantos;  son ellos los que vienen, se les siente, la temperatura baja a… grados, lo frío de la angustia se mete a la cabeza, la piel ya es de arena; el rezandero está en apaciguo por aquello de ser, él primero, los invoque. Llegarán a las doce de la noche, compartirán lo del puerco, lo de los tamales, lo del aguardiente de uñas de gato, se les hará venir de donde estén, para eso se reza y se reza toda la noche de hoy; mañana en las primeras del día y una vez entre la noche a convivir con ellos, sobre todo las mujeres, el eterno gozo de quien se fue antes, pero cada dos de noviembre viene a esto. Vendrán, todos lo saben, vendrán a estar esta noche aquí al lado.
Si me pidieran les dijera cómo es, sólo podría decirles que es lo contrario del Lunes del Cerro, aquella fiesta es para beber y comer, ésta lo mismo, sólo que en compañía de ellos. Se saben extraños,  ya se sabe:  lo son, pero tal no impide, estén comiendo y conviviendo con nosotros siquiera por esta noche. Lo de hoy será una y los dos: con la vida que vive, con la vida que se deja llevar y con la muerte; ya no es el llanto de los nueve días, tampoco sean insepultos, no, aquí ellos son comunes, se les presagia vengan porque del amor queda el recuerdo y con el amor se les invita;  no es reflejo de espantos, no, es la eterna esperanza de regresar a ver. ¿Quién no quiere volver a ver a un hijo que se murió hace veinte años? ¿Qué mujer no quiere volver a acostarse con su amado? ¿Quién de su amada no requiere los besos de labios cálidos o fríos pero presentes? ¿Quién ido al más allá, no quiere volver? Pues esto es: hoy se vuelven a reunir, muerte de por medio.
¡Ah!, las mujeres, tan así de ellas, son las únicas conocidas del amor y de esas otras cosas. ¡Ah!, las mujeres,  son reposo y son compasión y son lo demás. Sólo ellas permanecen con el recuerdo y la memoria puesta para el ser amado… venga al influjo de las celebraciones. Los vaqueros nos embriagamos de licor de uña de gato, los vivos se la pasan bebiendo y bebiendo, los míos vaqueros son eso, la llevan hasta adentro, y con eso basta y sobra, para qué más si se la lleva encima y pesa. Ellas no, ellas son la vida, ellas no se aprestan a ser como si la “otra” no cupiera en su pecho, pero no así como parranda, son como fueron de aquellos días; el vaquero de estas llanuras sí le teme. No a verla, no, le teme porque duerme con ella al lado y acaso en un descuido  lo abrace y se lo lleve. Las mujeres son distintas, le temen porque acaso sea de aparecidos a veces el descuido, pero lo de vaqueros… se estremecen al tocarla no, no es para ellos espanto, y ellas por su capacidad tan grande de amar con eso la libran.
Cuando mañana sea tarde a las seis, de ahí para adelante se oirán los rezos y se escuchará como si fueran voces del aire, así igual que allá en Marruecos, en la gran plaza, así será, así como se oyen los cuentos de los beduinos que se arrecian a decir de la noche y sus insomnios, del horizonte y lo lejos de las aguas, que se ven en esos espejos de la arena, retratando las ansias por llegar, como espejismo, será como eso mismo, cosa tan grande… ha habido quien se vaya por esos caminos inescrutables y luego por accidente la encuentre en mitad de las arenas con el sol de mediodía en el zenit clavado en mitad del pecho.
A lo lejos se oye a un vaquero con su flauta, será alguna alma que en vida fue negro, ahora se aproxima... suena como la nostalgia, en este ambiente que es de recogerse para esperar al rato, lleguen los que se fueron desde antes y aquí regocijados no se mueran de tanto esplendor de verla a ella se animada a traer de nuevo lo que la noche se llevó. Igual, ahora la noche los traerá y serán sólo por este día acompaña de los vivos; con  dolores los esperan, por eso es todo solemne como lo dijo aquel vaquero de China: “aquí solemne sólo la muerte”. Y es Dios el que apacigua tanta cosa por dentro por lo de soledades y el pensamiento con ancla para no dejarse llevar por eso… espanta y atrae.
