Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

jueves, 26 de julio de 2012

Lunes del cerro.



Ah, cuanto aliento contenido y de prisa por salir. Ya son las once. Después del medio día iré hasta allá. El camino es corto, cuando llegue les diré: “Aquí está la música de las mujeres como el árbol baobab de allá de África". Son monumentales. Igual a la música que suena de la Orquesta, es una música que invita a mover el cuerpo pero de una manera sólida y tenue. Parecido al movimiento de una palmera con la brisa apenas tímida. Todas llevan el regalo, todo es de regalo. También el niño desnudo de dinero que asiste como vendedor de empanadas está ahí, otro lleva una batea llena de ojos para que miren, los vende, para que los de afuera, los que no son de este lugar, vean; en la vendimia ofrece a los visitantes ojos para ver el espectáculo. Sólo esos ojos pueden ver esto, se requiere de los mismos ojos de ellos y a fundirse con el erial, la tierra partida y los cantos alegres y sonámbulos y regalos y meneos de tonadas que se curvan desde las piernas hasta rematar en la cabeza, como se curvan los pinos cuando los estremece la brisa del mar en calma a las cuatro de la tarde. Aquí son ellas las del baile. El mezcal hace lo suyo... es aparte. La primera copa, un trago de espinas que se va rodando por toda la garganta. Abajo, una vez entonadas todas las canciones, ellas se agarran de las manos y empiezan a bailar. Los hombres de sombrero se alistan, cada uno con su cartón encuadrilado, la música que también sueña se parece a ellas, son ellas las del canto amanecido, así como cansado, el mismo baile lleva los pies, y el meneo, ni un segundo se alebresta para bailar de otra manera. Ellos permanecen lejos con la timidez que da el aguardiente cuando quema. Es un sopor de rosas y caídas, los cachetes lucen sombras y rubí de tornasol arrebolado que invitan a salir, “mejillas de manzana”, dice un extranjero. Las mejillas de ellos ceniza, las de ellas así como dije. Lo demás se cuenta solo. Es nada más dejarse llevar, ya sea por lo del mezcal o que una bota de las que están por ahí abandonadas hagan lo suyo, hasta arriba del cuello y dejar de latir como resuello, por la cuenta no hay tos, pero duele que ellas tan bellas y con la música retumbando como bramido de lagarto se les vaya de la cintura para arriba y para abajo;  es pecado  tanta belleza, lo usual sería una cumbia de garganta sin que hubiera esta música arrobando los sentidos. Duele y  anima. Porque de ojos y cuerpos y oído se hace lo demás, no es por lo del cuento, se precisa que un hombre se alce ante tanta furia de muchacha cuidada por su madre por si alguien se levanta para alzarle la falda en medio de tanto baile calmo… y vea que no nada abajo… nada de ropa.
Allá a lo lejos están las casas desvencijadas. El hombre se afana en cuidarla por lo del parto que  avecina. Unos ojos de niño caen hasta el suelo y levantan una moneda de a centavo, con eso alcanza para un dulce y la pequeña fiesta. Y no hay vergüenza, lo de uno es abastecerse, y lo diga y cuente y baile. Pero no se puede pasar por alto lo de estos vaqueros, también míos como la noche de anoche que se hizo larga por el rasgueo de tanta guitarra que no sólo sonaba, sino que también a llanto por lo del paisaje se metía. Es piedra sobre piedra, tanta la pobreza, que me admiro que yo esté aquí este lunes ventilando mi desgracia por la música y mujeres que veo y oigo desde cerca. No puedo pasarlo por alto. Entonces una como mezcla de ternura con deseo se me arroba en los sentidos. El movimiento como el de palmera que les dije, me hace verlas con lo de la milpa tornamil del maíz cuidando tanto elote tierno con el verdor apenas que se asoma y tres pelos a lo más para guardarlos. Quisiera dormir con una de ellas, así con ese baile tan encanto y tan de mañana, aunque ya es el medio día. Sí, parece que las veo en mi aposento mirándome así como ahora miran, sin alebresto por lo que bailan, la música invita a ese arrobamiento, no sería como allá en París, no, sería como la mujer que tuve, que cuando me decía: “estoy preñada”, una ternura se me iba de las ganas y me entraban otras que me robaban sus ojos tan tiernos y risueños, como la risa-madrugada a esa hora en que todo es amable. Yo pensaba en los del niño que vendría luego. Ella me lo pedía y yo para eso estaba. Quien haya tenido una mujer preñada entre los brazos puede decirlo mejor que yo; una vez de tanto sueño melodioso uno se levanta y ella tan así, se acurruca con sus manos tan suaves y pequeñas  invitando a llorar... y lo hace uno…  unas lágrimas de vaquero es lo único que vale ante tanta cosa que se duele y que se canta. Eso sólo comparado con la tristeza alegre de cuando se llora la despedida con un mezcal quemando en la garganta y la guitarra cantando la misma canción que nos hizo cómplices por una noche.
