Paraíso.

Paraíso Tabasco, México. Playa, pantanos, comida, diversión, pezca...

miércoles, 18 de julio de 2012

Nima



Mi caballo me lleva por estos parajes del monzón. Paso a paso se encamina hacia las tierras de Nepal, en las cumbres de la Cordillera de los Himalayas. Voy en busca del reino de Yakot. Pequeño reinado hasta el siglo XIV. Perteneció a Nepal políticamente, hoy, por necesidad geográfica, se vale por sí mismo. Ahí el caballo es parte de uno, los vaqueros son uno solo con el animal casi divino. En la ladera del Himalaya se levanta Yakot, parece un erial, no lo es, aquí se vive con la modestia de quien se sabe elegido, que es decir por uno mismo. Ellos en sus rituales y ceremonias dan el tono del ambiente gratamente pegado a la naturaleza... también alejado, por lo de sus rituales y sus creencias. Todo gira en la aldea a nombre de todos, de entre los animales uno sólo es elegido, éste, el caballo.
Una yegua vale quinientas rupias, con el compromiso de que el primer potrillo con el nuevo dueño sea para el antiguo, la obligación es darle al que vende la primera cría, como dirían mis paisanos de aquellos lagos  humeantes. Una vez nacido, al potrillo se le bautiza con manteca de cerdo, el sacerdote la toma con sus dedos y la unta en la frente del animal. Todo el… está presente, lo que se vive diariamente está ahí en ese ritual. El sacerdote con su bufanda blanca la transfiere al caballo con amor que rebosa de sus sueños, el vaquero observa con respeto esta etapa de la iniciación. Se trata de un caballo que camina como si  una limosina fuera, el trote o el paso del caballo es de tal manera que se siente suave, no estorba al jinete en su cintura, es como los que llaman allá en los humedales: un trotipaso. Es de esos caballos que al andar levantan al mismo tiempo las dos patas de cada lado.
Después, el oficiante quema plantas olorosas para que el animal se relaje por lo que vendrá después. El monzón se acerca. Ya se ha levantado la cosecha de trigo zarraceno, los granos triangulares y negros, es ahora lo que queda de aquellas flores de un rosa brillantísimo,  parecidos a  algunas de aquéllas, que dicen de los macuilíes. La ceremonia tiene como fin unir caballo con jinete, aquí no es jinete, es en una palabra que se traduce como amigo, como compañero. Las ramas del trigo, servirán para la comida de los caballos durante el largo y crudo invierno. Después de que el caballo ha sido sahumado, esto dicho en lenguaje Tabasqueño, el que oficia pone al fuego la aguja para atravesar las orejas del noble, también lo hará en las narices y en la frente; tres piquetes en cada lado con la aguja ardiente, aquí la cruz no tiene ningún significado, el signo es la línea. Luego, también Yuma, el nombre asignado al caballo, será inscrito en el libro de los caballos que se llama heptiatria. No debe faltar, antes, el masaje nasal, para que el caballo entre en comunión con el que conduce la ceremonia. A lo lejos los otros vaqueros se solazan en consumir pan y leche de cabra; de momento a momento, mientras absorben el suave aroma que despide la pira de madera de pino, que participa de la ceremonia, ellos ríen con esa risa triste y tímida que suaviza los sentidos. Ya han entrado al templo. Ahora el oficiante se pone en posición de loto. Ahí hay figuras de caballos en los muros. Con su capa de lino reza en un lenguaje desconocido aun para ellos. Su voz grave se parece a esas voces que se oyen en los rezos, con la diferencia de que aquí sólo se oye la del rezador. Una campanilla alada, con sus alerones, que más parece a un rondín de rondalla, suena. Esa misma campanilla será atada al cuello del animal, una vez que se termine de anunciar al compañero y al caballo, para que juntos se vayan por las frías tierras del monzón.
Tiene su razón de ser. La ceremonia es especial, se oficia para el único que ayuda a subir hasta estas laderas en una planicie perdida en este mundo de nubes. También es el que salva si el monzón sorprende lejos de la casa. El caballo aquí no sirve para cargar, no es animal de carga, es sólo para servir de compañero al que le ha sido designado como tal. Y se diría que ambos son iguales, que no hay la diferencia entre uno y el otro, que el animal aquí, cierto, no es Dios, pero se le permite... no, no se le permite, es integrante de la gran familia de los Yakos, es el que anuncia todo, hasta la caída del hielo que viene con el viento monzón. El relincho y la mirada triste es el signo de lo que viene. Así, el caballo participa de todo lo del hombre. El apareamiento de Yuma, una vez que tenga edad para eso, será parte del ceremonial. Se cobraran también quinientas rupias, para que le sirva a la yegua.   