Las flores de zempazúchitl, amarillas y olorosas como incienso, las velas a la mitad del cuadro, en las bancas las mujeres se arrestan a salir de esta romanza como si fueran también ellas mismas. El vaquero embravecido de tanto alcohol en la barriga ya no distingue, eso es también parte de lo que se verá, acaso ellos en esa semi oscuridad, presentida cerca, se los lleven a rogar, ellas porque aquél vuelva, ellos porque no los acoja en sus pechos y a partir los llame y se adelante, y la llama en la oscuridad late de prisa y la vela carcome apenas un rastro de soledad por lo negro de la noche se acompaña en esa plenitud a consumirse ella misma con su llama… arde y arde lentamente, se va secando y sólo queda la huella en el piso de una alma extinguida (así lo dicen), pero una mano piadosa pondrá otra en su lugar y así, el fuego de los tiempos sigue siendo como la presencia de Dios, pero eso no debe decirse, sólo aquí entre nos para que el misterio de Él siga en continuo… eso no se toca porque no fuera mano de niño sin ser valiente ni fuerte nos amaina del sentir… ella va aquí en el recoveco de la espalda.
Ya van a llegar, se oye de ellos y los demás se ríen; yo, como vaquero, no entiendo y eso que crecí aquí entre espasmos de incienso de copal y de bulla de olanes y de velas  quemándose  y ardiendo… otra y otra y las manos se mueven, y las cabezas están cubiertas por aquello de ser como en otros tiempos, y si de espantos se tratara aquí se está en lo del ensalmo, no fuera provocación sino al contrario, porque los espantos son de allá de los infiernos, pero ese Dios lo puede todo y más por intermedio de los que están autorizados a llamarlo a estar presente y arrodillados y todo sea así como si nada, se están ellos preguntando de allá de esta premura, no de morir, no, sino de estar presto a salvarse de otra oquedad del tiempo,  en esos huecos por sombríos se está con ella ––la misma–– junto.
Se parece a lo del tiempo. Y es como soldado de punto y cuando llega a llevarse a algún vaquero todos permanecen como cabo de turno a presenciar lo de otros; se están como atontados por su presencia y por eso es… las mujeres como si fueran madres de todos los otros vaqueros se aprestan a llevar la carga a cuestas los nueve días faltantes por seguir en esto: la ciudad de todos. Y no es aviso lo que falta, no, es por lo de aquél solemne rezo de los Tuareg a la hora del té en medio de la arena, no es miedo, sino el amor por lo lejano y ellos también quedan apresados por espíritus de no se sabe dónde. Por eso es… aquí se parece a lo de allá, no es la nostalgia como aquéllos de la pradera insatisfecha por la arena de allá, se afigura a la llanura de aquí, igual, sólo que allá, ellos, los de la arena ––parece–– lo saben todo, aquí se ignora lo de ella, ella  se sabe si llega, eso ni dudarlo, pero lo del más allá, es preferible de parecer como del cielo azul, es mejor dejarse ir en aquella oquedad azul-agua.
Aquí Dios es femenino, sólo ellas lo sienten cerca para platicar lo de entre ellas, sólo las mujeres se arriesgan a decir sus secretos a "él" y aquí entre ellas,  el misterio es su punto de encuentro y por eso los curas de este lugar son como neutros, no se sabe, sólo alguno,  de tanta desesperación del cuerpo recorriendo cada milímetro de su piel y reniega de sus voces y de su idioma y se encarcelan y se acuestan, primero, con Onán, después, con cualquiera se les atraviese, sea hombre o mujer. Los hombres no son de guardar secretos entre ellos, sólo las mujeres saben y luego comulgan con las demás, pero es tanta su compasión que no haya invitación a hombre, no sea que éste, ante tanta especulación y espejo enfrente y de tanta felicidad regalada, no sea  salga con una desesperación como suicidio y palabras demás, por ser ésas prohibido pronunciarlas, pecado que se arrostra… eso ellas lo cuidan puntualmente sin que haya alguna en violencia de esta regla y que siga siendo mujer como éstas.