Así es esto. La música sigue y el oleaje de sus cuerpos también sigue, y la música se mete a todos los resquicios de la calle y el lamento ya es de agua, como agua de remanso del río de aquí cerca, y eso es un decir, es del río que pasa por allá, que no fuera el Rubicón, apenas un chisguete y para qué tanto alboroto. No, aquí es el mismo río de allá, pero el cuerpo meneado por la sangre.
Al rato una iguana, se apronte a beberla como demonio. Drácula será el que oficie la sangre vuelta aplomo en un guiso con olor a cilantro y lo demás  no se diga.   
Estoy aquí presente y no puedo evitar incluso ser ausente en otros lados de este mismo ambiente. Quien fuera espejo para retratarse maniatado como discurso que se sale por los poros. Ellos, éstos tan de manos agarradas con  el destino como lastre y grilletes de sapo en la garganta. Ellos los sin esperanza agarrados con ellas de las manos. La entraña de esta tierra muriéndose. La culpa se me clava en el cerebro como un puñal de fuego. Como el mezcal que tomo a sorbos. Es misterioso que por aquí se llegue al pueblo, porque solos son nada más que eso. Nada más. Aquí la protesta no se dice, para eso está la canción "La Llorona”. Después Toledo que lo diga si acaso se atreve a ser espejo de lo que sea como canto para él, tanta amargura que ellos no lo sienten porque este lunes es de ellos. Pero yo que he corrido por un mes toda esta tierra no me puedo morder la lengua. No podría... ni Toledo abrazar tanta angustia que no se dice, tantos ojos de mujer y niño descalzo de un cuenco como mugre... no podría, ni él. ¿Qué pudor tan grande podría asomarse a esa luz salida de la entraña? ¿Cuánto dolor se requiere para que el pincel empuñe la pólvora y reviente como pus embravecida? Nadie, es sólo el mezcal de grito sordo. El tambor sólo da sonidos guturales. Seguro que si Toledo los pinta se saldrían del cuadro, y en la noche, cuando nadie los presencie, irían a gozar lo de muchachas y oro, manos, cuello, pulseras y cadenas, todo de oro. El drama que se vive es para cantarlo, y ellos así lo hacen. El color es lo gris del cerro que no da ni lo mínimo del baile; sí, gris, como la cara de ellos. Aquí la fuerza sale de las ansias. Es sólo un lunes de muchachas arreboladas, es sólo que de a tientas se tocan el alma, se la sienten en las manos, el mezcal sirve para poder sostener tanta lágrima embalentonada que si no explota en la garganta como la voz del avizor que de tanto buscar se encuentra con que es él mismo, es por lo calmo de la noche. Así es. Las cuentas se incendian, se veneran y se aguantan. La compasión aquí no vale. Aquí somos todos cómplices por el licor  arrastrando las uñas por todo lo que sobra de garganta y el que no sea, no ose atisbar lo otro que ven ojos atentos, no, lo de turistas eso de ellos, aquí no se viene a turistear, o depende cómo se tome. La calentura de la rabia que sostiene, el mismo licor lo abraza y lo quema y lo escupe. De lo otro no es ni modo, es que sin ser en las manos para incendiar la casa, es mejor que sea la música levante, para estar con el sonido a cuestas. Y la música es como el mismo licor, lo tomas o lo dejas, no se pueden hacer las dos cosas al instante, es sólo una. Si de la música, el licor y el cuerpo de las mujeres que bailan puedes socavar tu encanto, que así sea, de otra forma sería traición lo que preside.