Es un caballo negro con lustres tornasolados. Será completo hasta su muerte, que será como el ritual de iniciación. Aquí es el único lugar en que hay cielo y entierro para estos nobles. Cuando llegue la hora, anunciada por la caída de los molares mayores, su dueño, el que lo ha acompañado toda la vida, irá por el sacerdote de los caballos. Él traerá hasta el lugar elegido por el animal, todos sus bastimentos para la ceremonia que dura varios días, hasta semanas. Una vez que el animal se acueste sobre el pesebre especialmente preparado, se le ayudará a bien morir de la misma manera en que se le inició en la compañía del hombre, sólo que esta vez será para enturbiarlo de sus sentimientos. El humo del sahumerio será para que el animal se relaje, se deje llevar por los caminos del cielo sin resentimientos, sin miedo y sin dolores. Se le encaminará, de igual manera a como se encamina a los hombres en el bien morir. No habrá en ese momento dolor para nadie. El hombre, el compañero habrá cumplido su ciclo con el animal. Aquí se vive lo que son dos vidas de caballo, quizá tres, a según. La vida de un hombre es de tres caballos a lo sumo. Así, cuando ven morir al segundo compañero, saben que pronto ellos le seguirán en el mismo camino. Es poca la diferencia entre el funeral de un hombre y  una bestia noble como ésta. Es poca monta decir que son iguales. Da lo mismo, lo que cuentan son las generaciones, las que se quedaron para ver el final de los días, de lo que se sienten seguros, porque aquí están los que sobrevivirán a lo que venga, hasta que todos hayan partido de esta tierra de viento frío y de cumbres Himalayas. Para Nima ese día está lejano, hoy se acerca a las colinas montado en su compañero. Pronto habrá una yegua para él, la que le tiene seguro que su generación avance y se quede con su espíritu para siempre por estas tierras del viento frío y seco. No son estos lugares para caballos como potros o rejones. Las cumbres se precisan de fuerza y de contento, de ser como el mismo monzón que avanza y se presenta sin anunciarse, se precisa, sí, de ser tan fuerte como ese viento, porque si no, la muerte acecha, aun así, no son pocos los que se han quedado prendidos al animal cuando la ventolera seca todo a su paso. El cuerpo enjuto del jinete se queda prendido a la silla y el animal avanza hasta que se apronte la luz de los otros del pueblo. El viento monzón es frío y seco, su vendaval anuncia muerte de aquí hasta siempre, de sus remolinos que pegan a la pared más alta del mundo es difícil zafarse, es como un ahogo en la garganta, el hombre muere, el animal se salva, está hecho para eso, las más de las veces hombre y animal avanzan por entre el medio del viento fuerte y frío. Cuando se trata de cosas no aprendidas, está la muerte presta... y nadie llora, que si es eterna debe ser buena, que la muerte es aquello para siempre. Aquí todo pasa, todo es pasajero, nada es eterno sino la muerte asida al calcañal que se duerme como si fuera despedida anunciada desde la misma primera luz del nacimiento.
Aquí en Yakot lo cotidiano se enternece con lo eterno, lo mediano es que a los cincuenta ya no hay fuerzas suficientes para este ambiente, es quedarse a buen alojo por aquello del viento fuerte. En el mes de turbiones, la temperatura baja hasta los cinco grados por abajo del cero, sin que se haya cosas que lo anuncien, la sequedad no alcanza para eso, no hay hielo, no hay nieve, sólo la piedra negruzca que se pierde por entre el lomerío mientras el animal y el hombre se entrometen por esas cerranías.
Aquí la religión es vida, es la que anuncia y la que adivina; una extraña mezcla de naturaleza, de conocimiento con el entorno y de conocimiento de la magia de los dioses y de las celebraciones que son a cada minuto, porque para eso se vive, para la comunión del altísimo con lo de aquí abajo, todo es sereno y trágico, todo lo envuelve la ceremonia y el ambiente serrano que para eso se presta o ¿es el hombre que así lo hizo? No se sabe, nadie sabe adónde está uno y adónde el otro, todo es igual, sembrar, cosechar, reír, llorar, orar, da lo mismo, todo se asemeja y todo se prepara como si la vida fuera eso ¿y qué otra cosa puede ser? Parece que el único animal que puede aparecerse por estos lugares sin ser desconocido, éste, Yuma que lleva entre su lomo al compañero de su vida ¿Hasta cuándo? No se sabe. La vida todo se lo lleva, hasta eso. Aquí no es la adivinación lo que se cuenta, son las oraciones, son las cosechas, son la pizca de arroz de año con año, y al otro quizá alguien falte. Yuma lo presiente, por eso ante el monzón sólo baja la cabeza y avanza como si de costumbre se tratara. Nima sólo mira. Que al monzón no se le ataca por la espalda.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario