Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

viernes, 13 de julio de 2012

El vaquero de medianoche


A Maribel

Chale vaqueros. Estábamos a la orilla del río, más bien en el barranco. Había yo llegado por todo el camino real chacualeando el lodazal. El caballo lo hizo con gusto. Su paso acompasado rechinaba con la oscuridad de la noche. Iba solo. La rienda suelta. Todavía respiraba el olor a lodo y a monte escurriéndole el agua del rocío de la noche. Ya estaban todos los Vaqueros. Sus caballos arrendados en el poste de la casa. Sentí la caricia en mi nariz de la caña cocida. Y desperté del viaje de la noche. En el patio el alambique estaba en su punto, ya destilaba del zumo de la caña. El olor que despedía era dulce y penetrante. Los Vaqueros se acercaban a llenar sus vasos del transparente y tibio  liquido. Era una fiesta en que se tomaba y se comía, por eso, al otro lado estaba la matanza del puerco, con su fritanga al lado. La luna también estaba ahí. Del interior se desprendía el sofocante humo de velas, de las que rodeaban al muerto. Las mujeres rezaban: "Dios te salve, María erres llena de gracia, bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre..."
Los familiares del muerto lloraban. Su congojo lo sufrían solos, y más las mujeres. De entre ellas me llamó la atención una moza de quince años. Entre rato y rato se acercaba hasta el ataúd y lo besaba sollozando. Muy bella... y más su imagen sollozante, sola como el cuerpo que reposaba. Me acerqué  y me senté a su lado. Pensé en el río avanzando lentamente. Como un remanso. Todo el río era un remanso. Los gallos cantaban y por el medio del río se deslizaba un grupo de cayucos cargados de plátanos, maíz, madera y los ojos de los remeros que iban al mercado de la ciudad. Ella no me sintió cuando me senté a su lado. La tomé de su frágil brazo, y lentamente volteó con su cara fina y triste para mirarme. Yo estaba un poco mareado. Me clavó sus ojos grandes de miel, que apenas resistí de tanta tristeza. Es mi papá, dijo sollozando. Saqué mi pañuelo y delicadamente la sequé, con el temor de que al rozarla con la tela, su cara se borrara. Ella no dijo nada, se dejó enjugar las abundantes lágrimas que corrían por sus mejillas. Me dijo muchas cosas que prefiero no decir. Quizá del inmenso dolor que  sentía. Mi alma se apretujó como aturdida. Se recostó en mi hombro y sentí el dolor de la muerte encajarse en mi pecho. La garganta se me agarrotó a punto de que mis palabras no lograron salir.
Afuera los Vaqueros reían y cantaban. De pronto sentí a  los humos entremezclados. De pronto me pareció que todo estaba inundado de humo. A mi cerebro llegaba una sensación de olores que se rezumaban de todas partes. Los Vaqueros reían. El alambique seguía fluyendo y se oía el tronido de vasos que chocaban, el rezo estaba en continuo. "Dios te salve María...". Se oía el crepitar de las llamas que alimentaban la paila de la fritanga...y las velas, tibias y fijas dejaban ir ese olor de muerto que se siente desde lejos y nos trae a memoria la presencia de la muerte. La joven seguía recostada en mi hombro. Había dejado de sollozar. Entre ratos suspiraba. Miré hacia afuera por la ventana. En lo alto los luceros alumbraban. Los gallos entercados se tragaban a la noche de tanto cantar. En el remanso del río, los cayucos se hicieron mas abundantes. Imaginé que también iban a un entierro. La muchacha se quedó quietecita por unos momentos. No sé si pensé o se lo dije: "Mira niña, la muerte es eterna como la misma vida. Hoy tú estas muerta, la muerte invade tu alma, pero mañana, cuando despiertes del cansancio volverás a vivir. La eternidad es larga como la noche. Como la vida. La muerte sólo nos dice que estamos en presencia del ir y venir de los días que todo lo curan, que todo lo remedian, que todo lo cubren. El polvo de los tiempos va cayendo y dejando enterrados a los filos del dolor que hoy lastiman, así como lastiman los filos de los días. Mañana tendrás buenos recuerdos, incluso de esta noche; mañana, cuando la noche caiga, sentirás alegría por permitirte recordar el llanto de esta noche, y acaso vuelvas a llorar, pero te aseguro que será de alegría. Tu dolor se habrá vuelto alegría; así son los días. Confía y verás que nadie te deja. ¿Ves esos hombres reír ante la muerte? Así reirás tú mañana cuando despiertes del cansancio de tu alma".
Se levantó y fue hacia la caja donde estaban los huesos de su padre. Yo me fui hacia afuera. Los cayucos pasaban y pasaban, iban repletos de frutas de las rancherías, no sé por qué pensé: "También ellos van a morir allá abajo...y retornarán vacíos". El alambique seguía rezumando.

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