Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

lunes, 23 de julio de 2012

Pol-Hua



En el centro de China está la provincia de Huan-Sí. Los vaqueros se confunden entre el arrozal en medio de las aguas que parecen dar lo que el líquido evapora: sopor de agua y sudor en la frente como perlas. No, es arroz que irá a servir de comida, bebida y todo lo que falte. Eso es el sudor de él. Los vaqueros se encomiendan a sus pasos, sus manos arrancan de la humedad los ramos vegetales cargados de semilla, para ir a ponerlos al sol hasta que el calor los reviente y poder así recogerlos uno a uno como granos. El vaquero se asoma a la mies simplemente como el cuidador que se recarga en la escalera para ver pasar al ruido que lo lleva. Las mangas recogidas, el pantalón a la rodilla y ver que el agua no les llegue. Como si de orgullo fuera, se avecinan, no se tocan, no dicen, sólo arrancan y arrancan la semilla de la tierra. Por ahí, en una jarra ––que se cultiva en árbol–– como la que usan los  vaqueros de mi tierra, hay un líquido blanco fermentado de arroz que sirve a la sed y a dejar a un lado los ardores del sol por la piel que lo repele.
Esto es de año con año, la época de la pizca del arroz en que todos los vaqueros se van y vuelven, una vez alistado el sopor que los descanse, una vez acabada la nostalgia de todo lo alisado del sol que les cuece la piel y revienta sus poros en sudor por toda la planicie de la espalda.
Cuando la luz  alargue sus sombras habrán cortado y embalsado la mayoría de la semilla. La plantación de esta hierba se lleva a cabo en este solaz, por lo del agua hasta la mitad de la pierna. Es la humedad lo que la hace germinar. Y el miedo sea por el susto de la cobra que no la lleve entre las manos en medio del surco. Allá, una mujer, también arranca la semilla, esta vez, con manos apretadas y el colmo de su ansia como si fueran los hijos que se precisan del silencio. Pol-Hua es el vaquero de esta vez que se acomoda en la bestia del agua hasta los pies-sanguijuelas manchados por la sangre que chupan sin que halla huella.
Llegué a esta comarca apenas ayer. En la casa, los vaqueros alistaban sus caballos para la carga después del mediodía. Desde mi llegada, no hubo en ellos ninguna voz de infamia por pasar lo desmedido del sol a esa hora de la tarde, no que se apaga sino que arde, que sigue ardiendo hasta bien entrada la noche. Por todo el húmedo arrozal hay peligros en los cantos, una sanguijuela aquí, la serpiente real allá, y no es miedo lo que Pol-Hua se dice a sí mismo, ¿miedo? Sólo a la sanguijuela, es más peligrosa que la serpiente real, quien lo dijera. La culebra es tímida, se está en los arrozales pasadas la seis en la mañana, después de esa hora, el calor del sol la levanta, desentume su rosca y se desliza por entre el materío de la semilla, y así, tímida como es, se alarga sin ruido que amenace y se va, el líquido de sus colmillos no se ocupa de eso, sólo si hay peligro... y lo sabe, no es para salvarse, nada más por si acaso, un instante de ilusión del campesino que se le hincha la picadura, y en eso ella se irá, que en ese instante lo aprovecha para colarse por entre el agua y las plantas hasta la mitad que no la vean, sólo por eso, no hay otro afán, ellos lo saben, pero la furia del calcañal entumecido de tanto dolor, tanto veneno y tanto coraje, hace aflorar el odio de esas cosas, y ahí sí que no. Entonces, guadaña de un tajo la repele, sin que haya grito como si de carnero se tratara, así la serpiente acaba. Así es. Luego, después de la revancha, se irán los campesinos del arroz a ver el sol al otro día, que sin sol no puede ser que se hagan los favores porque del fruto levantado, la cosecha se abalanza a ser pasto de todo… que sirve para todo, también a lo demás. Cuando llegué, el guardián del gobierno vino a ver qué pasaba, “nada”, dijo Pol-Hua. Salió desde la casa aposento, se habló de todo al comisario y ante la nada que decía tuvo que sacar un pomo de aguardiente de arroz, que así no pasa ninguna despedida, todo es aliento de marcar las cosas como si de amigos fuera.
Una sonrisa con manos apretadas y se dijeron adiós, luego la Gran Marcha hacia el centro de la tierra, que la China es tan grande como el mundo, y ellos, todos iguales; como pareciera insulto, me guardé esa referencia, no fuera la de malas y el gobierno se viniera. Aquí los vaqueros son de algún caballo que se adhiera como amigo, no como en la cordillera, aquí no. Aquí no es de ésos. Un caballo se arrienda,  si sirve a más de uno y en comunidad la solemnidad no asiste, ni siquiera lo del caballo. Se le da de beber a como igual, como de lo mismo; se levanta del suelo lo caído y sin más come y come, hasta que el dueño se lo impida, no hay de otra, es sólo así. Porque el agua es redonda, dondequiera que hay agua la redondez habita y si no la carne. Así es, del preludio de voces del arrozal se desprenden tonos de voz que irritan, y consagran al que los ve víscera y cantos que son como los pies de ellos. Y de la hoz no hay que clamar, se hunde hasta el cartílago que sea subversivo, qué se le hace; cuando pasen mil años, los mil quinientos van a estar aquí. De la hoz, sólo eso, corte profundo, de la mata de arroz se cuelgan sabores de margarita y al son del trueno la melodía avanza y timbra. De la pizca, la gente se entera de lo que no, como están agachados recogiendo las ramas con semilla, tienen tiempo de hablar de esto de lo otro y cual más de aquello que los incita a ser libres de tiempo en tiempo. Lo hacen con fatalidad. El agua les llega hasta la mitad de las piernas. Es lo más parecido a las labores de los pescadores de mi tierra. Aquí, no hay cerveza, digo, a esta hora, lo que hay es un líquido blanco, producto del arroz que quizá produzca el mismo efecto de la cerveza... a la sed, sólo por eso; estos vaqueros también caminan entre el agua con lentitud cansada. Contrastando con el tono de sus voces. Los de mi tierra, reflejan la fatalidad en el tono de su lengua, éstos en sus movimientos lentos y firmes, como la muerte que ronda sus espíritus. Así presagian el sentimiento de los sin destino, de los que sólo tienen al agua como guía y como cómplice. Después, cuando el sol se incline, vendrá la cerveza de arroz. La distinción es porque los de mi tierra asumen al licor como pausa a sus quehaceres, mientras les duelen sus ansias y la fatalidad de sus querencias. Aquí, ellos son, primero a la pizca lo del agua, después la cerveza para aguantar el sol, aturdirse del silencio de sus tierras. Allá también, allá es inclusive que aturda la soledad, todo es a solas, éstos no son solos.
Una como nostalgia me arrecia los sentidos, una como tristeza me vuela por la cabeza. Me veo en ellos, son mi espejo; como los sin destino, y sus movimientos parecidos a aquéllos, a los míos, y pronto, como si fuera borrachera, volverán a reír al influjo de lo agrio de la leche de arroz, que por ser algo fermentada, también deja pasar desapercibido lo negro de la carne, lo negro del destino, lo que no se aguanta solo. Y se me viene a la mente que soy como uno de ellos. Ya estoy con ellos. Ríen y ríen. Las carcajadas son por lo del licor. A empezado a entumecer lo negro de la noche y la amargura, a comenzado por ser pronto que pase la noche sin una mueca de rictus la garganta, y así se van quedando, la lengua se vuelve lenta y traspiés, ya las palabras son de trapo, y el bufón vestido de felpa lleva entre sus risas confundidas las palabras. Yo observo. Desde hace rato han dejado de mirarme. Ya no soy como cuando llegué, quizá destino, quizá esperanza; no, ahora ya no soy eso, no soy nada de eso ahora, soy como uno de ellos, ya somos comunes, y si hubo prisa, esa ya no se levanta, estoy confiado y confiando en que la noche será corta después de lo bebido, como siempre fue, sólo que en la mañana, cuando me recoja de mi aposento, veré en ellos otra cara de soledad entumecida y encerrada, los barrotes de su prisión serán el báculo de mis recuerdos de allá, de mis angustias, dolores, de mis gritos de borracho con una bestial cruda que sólo se cura con otra más en la mañana… que sean las siete.
Pol-Hua, como si yo fuera el invitado, me presta aliento. Con suprema bondad, como nunca la vi ni siquiera en mi tierra, se esfuerza a darme una palmada en la espalda, otra y la risa, sí... es otra cosa, pienso que tiene que ser así; una risa que espante todo, que después de ella no quede nada. Pienso en los míos, corrijo, si de risa se tratara no habría desolación en aquellos campos de vapor de agua y humedad de tanta que no deja secar el calor que impele de lo descuidado de la calma y el sopor que se ventila. Allá es la cerveza, aspiro con el pensamiento aquí en plena cara. Lo veo y lo analizo, es la misma hora de la cerveza, la hora que media entre las tres y las seis, cuando la desesperación deja salir todo, a uno mismo, como si el telón lo quitara la cerveza para dejar ser a ése que se lleva adentro. Así estoy, ellos sólo ríen. Dicen cosas buenas que no comprendo, sólo algunas, pero qué le hace, habiendo risa lo demás sale sobrando, lo demás no cuenta. Pol-Hua me hace una seña, lo entiendo, dice que yo hable más, me anima. Con Español perfecto le digo que estoy pensando, y él en trostimoche al hablar me dice que tengo cara de tristeza. No, le digo, es sólo que pienso en los de allá. Lo demás me lo guardo. No puedo decirle avergonzado lo de la soga amasijada en el cuello la garganta explotando una mentira por allá, y los míos riéndose de él, del que pende de una viga y la soga fría atravesada en la garganta como una muerte sed de la cerveza que la arrostra y atosiga y embeleza... fría como la piel, una vez a cuestas las entrañas del vaquero que ya la lleva, ya está en su cara atravesada la garganta; muerte fría como el sudor de la botella que escurre y no cuesta nada...

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