Ahora  están en eso tan tremendo; el hombre no lo aguanta, se diría que son como cómplices del Altísimo para llevar algo de amor a los que se fueron, con la esperanza de que el mismo Dios se conduela de ellas… no se ha visto tanto dolor en una madre o esposa, el cielo no las ayude, no, eso no se ha visto nunca. Y  dicen: una mujer puede estar sola con Él hasta la eternidad y no hay convite y sabiendo que él es hombre, no lo hay como de los hombres, una vez perdidos de la razón por la ausencia de amor, se avientan a cualquiera y con decirles: nadie de esta tierra se salva de esos deseos, por eso ellas son de esta manera las que ven nacer y morir y cuando ellas mueren todo es silencio, los vaqueros tratándose de la muerte ríen y ríen por toda la noche y el vaquero muerto así lo dijo: “no quiero llantos ni lamentaciones, que sea fiesta, que sea baile”. Pero con mujeres muertas no, eso sí que no, porque ellas son, además del deseo, esto avistado de llevar al bien querido hasta los mismos infiernos y de ahí sacarlos a que vengan otra vez a comulgar a estos caminos de la tierra y a endemoniarse otra vez con eso del licor con uñas de gato. Y se sabe,  ha habido en esta tierra, vaqueros que por un mal entendido se embravecen con su mujer y que de tanta furia la matan y luego ellos mismos se matan, porque ha de ser, un vaquero no le falte ni por ésta. Aquí suicidas sólo ellos y no fuera una de ellas se aventura a ser como demonio, y entonces sí, comulgan con ella, se acuestan y jamás se vuelven a levantar, eso sí se ha visto.
Ahora es en continuo lo de la fiesta y los rezos y parece ya llegaron, lo mismo da; no se sabe qué es y uno asiste con el demonio de la angustia sin saber cuál es la tierra que se pisa o si es de reír o de llorar o de gritar, si de fiesta  fuera, pero no se sabe, sólo ellas lo saben, los vaqueros sólo de acompaña para después no se diga de ellos cobardes.
Se acerca la hora, ya es la hora en que los vaqueros también se preparan a darse a los tragos más seguidos; por pensar en eso se les entume el cuerpo y el alma no se anima a seguir en esas cosas. Así será. Mientras, aquí del dulce calor de esta tarde, parece amanecida, los cedros se dan así a sus mecidas entre el calor del potrero y abanada de aire entumecido. Yo sigo aquí. Los veo a todos. Mi perfil no les da para el encanto;  un vaquero caminado por todo el mundo es para ellos como vil extranjero con un pie en la tumba y el otro en la senda de la botella,  no es de otra cosa; lo del mundo: ahí te quedas y para qué te quiero, si una mujer, lo único que vale la pena, te deja, es por ello lo del infierno a cuestas hasta siempre.
Ya son las seis, empiezan a llegar, la gente se arremolina y hasta cierran los ojos… no es preciso estar solo por aquello de enfrascarse uno con ellos. Y el de Joaquín se acerca, su mujer ya lo oye. Desde anoche lo soñó a su lado, el pecado se hizo, ahora es volver a estar juntos a el calorcito de la noche sea menos por el frío avecindado y se siente malo por aquello de ella presente y  todo lo enfría, pero ella no lo piensa así… cuando estaba, sus manos eran tibias, y no de la cama, no, sino de estar en la tarde como ésta en una hamaca santiguando lo de la noche pasada porque para ellas todo es así. Y ella colgada ahora de los postes de la luna. Pero lo peor mañana,  haga falta comida ¿Y quién se la comió? Fueron ellos, una vez borrachos los vaqueros y las mujeres con los ojos cerrados de tanto rezo recargado en las entrañas, no se dieron cuenta de que arribaban a compartir, sólo por hoy, la cena servida.
Ya veo a uno a mi lado o será la uña de gato resbalando por mi garganta y no hace sino cosquillas porque ya está encajado haciendo lo suyo… para eso es.
El rezo sigue, es como si a las doce fuera la hora preferida y algunos dicen tienen miedo de estar con ellos a esa hora de la noche. A mí me da igual, que si uno ya está así que pasar demás de esta vida a la otra con pasaporte falso no fuera la de malas y se entrometa uno con los mismos que hay diferencia entre los de hoy del dos de noviembre y los otros de los otros días, y no hay por qué confundir a unos con los mismos, porque el juego, que al fin todo es juego, no es así.
Ayer a esta hora cuando estaba yo aquí enfrente con mi hamaca colgada de la nube, era otra cosa, así de meditar, ahora ya no sé, ahora no sé si estoy o seré también uno de ellos, llegado hasta esta casa a ver lo de cenar a medianoche entre todos. Y los hombres ya se volvieron todos iguales; la uña de gato da para más; ríen pero su risa no es de alegría, es como reír a fuerzas de sacar a los demonios que lleva uno por dentro, no sé, la verdad no lo sé. “hay muertos que no hacen ruido y es muy grande su penar”. La recuerdo, ella lo decía: el dos de noviembre hay que acostarse temprano no sea te confundan con uno de ellos y luego todos huirán de ti, amén.    

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