Y aún así, los regalos se valen, ellas regalan su propio regalo como estatua, ellas al son de esa música se dan... y también ellos, pero no se les culpe por ser como extraños a sí mismos; en la mañana sólo ella se atreve a levantarse de la cama y gritar al viento, que no importa si él está con la misma cruda de siempre, no se vea esto, así son ellos, las mujeres presiden todo; así la soga no se espante,  no se convierta en prostituta y  la viga no avance, no, ellas lo cuidan y lo dicen. Hay algo más serio, parirlos con tanto dolor y luego que se vayan, quién puede soportar eso, nadie, sólo ellas; a veces hasta se atreven a decir lo que valen por dos pesos, pero eso es mejor se vayan; tanto dolor está hermanado, que la madre cobija a todos, no le hace que él, el padre se sienta mal de tanta cerveza y de tres días que lleva en la garganta nunca hastiada. Todo se vale con tal de ser la que manda y la que anida.
Ahora en el baile, les cuesta una fortuna para que ellos estén en reposo, borrachos de tanta angustia abastecida por el mezcal que circula de boca en boca del mismo pico de botella. Ayer a esta hora ellas reían cuando adornaban el escenario, lo hacían por verse quietas a preparar lo que es también de ellas, su fiesta, sin nadie el argumento de por qué verse a solas. Porque en el sueño, sólo ellas son, para ellas mismas y las fantasías se sostienen ya borrachas bailando como un cardumen sin semilla, propiciando nuevas canciones al otro lunes del año que viene. Así como de siempre son ellas las que mandan, el hombre se parece a esos zánganos de la colmena, sólo están para que haya hijos, y si de eso no supieran qué hacer, en ese momento se salen con la suya, van y pregonan juramentos y silencios por la calle, para espantos no se juega.
El baile termina, empiezan a dar sus regalos de la carne, como si fuera trampa, arrojan al viento lo que antes eran adornos. La orquesta se da el lujo de seguir, del conjunto de canciones tocadas en preludio, sigue esto que ellas escuchan apaciguadas de la cintura para arriba, porque los pies se menean. Su larga falda se arremolina y parece que a cada paso siguen el ritmo de la tonada, no es así, es porque se les ha enseñado desde chicas ese donaire, ese caminar altivo y  se miren a sí mismas… avancen como un viento amable que sólo hace ondear a la bandera.
La tela de sus vestidos es como las plumas del quetzal, los rojos, los morados, la felpa del bordado, y a la cintura una como curva que les deja ver que abajo de la tela existe otra tela de donde cortar el ánimo y los besos pero abajo de la tela no hay nada, sólo está el himno entre las piernas como resumen de mar en calma. Un remolino vuelto cumbre y curvas de colores. Si de aquí a las cuatro siguen ahí, será la marca de que continuarán toda la noche y acabada, no se sabrá lo hecho entre ellas, los hombres estarán tirados de aquí para allá, sin pulso en las venas y la garganta agrietada y los gusanos recorriéndoles la piel a la espera de que la última cerveza haga lo suyo, que ya se sabe, no se puede dormir, no bien borracho con tanta mujer bailando y puesta, sólo así, amanecidas y con el cansancio que las duerme... sólo así. Los hombres se levantarán y harán una fogata, matarán el pato y así sin que los haya, serán de nuevo, por ese solo día, quien les dé a ellas los caldos de la cruda... 

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